Benedicto XVI

Colaboradores de la verdad

La Razón
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En el bello marco de la Basílica de El Escorial, el Papa pronunció ayer, ante más de un millar de jóvenes profesores universitarios, uno de los discursos más importantes de su visita a España. Toda una lección magistral que no sólo expresa el concepto de la misión irrenunciable que ha de desempeñar la institución universitaria y quienes en ella trabajan o estudian, sino también lo que ha constituido la propia trayectoria vital, docente, investigadora y sacerdotal del propio Joseph Ratzinger: ser colaborador de la verdad, como reza su lema episcopal y pontificio.

A serlo de forma comprometida y humilde en la universidad, a la que definía como «la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana», es a lo que invitaba el Papa a los profesores, proponiéndoles superar la concepción utilitarista y reduccionista, predominante hoy, de buscar en la docencia sólo la mera capacitación técnica o profesional de los alumnos, a los dictados de las demandas del mercado o de las ideologías de moda, lo que puede llevar a consecuencias dramáticas: «Desde los abusos de una ciencia sin límites, hasta el totalitarismo político». Su permanente búsqueda y afirmación de la verdad, así como la reivindicación de la capacidad de la razón de acceder a ella, avalan que Benedicto XVI no pierda ocasión para señalar que muchas de las causas del mal en el mundo de hoy están precisamente en el olvido de la verdad de Dios y la verdad del hombre, así como en la fractura metafísica y cognoscitiva que ha propiciado la modernidad y que Ratzinger ha llegado a definir en nuestros tiempos como «dictadura del relativismo». Se quiera o no aceptar, ésta es la pura verdad de la situación, el diagnóstico más honesto y certero que vale no sólo para la universidad, sino también para otros ámbitos problemáticos del mundo actual. Otra cosa es que muchos, por desgracia, no estén ya ni tan siquiera capacitados para percibirlo. El Papa no sólo hace diagnóstico, sino que propone soluciones; por eso mismo, llevar a la persona a descubrir su capacidad de conocer la verdad y dar respuesta al anhelo de un sentido último de su existencia constituyen, sin duda, uno de los desafíos y servicios más importantes que Benedicto XVI atribuye no sólo a la universidad, sino a la misma Iglesia. Toda una reforma universitaria y vital, un regalo de Dios para estos tiempos de pensamiento débil.