Historia

Cantabria

Lluvia por Alfonso Ussía

La Razón
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De Cataluña a La Montaña pasando por Burgos y Soria. Lo que da de sí un fin de semana. Vuelvo a mis fantasmas estéticos. El otoño me entristece. En los bosques mixtos de Castilla crecen las setas. Cuadrillas numerosas de las tierras vascas se reúnen los fines de semana para cumplir con una de sus aficiones favoritas. Entre San Leonardo de Yagüe y Navaleno encuentran su paraíso. Por ahí Silos, con su ciprés formidable y sus monjes de la Edad Media. Una Edad Media muy adaptada al siglo XXI, porque ayudan sus rezos gregorianos con una grabación discográfica. Me asombra y emociona Castilla. Pueblos casi abandonados, todos ellos levantados en torno a un templo románico. Sólo en la carretera que une Burgos con Aguilar de Campóo he contado veintisiete iglesias románicas a vista del camino. Le sobraba razón a Tarradellas cuando refiriéndose a las «comunidades históricas y diferenciadas» reconoció lo que tanto molestó a Pujol y Arzallus. «Histórica es Castilla, y diferente también». Le molestó más a Arzallus porque los vascos siempre quisieron ser castellanos hasta que a Sabino Arana le dio el periflús en la chapela. Y aquí, en Cantabria, llueve sobre unos verdes indescriptibles, ya los paisajes recuperados del agosto seco y angustioso. Llueve y leo, y de cuando en cuando alzo la vista para seguir disfrutando del espectáculo del agua.

Un librillo de poemas satíricos inéditos. Entre sus páginas, la tremenda descripción del señorito andaluz, tópico y típico, de principios del siglo XX, de Pemartín. «Tengo mucho de lord y de gitano./ Aunque a veces blasfemo, nunca miento./ A una monja rapté de su convento/ y de diez Hermandades, soy Hermano./ Es mi capa, la capa más raída,/ y mi frac es el frac más elegante;/ con todas las mujeres soy galante,/ aunque a veces le pego a mi querida./ A un marqués extranjero, mi pistola/ defendiendo el honor de una española/ dejó muerto en el patio de un castillo./ Y en los jardines de una venta maja,/ a un gitano tendí con mi navaja,/ discutiendo no sé qué fandanguillo». Pemartín era primo de José María Pemán, más brusco y rotundo, y escribió poco. En la directa brusquedad de Pemartín se sostuvo Agustín de Foxá para escribir su soneto a Celia Gámez, por la que sentía muy limitadas simpatías. Algo le pasó con doña Celia, ahijada en España y en el día de su boda del general Millán-Astray, fundador de la Legión. Nadie se atrevería hoy a escribir unos versos, algunos imperfectos y con la métrica caprichosa de Foxá, como los que regaló don Agustín a la estupenda argentina: «Tú, que naciste en las porteñas hampas/ y del amor conoces los oficios,/ oh vieja zorra de las anchas pampas/ que enamoras marqueses pontificios./ Tú, que cantas esos tangos con ojeras/ repletos de memeces argentinas/ y tratas a señoras tortilleras/ y confundes "Meninas"con mininas./ Los prognatas toreros que complicas/ por tí se tornan en babosos toros./ Vas al teatro con señoras ricas,/ y estrenas obras con cretinos coros/ escritas para tí por los maricas/ que sueñan con los culos de los moros». Pero aquel Foxá descreído, falangista en trance de arrepentimiento, monárquico estético y estupor de las cancillerías, escribió el más prodigioso poema dedicado a la antesala de la muerte, su «Melancolía del Desaparecer», que entra de lleno, cuando se relee en el ánimo decaído que el otoño agiganta. «Y pensar que después que yo me muera/ aún surgirán mañanas luminosas,/ que bajo un cielo azul, la primavera/ indiferente a mi pasión postrera/ encarnará en las sedas de las rosas./ Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,/ sobre mis huesos danzará la vida,/ y que habrá nuevos cielos de escarlata,/ bañados por la luz del sol poniente,/ y noches llenas, de esa luz de plata/ que inundaban mi vieja serenata/ cuando aún cantaba Dios bajo mi frente./ Y pensar que no puedo en mi egoísmo/ llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja./ Que he de marchar yo solo hacia el abismo,/ y que la luna brillará lo mismo/ y ya no la veré desde mi caja».

Y vuelvo a alzar la vista. Sigue lloviendo sobre los prados inundados y los árboles que miran hacia el invierno, el tiempo de los bosques detenidos.