Vigo

57 puñaladas inocentes y un jurado desconcertado

Sus lágrimas le libraron de ser condenado por matar a navajazos a dos hombres. Sin embargo, le han caído 20 años de cárcel por incendiar el piso de sus víctimas. El juicio de Jacobo Piñeiro vuelve a poner en cuestión los jurados populares.

57 puñaladas inocentes y un jurado desconcertado
57 puñaladas inocentes y un jurado desconcertadolarazon

El fiscal le acusa de un doble asesinato en el que dio 57 puñaladas a dos muchachos con los que había pasado la tarde, cosa que admite sin paliativos. Recogió en una maleta diversos objetos que se llevó y dispuso un fuego con cinco focos para que todo quedara borrado por las llamas. Se llama Jacobo Piñeiro y es el acusado por el crimen de la calle Oporto en Vigo.Se da la paradoja de que el chico, un tipo tímido, con el pelo corto y amplias entradas, rostro de marine sin graduación, había confesado que apuñaló al camarero Isaac y a su compañero de piso, Julio, un brasileño, con cuchilladas profundas y rápidas. Algunas las dio por la espalda y, la mayoría sin necesidad, puesto que las víctimas estaban heridas de muerte. Los pinchazos sólo aumentaron el sufrimiento.Asalto sexualLa agresión se precipitó cuando supuestamente uno de los fallecidos quiso tener relaciones sexuales con el imputado, quien lo rechazó y se enfrentó a él con un cuchillo. Dice que en defensa propia, pero no es la forma de actuar de una persona que, como hizo él, persigue a la víctima destrozando la puerta de la habitación en la que se había refugiado, impidiéndole que llamara a la Policía, quitándole el móvil y volviendo a darle de cuchilladas.Jacobo dice que tenía miedo insuperable a ser violado, pero su conducta vuelve a ser impropia cuando después de dejarlos tiesos se queda en la vivienda hasta después del amanecer y, sobre las nueve de la mañana, tras curarse sus propias heridas, todas superficiales, prepara un fuego cerrando las ventanas y abriendo el gas.El fiscal no se creyó nada durante la instrucción de la causa. Dice que todos los actos fueron pensados y calculados por el presunto, quien «incluso quiso hacer pensar que sus víctimas habían sido víctimas de un atraco». En una situación así, amigos y enemigos del jurado se hacen la misma pregunta: ¿es preferible que te extirpe una muela tu dentista o una asamblea de vecinos de tu barrio?Curiosamente, en este caso, se habría equivocado quien hubiera optado por los jueces de carrera. Para la salud del reo, mejor los jueces legos. El jurado estaba formado por siete mujeres y dos hombres que escucharon trémulos en la Audiencia de Pontevedra cómo el acusado se daba por arrepentido. Jacobo aseguró que ayudó a todo ello el grado de intoxicación con drogas y alcohol al que había llegado. Y pidió perdón a su propia familia por el dolor infligido, ahora que es padre de un niño de pocos meses. Dejándose llevar por la presión, entre lágrimas, afirmó rotundo: «Toda la culpa es de mi forma de ser». Y rompió a llorar más fuerte.En el jurado se veían ojos acuosos en los que navegaba el perdón, ojos de sentimiento como los de una madre, comprensivos como los de una abuela. Al oír aquello, tres miembros del jurado se echaron a llorar: ¡era un chico de una mirada tan limpia! Muy atrás, sepultadas en el recuerdo, quedaban las puñaladas de más, las horas muertas en la casa poblada de cadáveres. Ese chico timorato, sentado casi en el borde de la silla por no molestar, merece una segunda oportunidad. Y enseguida una cascada de votos vino al rescate: el jurado lo declaró absuelto por siete votos contra dos.Eso sí, la parte homicida estaba salvada, pero el incendio quedaba excluido. El intento de destruirlo todo, de hacer desaparecer indicios y huellas propició que el jurado volviera la mirada atrás. Podía tener miedo por su pellejo, era comprensible... ¿Pero qué es eso de poner en peligro a todos los habitantes de la casa? ¿Por qué no tuvo prisa al escapar hasta que vio que todo quedaría consumido? Los miembros más vulnerables se sorbieron la nariz y declararon culpable a Jacobo del delito de incendio. El reo no sabía cómo tomárselo: ¿debía salir libre o permanecer a la espera del juez?El chico suertudo que se salvó de un doble homicidio no podía ni imaginar que por incendio le podían caer hasta 20 años. Dos décadas como llamas de cinco metros a la espera de la apelación en el Tribunal Superior de Justicia de Galicia.

La tutela y los erroresLa decisión del jurado se puede recurrir. A veces, sus grandes errores son atribuibles a la deficiente tutela de los jueces. En este caso no les explicó en qué condiciones el miedo insuperable resulta una eximente. En otros, como el de Rocío Wanninkhof, estaban tan convencidos que condenaron por asesinato y no por homicidio que es lo que se pedía. En cualquier caso a cualquier jurado debería prohibirle que mostrara sus emociones.