
Iglesia Católica
«La democracia no puede ser una panacea de la inmoralidad»
El cardenal Antonio Cañizares, Prefecto para la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, fue investido ayer Doctor Honoris Causa por la Universidad Católica «San Vicente Mártir» de Valencia

El cardenal dedicó la primera parte de su discurso de investidura a trazar un perfil de las exigencias que «las gentes» y el Evangelio pueden pedir a un obispo, mientras que en la segunda parte quiso delimitar la actuación de la Iglesia respecto al Estado y la sociedad.
«La sociedad, y dentro de ella el Estado, más aún en un sistema democrático, está al servicio del hombre, de cada ser humano, de su defensa y dignidad. Creo que estaremos de acuerdo en que los derechos humanos no los crea el Estado, no son fruto de un consenso, no son concesión de ninguna ley positiva, ni otorgamiento de un determinado ordenamiento social. Estos derechos son anteriores e incluso superiores al mismo Estado», explicó el cardenal.
En este contexto, «la democracia como mejor sistema para la vertebración de una sociedad, si no queremos negarla en sus mismas bases, no puede convertirse en un sustitutivo o sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Lo contrario nos llevaría a su prostitución y a la desvertebración de la misma sociedad. La democracia es un instrumento de la sociedad vertebrada, su valor cae o se sostiene según los valores objetivos que de hecho encarne y promueva; afirmar esto es servir a la democracia y hacer posible la construcción de una sociedad vertebrada», afirmó Cañizares.
Esta sociedad vertebrada se ve dificultada porque «en las últimas décadas se ha introducido la ética del éxito fácil y rápido, del hombre como consumidor de disfrute y del pensamiento light. Ha acentuado en la sociedad la idea de que el fin justifica los medios y del todo vale».
En estas circunstancias, la Iglesia tiene una aportación para la sociedad. «La Iglesia, si bien no legisla ni diseña ni, menos aún, impone un modelo político de ordenamiento de la sociedad, sí impone unas pautas objetivas para la convivencia: las que derivan del reconocimiento pleno de la dignidad de la persona humana como piedra angular de la sociedad y del Estado y de todos sus ordenamientos jurídicos al servicio del bien común», expuso el cardenal.
Una de las funciones de la Iglesia, por ejemplo, es exponer «el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa creen que pueden imponer a los demás su concepción de la verdad y del bien». Eso implica garantizar la libertad religiosa, fundamental para vertebrar la sociedad. «Lo religioso va más allá de los actos públicos de la predicación y el culto», puntualizó el cardenal al analizar esta libertad. «Repercute y se expresa por su propia naturaleza en la vivencia moral y humana que se hace efectiva en los campos de la educación, del servicio y el compromiso social, del matrimonio y de la cultura», explicó.
Transformar la realidad
A continuación hizo un llamamiento a la acción: «no podemos seguir manteniendo una situación en la que la fe y la moral cristianas se arrinconan en el ámbito de la más estricta privacidad. En una sociedad pluralista como la nuestra es necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública».
Por eso, propuso, «la hora presente ha de ser una hora en que la Iglesia sea fermento de animación y transformación de la realidades temporales con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano».
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