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La Razón
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El honorable científico Valeri Isákov, ruso y matemático, ha gritado al mundo su último descubrimiento: los ángeles de la guarda existen. Don Valeri ha llegado a esa conclusión después de analizar un puñado de catástrofes ocurridas en el mundo en los últimos años y ha dado con una anomalía estadística que puede demostrarlo. Durante los últimos cuatro lustros, dice, el número de pasajeros que devolvió los billetes de aviones que acabaron pegándose un piñazo gordo fue un 18 por ciento más alto que en los que aterrizaron sin problemas.
La teoría viene a refrendar otra que ya defendió en su momento, nada más y nada menos que a finales de los años cincuenta, un sociólogo de los Estados Unidos. James Stauton, que así se llamaba el estudioso, aseguraba que en las doscientas calamidades que había investigado, todas ellas ferroviarias, el número de personas que había en los vagones era notablemente inferior a las que ocupaban un viaje sin incidencias. Tanto Don Valeri como Don James evitaban ponerle nombre a la cosa. Hablaban de intuición, de corazonada, de subconsciente, o de ángel de la guarda, esta última definición algo más de tapadillo porque parece que está feo que un científico se pronuncie en esos términos. Lo leí el otro día en este fabuloso periódico e inmediatamente me acordé de un antiguo amigo que se libró de matarse en un vuelo de Barajas a Roma, hace ya un porrón de tiempo. Este antiguo amigo, llamó de pronto bañado en lágrimas para contarnos que un pequeño retraso al coger un taxi para ir al aeropuerto, le había evitado un terrible accidente aéreo en el que había muerto hasta el tato. Pasadas unas horas, y aún bajo los efectos de una copa de balón con coñá, juró y prometió que a partir de ese instante y para agradecer su enorme fortuna, iba a cambiar su forma de proceder y se convertiría en mejor persona. A la vuelta de una semana era el mismo de siempre y, en meses, un mal bicho importantísimo.
Llegados a este punto y aceptando que se trate de alguien que vigila por nuestro bien, habremos de concluir dos cosas. Una: hay ángeles de la guarda muy despistaos. Y dos: hay algunos más que son de tortazo. Yo pensaba que en España, lo que de verdad estaba demostrado era el «efecto chorra», también conocido vulgarmente como «potra», o «la suerte que tiene el jodío», y que salva de morir, por ejemplo, al manitas que acude con el bañador mojado a arreglar la conexión de una bombilla. Sin embargo, y a pesar de las dudas sobre la eficacia de algunos de estos vigilantes, yo me quedo más tranquila sabiendo que existen, la verdad, y rezo porque, sin ir más lejos, haya un ángel de la guarda cogido del brazo de la prima de riesgo española. Ahí tiene faena el tipo.