Constitución

Madurez democrática

La Razón
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Una vez más hemos asistido a un lamentable espectáculo, y hasta cierto modo histriónico, tal cual es la desairada reacción de miembros responsables del Gobierno, tras ser conocida una resolución judicial. No voy a hacer comentario alguno respecto de la resolución por razones de sobra conocidas, pero no puedo dejar de mostrar mi asombro y perplejidad ante lo dicho. Las resoluciones judiciales, como cualquier producto de un Poder del Estado en una democracia, pueden y deben ser criticadas, pero cuanto mayor es la responsabilidad política del que ejerce este derecho, a su vez ha de ser mayor su responsabilidad en tal ejercicio, y sobre todo debe ir acompañada de un tono de mesura afín a tal responsabilidad. La crítica del que se siente concernido y realmente afectado por la decisión puede ser desmesurada, no la de su representación procesal, la cual se encuentra limitada por las normas éticas de su profesión. En nuestro país, todavía nos falta mucha cultura democrática y respeto institucional, nos falta encauzar los debates en sus senos naturales, y en el caso en cuestión, el debate esta perfectamente encauzado donde debe estar, en el ámbito estrictamente jurisdiccional, aplicando las técnicas del derecho, la aplicación e interpretación de la norma, y sobre todo el esfuerzo de la adecuada subsunción del supuesto de hecho en la que se considere más adecuada. Ahora bien, este debate procesal, en un país donde los responsables políticos tienen un honda cultura democrática, y respeto por todas las instituciones, y no sólo por aquellas que creen manejar, este debate se produce con total tranquilidad y respeto, y no en medio de una tormenta política. Aquí, cuando se quiere deslegitimar una decisión judicial, se acude a varias vías; en la primera, que yo he sufrido, se deslegitima y sobre todo se insulta a su autor, para así causalizar la decisión en una determinada coordenada política o personal; la segunda consiste en negar la profesionalidad del decisor, y sobre todo su independencia, y así asignarle siglas políticas y mandato imperativo; la tercera conlleva, sin más, y sin ningún rigor técnico, cuestionar la resolucion, diciendo que tiene muchos fallos jurídicos, ya que por supuesto va a ser reevocada. Con esto, no sólo se menoscaban las instituciones en su esencia, sino que a veces también se juega con la reputación de las personas, algo que a algunos parece importarles un bledo, con tal de seguir ocupando cuotas de poder. ¿Tanto cuesta ponerse al servicio de las instituciones en sí mismas?, que es la mejor forma de servir a los ciudadanos; ¿tanto cuesta dejar de servirse a uno mismo y a su ideología y pensar en la sociedad en general? Como dije antes, lo de menos es el contenido de la resolución, la cual puede o no ser revocada; lo importante es el menosprecio al trabajo de un juez enfrentado a un quehacer diario y difícil, y todo ello por intentar ganar el beneplácito de una opinión pública , cada día mas descreída y falta de confianza, por parte de quien emite este tipo de mensajes. El sistema está por encima de los representantes políticos de turno, y algunos parecen no darse cuenta que no vale quemar el tren para llegar a la estación, como si al grito de «más madera» de los hermanos Marx se pudiera hacer. A veces más parece que están en el camarote de tales hermanos, donde lo único que reina es el desorden y el caos; cuando se cuestionan las instituciones y sus resoluciones, la legitimidad de su actuación se hace para el futuro y no sólo para el caso en cuestión. Algunos responsables políticos no son conscientes que con sus desaforadas e irracionales críticas lo que hacen es negar el sistema y fomentar una desconfianza del ciudadano hacia el mismo, pero no lo van a conseguir, a pesar de que una inmensa mayoría no aprueba la actuación de la Justicia, los jueces y magistrado siguen gozando de un gran respeto y confianza en los jueces, y ello a pesar de críticas como las producidas la semana pasada, más propias de forofos de fútbol. Algunos somos los que hemos soportado insultos e improperios, es difícil a veces superarlos, pero los que tenemos fuertes convicciones democráticas siempre sabremos distinguir a la persona de la institución y seguiremos al lado de las instituciones de todas y cada una, gobierne quien las gobierne, pero precisamente las convicciones democráticas y el respeto institucional nos hace más fuertes. En cualquier caso, las personas se irán, el sistema las cambiará por otras, pero las instituciones permanecerán, y eso es la democracia. El poder se ejerce con plena legitimidad de los votos, pero pensando siempre en régimen de precario, quien te lo da te lo quita, pero ningún otro, ni por ningún otro medio. Las críticas desaforadas e irracionales, y sobre todo desafortunadas a quienes deslegitiman en verdad es al que las vierte, y esto debería provocar una profunda reflexión. Pero está claro que esta inmadurez democrática sólo la cura la educación y el tiempo.