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Asturias
Ruiz Villaescusa
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Aún pendientes de la autopsia, parece probable que el fallecimiento del profesor Antonio Ruiz Villaescusa, uno de los investigadores españoles de mayor prestigio internacional en el llamado «mal de las vacas locas», tenga alguna relación con su actividad profesional y se haya podido originar por un contagio de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Los forenses tienen la palabra, y aunque el profesor no haya ingerido carne de animales afectados por el mal, quizá el manejo de tejidos de pacientes humanos infectados sea la clave del contagio que acabó con su vida.Cada profesión tiene sus riesgos (los accidentes de trafico en los transportistas, las cornadas en los toreros, la silicosis en los mineros o el naufragio en los marineros), pero es infrecuente que ese catálogo incluya a personas cuya herramienta laboral es un microscopio y cuyo hábitat cotidiano es el servicio de anatomía patológica de un hospital; en este caso, del Príncipe de Asturias, en Madrid. Sin adelantarnos al dictamen que dentro de unas semanas harán público los forenses, estamos ante un caso llamativo en que el celo profesional y lo que el premio Nobel Severo Ochoa llamaba «la emoción de descubrir» han movido al profesor Ruiz Villaescusa a jugarse la vida por salvar la vida de los demás. Si se tratase de un futbolista famoso víctima de la muerte súbita en el terreno de juego o de un diestro de postín corneado en la femoral por un toro bravo, la maquinaria social del mester de plañideras ya se habría puesto en marcha, con minutos de silencio y campanas doblando entre el llanto de la multitud. Pero, en España, un científico tiene menos relevancia social que un langostino, investigar en nuestro país sigue siendo llorar, y los avances de la medicina son noticias menores al lado de los errores diagnósticos o de la paliza que le da un gamberro a su galeno de cabecera porque le negó una baja laboral. El profesor Ruiz Villaescusa no recibirá elogios en los noticiarios de gran audiencia, probablemente tampoco habrá reconocimientos oficiales, ni mucho menos se celebrará en su honor uno de esos mal llamados funerales de Estado… Lo que ahora sabemos es que era un gran profesional, un investigador de prestigio internacional, un hombre modesto y tenaz que halló su propia muerte ahuyentando la ajena.
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