Escritores

El aire de Kung Fu

La Razón
La RazónLa Razón

Salvo que se confirme la teoría conspiranoica que culpa de su muerte a una secta secreta, va a resultar que Kung Fu murió de gusto. Exceso de placer por ausencia de oxígeno. Lo llaman asfixiofilia o estrangulación autoerótica. Agarras una cuerda, te atas una punta al cuello y la otra, al apéndice topolánek. Cuanto más estiras, más gozas... asfixiándote. Es una técnica sexual de alto riesgo, el regocijo al borde mismo de la muerte. Es una técnica política suicida, la asfixiofilia, el disfrute de las situaciones extremas. Pongamos que el pequeño saltamontes es líder máximo de un partido abonado al orgasmo electoral desde hace años. Pongamos que las técnicas tradicionales se le antojan ya estrechas. Ansía emociones fuertes. Agarra entonces el cabo de la soga y se la anuda al cuello. Juega a tirar de la cuerda reduciendo el oxígeno a su mente. Encuentra placer en ello. La realidad se desdibuja arrollada por la pulsión erótica. Los hechos se difuminan. La sociedad pierde perfil. Las miradas torvas se tornan guiños cómplices. El pequeño saltamontes estira más la cuerda. Su mente, desoxigenada, prescinde del sentido crítico. No discrimina. Reta. Inventa un escenario irreal en el que sólo caben elementos placenteros: tópicos excitantes, esperpentos voluptuosos, gordas de Botero travestidas de principios ideológicos. La doctrina le pone a cien. Se regodea en la fantasía de una batalla ideológica permanente. Quién domina a quién. Jadea. Sueña que sus gustos personales, sus fijaciones, sus fetiches, coinciden con los hábitos generales. Llega a creer que su estado de euforia erótica es compartido por sus diez millones y pico de votantes. Cuando el nivel de oxígeno es mínimo, alcanza él la excitación máxima. Los electores, perplejos, avisan. «¡Afloja, Kung Fu», le gritan, «que te vas a quedar sin aire». El líder se pone azul. Rojo ciánotico no gobierna. Al borde de la autoasfixia, el saltamontes suelta la cuerda y resopla. Desnudo, se mira en el espejo y se reprende: «Como sigas estirando tanto», se dice, «vas a acabar palmando». Aún no se ha desatado el apéndice cuando ya ha anotado en su agenda: «Debo reconciliarme con las clases medias». Se tapa. Se viste.