Barcelona

Jaime Martínez-Bordiú en el banquillo

Jaime Martínez-Bordiú, en el banquillo
Jaime Martínez-Bordiú, en el banquillolarazon

Ver a Jaime Martínez-Bordiú sentado en el banquillo produce tristeza, sorpresa y hasta recelo hacia las adicciones. La suya por Ruth le ha llevado a esta situación tan extrema, con una fiscal pidiendo casi cinco años de cárcel para él por presuntos malos tratos. No le exime ni su enfermedad, algo que años atrás intentó resolver su entonces pareja, Patricia Olmedilla, actual duquesa de Terranova, internándole en una clínica. Ella fue su amparo y paño de lágrimas, un amor generoso que Jaime no encontró en la barcelonesa Ruth. Ha sido una relación llena de encuentros y desencuentros, amargada por los lógicos celos del menor de los Franco, el mismo que en «¿Dónde estás, corazón?» se atrevió a reconocer que era drogadicto. Un dolor para su madre, la duquesa de Franco, que anteanoche le animaba ante el juicio de ayer en Barcelona.
«Affaire» con Sardá
Todo viene de una aciaga noche en la Costa del Sol, donde la pareja fue para solazarse y Jaime acabó pasando casi un día en el calabozo, después de que Ruth le denunciara por presuntos malos tratos. Luego solucionaron sus desajustes, siempre balanceados por la adicción. Además, ella sacó un disco supuestamente subvencionado por Jaime, que tiene más medios económicos de los que algunos creen y hasta un piso en la parte alta de Ronda de Dalt. Pero no funcionó su intento de convertirla en estrella melódica, ni tampoco sus pretensiones de ser la representante eurovisiva de Andorra hace años. Concursó con el nombre de Liu y tuvo un «affaire», o eso creyó ella, con Javier Sardá, quien, una noche, al recibir una llamada suya para recordarle que tenían una cita, le replicó: «No puedo, Ruth, mañana me caso». Un jarro de agua fría para quien se había forjado ciertas ilusiones de apadrinamiento artístico. Jaime apareció entonces como su ángel de la guarda. Parecían almas gemelas, y vivieron el espejismo de un gran amor. Incluso se les vio juntos recientemente en un restaurante japonés haciéndose arrumacos.
De sus hermanos, a Jaime sólo le apoya Carmen, qué no sabrá ella de lo débil que es la carne, más ahora que la disfruta en abundancia y José Campos tiene dónde agarrarse.
Lo mismo sucede con Ruth, siempre en busca de mejores perspectivas. Y, si hace dos meses, aún pensaba en arreglarse con Jaime, pronto pareció conformarse con un empresario cincuentón dedicado a las inmobiliarias. Casado y con nombre de santo castellano, dejó a la madre de sus dos hijas por una secretaria enredada con el futbolista Eto'o. Pactaron la separación y él, caballero donde los haya aunque un poco nuevo rico, quiso compensarla con una torre en la avenida Pearson por la que llegó a pagar las arras hasta que se echó atrás. Ahí surgió la Ruth siempre embaucadora, auténtica encantadora de serpientes y ahora enfrentada a Jaime, al que muchos recomiendan que diga «toda la verdad» para descubrirla. Parece que hay oculto más de lo que se sabe, o que algo se entrevió en unas fotos inéditas con las que Jaime podría estar atemorizado. Aunque ellos y el resto quedan de lo más retratados.