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El groupie

La Razón
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Aún coleaba el Flower Power cuando Cynthia Plaster Caster se coló en la habitación de Jimi Hendrix y le hizo un pene de yeso. El trofeo le valió el título de «Reina Groupie». Cuentan que Barbara «The Butter Queen» cubría con manteca a sus amantes antes de ser, a su vez, cubierta. Un día se encontró con la banda de David Cassidy y encargó una libra entera de mantequilla para engrasar la noche de farra. Las «groupies» de los setenta eran enfebrecidas seguidoras de rockeros, fumetas y asimilados. Buscaban con tanto ahínco la intimidad con sus ídolos que a éstos jamás se les quedaba fría la cama. En origen, las «groupies» fueron esto, «horteras encamadas de uñas verdes metalizadas», según Frank Zappa. Hoy el concepto ha cambiado. Hablar de «groupies» es hablar de una suerte de fans extremas/os, capaces de dejarlo todo para seguir a su admirado artista donde quiera que vaya. Organizan su vida según la agenda del ídolo, listo el neceser para volar a Chile, Londres, Estrasburgo o Praga. Al presidente del Gobierno de España quieren colgarle el sambenito de «groupie de Obama». Sus adversarios hacen chanza de este furor viajero sobrevenido, insólito en alguien mayormente sedentario, como es Rodríguez Zapatero. La Moncloa no es aún consciente del efecto letal que puede llegar a tener la caricatura. La imagen coñera del primer ministro que pierde el culo por citarse a solas con Obama es vitriolo en manos de críticos corrosivos. Urge una operación limpieza que libre al presidente de este baldón que arruina su trabajada fama de unilateralismo. Caerle bien a Obama es una cosa. Perseguirle con la lengua fuera desagrada. Hay quien pinta ya a Zapatero en las Azores obámicas descalzando amablemente al de Chicago mientras éste se fuma un puro. No cabe un jefe de Gobierno «groupie». Nuestra reciente historia lo demuestra. Nada más saludable que viajar, pero nuestra política exterior no puede reducirse a acumular puntos en la tarjeta Iberia. Sable Starr se teñía el vello púbico de verde para agradar a los Stooges. Acabó en Nevada, de empleada en un casino.