Castilla y León

A Sor Felisa Arnáiz por Víctor M Paílos

La Razón
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Esta semana he visitado a Sor Felisa, hija de la Caridad, en su comunidad de Burgos. Nos conocimos siendo yo joven estudiante en Oviedo, hace un cuarto de siglo, y desde entonces ella me ha visto a mí crecer y yo a ella ir envejeciendo con esa dulzura que ha hecho tan bellos sus años, ya casi cien.

Y es que, si la juventud ha sido siempre la edad de la belleza, los ojos de cuantos, al irse alejando de ella, se han quedado mirándola, se han quedado, de algún modo, en ella.

Sor Felisa ha sido una de esas personas con ojos llenos de juventud en medio de sus arrugas y achaques porque ha sabido mirar lo que no nos pertenece sino una vez en la vida: la siempre breve y fugaz juventud.

La juventud es una enfermedad pasajera. Saber mirarla, en cambio, con gratitud, es un signo de salud y entereza.

Por eso visitar a Sor Felisa es como volver a la escuela y aprender en ella una lección de esa materia que no figura nunca en el programa escolar porque está presente -o debería estarlo- en todas: ilusión. Con Sor Felisa uno le pierde el miedo a la vida, que nos va despojando de todo hasta de nosotros mismos, porque verla a ella, tan frágil y entera, en el umbral de sus cien años de existencia, consuela y estimula.

A su edad, bien podría darme sermones, pero ella me hace preguntas, me pregunta qué me parece esto o aquello, como si de la vida supiera yo más que ella.

En realidad, me enseña así mucho más que con el mejor sermón porque me enseña el difícil arte con el que, en parte, se nace y que, en parte, se adquiere: el arte de la humildad.