Novela

El candidato indignado

La Razón
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Rubalcaba, que como decía Quevedo lleva treinta años casado consigo mismo –o sea: con el Psoe–, ha dejado todos sus cargos en el Gobierno para dedicarse en exclusiva a su candidatura. Él solito ocupaba un montón de puestos en el Ejecutivo exhausto de ZP (al que todo el mundo vuelve a llamar Zapatero, marcando distancias apellido mediante; atrás quedaron los buenos tiempos de esa especie de acrónimo revoltoso que era el «ZP» sobre un atril rojo, en plan altar socialista, y el lema «motivos para creer»). Cómo Rubalcaba pudo ocuparse de tres cargos con un solo cuerpo y una sola mente es un misterio comparable al de la Santísima Trinidad. Su marcha dejó la tira de huecos vacíos en la bancada gubernamental. Dicen que su sucesor en el Ministerio del Interior, Camacho, era su mano derecha. Ahora que se ha quedado sin su mano derecha quizás tendrá dos manos izquierdas. (Que el cielo nos asista). El caso es que, en su discurso, el candidato Alfredo, un hombre acostumbrado a estar «detrás de todo», se ha colocado delante, en primera fila, y se nota por sus incoherencias que no está familiarizado con su nueva posición. Ha lanzado su esperado discurso, cargado de futuro pluscuamperfecto si no fuera porque transmite, sobre todo, pasado imperfecto: ha descubierto la socialdemocracia, a estas alturas, que es como decir que ha inventado el agua caliente. Social-democracia significa, sobre todo, olvidarse del marxismo –del que ya renegó Felipe González y cuyo fantasma enarboló a ratitos ZP– y caminar por la senda del «socialismo democrático». Poner el adjetivo «democrático» al lado del sustantivo «socialismo» mosquea un poco, es como aquello de la «derecha civilizada» (que diría mi colega José María Marco, con retranca). Su discurso de joven revolucionario dirigido al movimiento 15-M –que tanta simpatía despierta– se compadece poco con la idea de «socialdemocracia» entendida a la finlandesa (no a la venezolana, claro). Ha criticado a la tan odiada como necesitada Banca: «Que con sus beneficios contribuya a la creación de empleo», propone. ¿Se referirá a las politizadas, y por ello ruinosas, cajas de ahorros que «su» Gobierno ha rescatado de la bancarrota con el dinero de «nuestros» impuestos…? Etc. En fin, dicen que Alfredo P. ha dado un «suave giro a la izquierda» pero en realidad nadie sabe cómo definir sus contradictorias ideas. Ahora está indignado. Consigo mismo, suponemos. (Qué papelón).