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Orgullo gay

La Razón
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A punto de celebrarse la fiesta más famosa de la homosexualidad, los vecinos del madrileño barrio de Chueca se llevan las manos a la cabeza, no porque vayan a ver a cientos de homosexuales, medio desnudos, medio borrachos y demostrando sus tendencias sexuales, sino porque les aterra el ruido atronador y los destrozos que tal festejo produce a su paso. Yo, la verdad, a estas alturas, le encuentro poco sentido a esta celebración que hace años podía considerarse reivindicativa, pero hoy es sólo una exhibición de mal gusto. Si hay algo que no entiendo es por qué tantos gays se empeñan en contarme cuáles son sus tendencias sexuales. Yo no voy hablándole a nadie de mi heterosexualidad y, si bien hace años, las persecuciones a los que tenían una sexualidad diferente hacía inevitable la pura reivindicación, ahora que los gays tienen no sólo los mismos derechos y posibilidades que el resto de la ciudadanía, matrimonio incluido, sino bastantes lobbys, sobre todo en los medios de comunicación, me parece absurdo e igual de antiestético que si los heterosexuales saliéramos a la calle a meternos la lengua hasta la garganta en público. Lo que cada uno haga con su sexualidad es cosa suya. La ley ya se ha pronunciado y las consideraciones morales las pone cada cual . Más allá de todo eso, sólo puedo decir que me siento muy orgullosa de compartir la vida con muchos gays que no hacen de sus tendencias sexuales un arma arrojadiza. Porque antes había muchos gays discriminados, pero ahora hay algunos que discriminan y muchas veces lo hacen a través de la impudicia y el escándalo.