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Una receta: impuestos los justos por César Vidal

La crisis económica aparece ligada a 1929. Sin embargo, unos años antes, tuvo lugar otra crisis importante que fue conjurada con notable facilidad

Warren G. Harding bajó impuestos y aumentó la austeridad
Warren G. Harding bajó impuestos y aumentó la austeridadlarazon

El final de la segunda década del siglo XX resultó convulso para la mayoría de los norteamericanos. Partidarios de la doctrina Monroe, que planteaba la prohibición de las naciones europeas de intervenir en América y que, igualmente, sostenía que Estados Unidos no participaría en conflictos europeos, millones de norteamericanos no habían comprendido que el demócrata Woodrow Wilson hubiera entrado en la Gran Guerra. Aún menos entendieron que Wilson se empeñara en trazar la posguerra enunciando unos puntos que incluían, por ejemplo, la autodeterminación de los pueblos. Los gastos derivados de la guerra y la subida de impuestos aumentaron más si cabía el malestar de los votantes.

Así, en 1920 llegó a la presidencia de los Estados Unidos un republicano poco conocido llamado Warren G. Harding. El personaje apenas tenía relevancia, pero como en tantas elecciones a lo largo de la Historia, se votó más en contra de un partido que a favor de otro y en aquellos momentos lo urgente era echar de la Casa Blanca a los demócratas.
El resultado fue una victoria clamorosa del republicano Harding por un 60 por ciento frente al 34 de su rival.

El éxito en las urnas no iba, sin embargo, a ir ligado a los mejores auspicios. Ese mismo año de 1920 estalló una crisis económica de enorme gravedad que se tradujo en peligrosísima recesión. Como en tantas ocasiones, las vías para enfrentarse con la crisis eran sustancialmente dos. O bien se incrementaba el gasto público y se aumentaban los impuestos en un intento de reactivar la economía mediante la intervención gubernamental… o bien se hacía todo lo contrario.

Harding optó por el segundo camino. A su juicio, la crisis económica nunca podría solucionarse mediante un mayor gasto que se tradujera en un aumento del endeudamiento y que tuviera que sustentarse con mayores impuestos. Por el contrario, Harding decidió apretar el cinturón del gobierno e incluso bajar los impuestos. Naturalmente, hubo voces que se alzaron contra aquellas decisiones, pero Harding no las escuchó.

 Los resultados de la política de austeridad fueron casi fulminantes. Al cabo de un año, la crisis había cedido por diversas razones entre las que se contaban que el dinero en los bolsillos de los ciudadanos había reactivado la inversión y el consumo y con ellas el empleo.

Cuando Harding entró en el segundo año de su presidencia, nadie recordaba la crisis. La bondad de la receta de Harding – sencilla, pero muy eficaz– no le pasó por alto a su sucesor, el también republicano Calvin Coolidge. Y es poco conocida fuera de los Estados Unidos.

Los felices veinte

Coolidge ha sido objeto de una reevaluación muy positiva desde la época de Ronald Reagan, que lo admiraba profundamente. Coolidge –un personaje cuya cosmovisión enlazaba directamente con la de los puritanos que se habían alzado en Inglaterra contra la subida de impuestos o habían provocado el «Tea Party» a finales del siglo XVIII– siguió bajando los impuestos.

El resultado fue una prosperidad extraordinaria que se extendió casi por una década que en Europa se conoció como los «Felices veinte» y en Estados Unidos como los «Roaring Twenties».