Galicia

Estancias benedictinas en Monforte

Estancias benedictinas en Monforte
Estancias benedictinas en Monfortelarazon

En la Galicia interior, en la provincia de Lugo, la ciudad de Monforte de Lemos, conocida como la capital de la Ribeira Sacra. Monforte fue siempre encrucijada de caminos y, quizá por su ubicación, su importancia como villa a lo largo de la historia queda acreditada en multitud de documentos de todas las épocas. Existen datos de su existencia como castro entre los años 900 y 600 a.C. Pues en la parte más alta de esta villa se encuentra el conjunto monumental San Vicente do Pino, constituido por la torre del homenaje, el monasterio de San Vicente do Pino y el palacio de los condes de Lemos. El monasterio benedictino tiene su origen en el siglo IX, aunque el actual edificio, de estilo neoclásico, data del XVII. Su claustro central de cantería labrada ofrece el mayor interés arquitectónico del monumento que, tras su restauración, se ha convertido en un parador con 50 habitaciones distribuidas alrededor del claustro central y un edificio anexo denominado Casa del Monte Fuerte, que alberga los salones de reuniones y banquetes con capacidad para cien plazas. Si la fachada neoclásica encierra un indudable interés arquitectónico, mayor aún es el valor del claustro interior y, sobre todo, de ciertas piezas, como una urna cinerario y un valioso bajorrelieve pertenecientes al antiguo cenobio. Y lo más curioso: la inteligente disposición de declives y canalillos en el pavimento central con el fin de recoger las aguas pluviales almacenándolas en un aljibe bajo las baldosas. Adosada al ala izquierda del monasterio se encuentra la iglesia, renacentista. En el templo, de traza gótica y planta de cruz latina, llama la atención la elegante tracería de la bóveda bajo el coro. A pocos metros de la iglesia benedictina se encuentra el Palacio Condal, recientemente rehabilitado como parte del parador. Fue testigo de grandes fiestas y acontecimientos en su época de esplendor y atesoraba una gran riqueza artística, con obras de Tiziano, Rafael, El Greco... En 1672 sufrió un incendio y hasta el momento en que se transformó en parador se mantuvo en muy mal estado. Color, luz y reposo Para devolver al bello conjunto arquitectónico todo el esplendor que tuvo y conseguir la comodidad que requiere hoy un hotel de cuatro estrellas, durante la transformación se ha cuidado que el interiorismo respete al máximo el color, la luz y la sensación de reposo de la majestuosa intemporalidad que ofrecen los edificios. Para ello se han utilizado textiles mates en tonos neutros, verdes secos en varios grados, piedra y leves rojos otoñales; maderas de castaño neutras u oscuras, según los casos y hierro forjado patinado de óxido que se funden visualmente con la arquitectura. La mayor parte del mobiliario ha sido diseñado específicamente para este edificio. También se han incluido piezas antiguas de valor, como dos bargueños españoles del siglo XVII, mientras que el arte contemporáneo se utiliza sólo puntualmente. El resultado de estos trabajos es un hotel con 50 habitaciones (43 dobles, 4 suites y 3 dúplex) todas con baño completo, minibar, aire acondicionado y televisión interactiva. El establecimiento completa sus instalaciones con la piscina, el gimnasio y el restaurante. Muchas de las habitaciones reciben nombres relacionados con la historia del edificio, como el Cuarto del cardenal Rodrigo de Castro, una habitación con salón anexo en la primera planta. El vestíbulo, que conserva el artesonado original, da paso a la recepción, que es la antesala del claustro de San Vicente, centro neurálgico del parador en torno al cual se ubican las zonas comunes: el restaurante, la cafetería y los accesos al resto de las plantas. Desde ese mismo espacio arranca la escalera, totalmente restaurada, por la que se accede al refectorio y al gimnasio. En la planta sótano se ubica la zona de ocio, donde se encuentran la piscina, la sauna y el gimnasio. En el restaurante llama la atención una magnífica chimenea que crea un acogedor ambiente a la hora de realizar un recorrido por la cocina gallega que en el parador de Monforte tiene platos estrella como la brocheta medieval de solomillo de ternera en cuna de barro al modo benedictino.