Asia

Berlín

Debajo de las minas estaba la playa

Matsu, isla-fortaleza a sólo un kilómetro del continente, ha sido desmilitarizada por el nuevo Gobierno de Taipei.

La isla de Matsu, uno de los escenarios del enfrentamiento entre Pekín y Taipei durante la Guerra Fría
La isla de Matsu, uno de los escenarios del enfrentamiento entre Pekín y Taipei durante la Guerra Fríalarazon

Pekín- Durante décadas y hasta hace dos años, la isla de Matsu era un viejo símbolo de la Guerra Fría. Sobre sus costas se descargaba fuego de artillería cada vez que subía la tensión en el estrecho de Formosa, mientras el Pentágono se esmeraba por defender a su aliada Taiwán desde este jirón de playa situado estratégicamente a tan sólo un kilómetro de las costas de la China comunista.Catorce meses de deshielo han bastado para convertir este símbolo de la confrontación en un destino playero. Tras terminar de limpiar sus arenas de minas y suspender las maniobras militares para no ahuyentar a la fauna de sus bosques tropicales, Taiwán ha abierto al turismo la isla y todo el archipiélago que la rodea. Un aperturismo que, por cierto, también podrán disfrutar los ciudadanos llegados desde la China comunista gracias a los nuevos acuerdos.La relaciones entre dos vecinos que teóricamente siguen en guerra (la China comunista y la nacionalista) está mejorando más rápido de lo que cabría esperar. Hay días en los que la crónica de su acercamiento parece más un romance entre adolescentes que un deshielo entre viejos enemigos.El pasado domingo, Hu Hintao sembró un nuevo precedente al escribir la primera carta que un presidente de la China comunista envía a Taiwán. La misiva, dirigida al presidente en Taipei, Ma Ying-jeou, era una cariñosa felicitación después de que éste fuese elegido jefe del gobernante Partido del Kuomitang (KMT), el heredero del Ejército derrotado por los revolucionarios de Mao Tse Tung hace más de medio siglo.Ahora, el Partido Comunista Chino tiene mucho que celebrar con el Kuomitang de Ying-jeou. Desde su victoria en las elecciones de Taiwán hace ya más de un año, los viejos rivales multiplicaron sus relaciones diplomáticas, comerciales y las turísticas. El año pasado, 383.300 ciudadanos de la China continental visitaron la antigua Formosa y se espera que la cifra se doble al acabar 2009.Sin huella del pasadoEn Matsu la metáfora es aplastante: las baterías antiaéreas y los acorazados han sido reemplazados por sombrillas y chiringuitos donde chinos continentales y taiwaneses comparten cervezas frías y motos de agua. Lejos del miedo que intentaban imprimir antaño, las autoridades venden el archipiélago como una «cadena de perlas perdidas». Los huecos excavados en la roca para emplazar cañones y facilitar el movimiento de tropas forman hoy parte de la decoración de hoteles y restaurantes dedicados a los turistas que vienen del otro lado del estrecho, mientras que los búnkeres se han convertido en destino de excursiones guiadas.A finales de los cincuenta, el archipiélago de Matsu estaba tan sólo por detrás de Berlín y Corea en el mapa caliente de la Guerra Fría. Sus cinco letras se convirtieron, incluso, en una de las palabras más utilizadas en la campaña electoral que se jugaron Kennedy y Nixon. Por entonces, y mientras Pekín ordenaba bombardeos casi diarios, Washington paseaba toda su Séptima Flota para proteger a sus aliados taiwaneses.En cualquier caso, el deshielo resulta tan fulgurante como epidérmico. Aunque los tambores de guerra parecen alejarse definitivamente, el escollo principal para la reunificación de las dos chinas está lejos de ser resuelto. Pekín continúa considerando a Taiwán como una provincia innegociable de la China comunista. Por su parte, el actual Gobierno de Taipei reconoce que forma parte de China, pero advierte de que la unificación es un sueño lejano.Ningún Gobierno taiwanés podría, al menos por ahora, saltarse las distancias políticas y económicas que median entre las dos orillas del estrecho. Y es que, además de ser una de las democracias más consolidadas y libres de Asia, Taiwán sostiene una renta per cápita altísima y un nivel de vida igual o mejor que el de España. Mientras, y a pesar de su vertiginosa progresión, más del 80% de los chinos salen adelante con los sueldos y libertades propias de un país emergente.