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El calvario de la vejiga hiperactiva

Detrás de la incontinencia urinaria se esconde un problema higiénico, social y, sobre todo, psíquico que condiciona la calidad de vida del enfermo. Reconocer el problema es el primer paso para buscar soluciones 

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La incontinencia urinaria es de esas patologías que, sin ser graves, pueden convertirse en un auténtico calvario para quienes lo sufren. Según algunas estimaciones, más del 20 por ciento de la población española mayor de 40 años padece este problema que no es otro que la incapacidad de controlar la micción, provocando la perdida involuntaria de orina, que conlleva un problema higiénico, social y, sobre todo, psíquico porque influye en la calidad de vida del enfermo. El doctor Vik Khullar, consultor uro-ginecológico del Departamento de Ginecología y Obstetricia del Hospital Saint Mary de Londres, afirmó durante el XXVI Congreso de la Asociación Europea de Urología celebrado, a finales de marzo, en Viena (Austria) «que se estima que la prevalencia en Europa aumente un 1,3 por ciento al año debido al envejecimiento de la población».

Edad avanzada
La incontinencia urinaria es más común en personas de edad avanzada, y las mujeres tienen muchas más probabilidades de sufrirla. Un ejemplo de ello es el caso de Carmen Chacel, presidenta de la Asociación Nacional de Osteomizados e Incontinentes (ANOI), quien relata que tuvo su primera experiencia con esta enfermedad «a raíz de operarme de un cáncer de colon, hace más de siete años». La vergüenza y el desconocimiento de la enfermedad son las principales causas que retrasan la visita al médico. El hecho de que Carmen trabajará con enfermos de cáncer de colon y conociera los síntomas hizo que «no tuviera problema para acudir al especialista y buscar una solución, pero la realidad es que la gran mayoría de los afectados no lo hace y como se oculta, el diagnóstico se retrasa. Además, para su abordaje hay que hablar de ello y saber que existen tratamientos que pueden ayudar».

Sin embargo, «los pacientes no quieren salir de casa si no tienen los sitios controlados y saben dónde hay un cuarto de baño», advierte Khullar. «La movilidad, viajar, el hecho de pensar que tienes que ir a algún lado supone un problema», lamenta Chacel. Sin embargo, esta patología también cala entre las personas que rodean a los enfermos. Como prueba de ello, Chacel explica que «mi marido y yo tuvimos que dormir en habitaciones separadas porque tenía miedo de mojar la cama o que el hecho de tener que levantarme por la noche le despertara. Lo cierto es que cuesta mucho asumirlo». Vivir bajo la presión de orinarse encima supone la principal preocupación con la que conviven estos pacientes. Para David Reid, psicólogo clínico especializado en tratamiento de desórdenes emocionales asociados a enfermedades físicas, «el hecho de orinarse hace que se sientan como niños. Es una regresión a la infancia. Muchos de ellos, al no querer aceptar la realidad se vuelven irascibles y, a veces, necesitan ayuda psicológica». «Como no puedo vivir mojada todo el día, continúa Chacel, desde que empecé la medicación he mejorado bastante.Por lo menos te da confianza y, como prueba de ello, he vuelto a la piscina y antes ni se me ocurría. Sin embargo, todavía queda mucho por mejorar en los tratamientos. Mi idea es asumirlo lo mejor posible y ser capaz de controlarlo».