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Teatro

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«Purgatorio»: Sin perdón

Autor: Ariel Dorfman. Director: Josep María Mestres. Reparto: Carmen Elías, Viggo Mortensen. Escenografía. Clara Notari. Vestuario: Rosa García Andújar. Matadero-Naves del Español. Madrid.

Viggo Mortensen y Carmen Elías en la obra larazon

Vivimos tiempos en los que los reyes y gobernantes, los países y las empresas, piden perdón por las heridas del pasado y los daños causados, como si verbalizar su arrepentimiento los hicieran reales y como si la Historia fuera a cambiar por unas palabras oportunas. Lo más interesantes de «Purgatorio» tiene que ver con desenmascarar el arrepentimiento huero y llegar a la verdadera expiación; con alcanzar el perdón genuino, ese que hay que sentir en el tuétano, ese que es necesario para avanzar y convertirse en una nueva persona, sea víctima o verdugo. Asumir esta compleja, incómoda y políticamente incorrecta perspectiva –la que lió Mortensen en la rueda de prensa al hilo de ETA, cuando, vista la obra, quizá quería decir otra cosa– es lo que propone el dramaturgo argentino Ariel Dorfman en un drama seco que va desvelando poco a poco sus secretos y que se sirve de un recurso fantástico: asistimos a una especie de celda o sala de terapia en el purgatorio, donde dos almas analizan su pasado. Una ha cometido un horrible crimen (el más terrible imaginable) y la otra ha sido culpable en parte de que lo hiciera.

La fibra humana esencial
Si en «Siglo XX que estás en los cielos» David Desola utilizaba un recurso similar para saldar cuentas con la historia reciente de España, Dorfman va más allá y aborda la fibra humana esencial. Y qué mejor manera de hacerlo que con diálogos bien construidos y un eco del clasicismo griego. Aunque Dorfman explora caminos que Eurípides no transitó y va más allá de la locura de Medea. Empeñado en tocar géneros diversos, Dorfman demora el arranque y presentación de los personajes para rozar el «thriller» psicológico. Quizá este moroso arranque, junto a lo inverosímil de la propuesta, sean los puntos más débiles del texto.

Viggo Mortensen aporta a su trasunto de Jasón las dudas y el gesto, y descubrimos a un actor con fondo y técnica, si bien sorprende que, pese a su porte de galán de cine, parezca tan frágil en voz y gestualidad en un personaje al que describen como pura testosterona. Carme Elías sí encuentra el equilibrio entre cordura y locura para dibujar a su hembra celosa y desbocada. Lo hace con fuerza e inteligencia en un papel notable. Josep María Mestres demuestra saber moverse en el drama y en la comedia, y dirige con sobriedad y acierto este montaje elegante. Una propuesta que al menos hace pensar.

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