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Perros y gatos

La Razón
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Compruebo que aquellos que llevan una «vida perra» no sienten la menor piedad por los perros, porque íntimamente son parte de su especie. Es bien triste pensar que tantos seres en el mundo, nuestros hermanos, viven y se desarrollan en un medio social que les impone la impresión de ser tratados por la vida a ese mismo nivel canino. Muchos pueden decirse: –«¡Yo, qué voy a sentir piedad por otros animales, con la vida perra que llevo!».
Yo, como niño burgués y civilizado, siempre tuve perros y gatos. Y, luego, educado entre intelectuales y artistas, mujeres sabias y sentimentales, las mascotas domésticas forman parte de mi vida, me comunico con ellas a un nivel afectivo, en el que los animales me humanizan. Es decir, que me hacen más consciente de que también yo soy un animal superior, rodeado de hermanillos, empeñados en seguir viviendo a cuatro patas. Parecen –pero no son– atrasados mentales, pero tienen instintos, sentidos, vista, destreza y agilidad bien superiores a las mías. Entonces, un respeto ¡eh!
No cabe la menor duda de que mientras la vida, la economía, sigan generando seres que reciben el mismo trato que los más desdichados irracionales, no podemos reprocharles su abominable crueldad, sin pensar que carecen de todo aquello que humaniza de veras, el alimento, la educación, la cotidianidad tranquila y reflexiva. Paradójicamente, lo que no les falta a nuestros perros y gatos, atendidos como si fueran esos hermanillos, que se empeñan en seguir andando a cuatro patas, ladrar y maullar, en lugar de decir «papá y mamá». Pero son listos y precavidos, memoriosos, fieles, afectuosos y muy llorados cuando se mueren.
Los maltratadores de animales son los animales superiores «más bestias» que produce la sociedad humana. Se siente desprecio y piedad por esas criaturas, cuyo corazón semeja a una alpargata «correcaminos», para encontrar trabajo. Ellos se encienden de cólera cuando ven el trato que se les dispensa a tan afortunados semovientes.
Así es la vida y ¡qué poco está de nuestra mano cambiarla! Pero el amor a nuestros animales domésticos tiene una ascendencia aristocrática. Muchas mitologías ostentan animales sagrados, deificados. Altos mandatarios eran sepultados con sus perros y sus caballos. Los perros siempre fueron compañía y cortejo de reyes y señores. Ligados a la caza real, se los mimaba como a una escopeta bien pulida y untada de grasa. En la actualidad, no existen reyes ni príncipes, ni nobles, ni ricos, ni escritores, ni estrellas de cine, que no se les retrate con perros o gatos al lado.
Demos las gracias a esas gentes, tan distinguidas, de su buen trato. Y la verdad es que todos los que compartimos nuestra intimidad con animales nos distinguidos muy favorablemente de quienes los tienen en menos, los desprecian, los maltratan y abandonan. Nada saben de su importancia histórica y humana.
El perro ha preferido los espacios áulicos, a los pies de reyes y de infantes, de nobles caballeros y damas. Y el gato ha preferido el ambiente de los sabios, de los matemáticos, de los alquimistas, de las brujas y de las costureras. ¿No es esto interesante, gracioso? Su presencia en el arte casi supera a la del caballo. Y ya estamos de lleno en la apoteosis del perro y el gato. Aparecen por todas partes, guardando sepulcros de mármol, monumentos conmemorativos, cuadros intimistas, retratos individuales. Son protagonistas de novelas y de relatos, se les emplea como símbolos misteriosos, y sus creadores tienen un nombre apabullante en la literatura y el arte. Se llaman Carpaccio, Tiziano, Velázquez, Cervantes, Dickens, Poe, Flaubert…
¿Para qué seguir argumentando? Si quiere usted ampliar su punto de vista sobre la naturaleza de los hombres y el propio sentido evolutivo de la existencia, déjese acompañar por un amigo a cuatro patas.