Libros

Estocolmo

Spiegelman una vida entre viñetas

El autor de «Maus» publica por primera vez «Breakdowns», un álbum autobiográfico donde explica su aventura vital y su evolución en el mundo del cómic.

Spiegelman, una vidaentre viñetas
Spiegelman, una vidaentre viñetaslarazon

La condición de la sinceridad es necesaria para expiar los fantasmas familiares. Spiegelman suma el adjetivo de cruel a esa cualidad imprescindible. Algunas de sus viñetas arrastran analogías de diván en sus formas, aunque los trazos del dibujo no recuerden al tobogán freudiano en ninguno de sus aspectos. Salvo en uno. La confesión. Cuando en 1978 publicó «Breakdowns» dibujó algo más que el perfil biográfico de un brillante y torturado creador de cómics. Modeló los traumas que había heredado. Sus padres habían perdido un hijo (cuya sombra perseguiría siempre al dibujante) y padecido el esclavismo de los campos de concentración –Auschwitz–. Historias paternasLas historias paternas de aquellos días se transmitían entre los supervivientes, de unos a otros; se comentaban de forma oral en las casas y quedaron recogidas, al final, en esa cacería de gatos y ratones que reflejaba «Maus» –una recopilación de tiras que se habían publicado de manera periódica en la revista «Raw» y que merecieron el Premio Pulitzer–. Con anterioridad a esa publicación, hoy en los altares de la mitología, Art Spiegelman (Estocolmo, 1949) ya había despuntado en los cómics «underground» de Estados Unidos por su sed investigadora y una avidez infrecuente por la experimentación y la capacidad de este hombre, capaz de beberse metafóricamente la tinta, de reconducir hasta el límite de lo posible el mundo de las viñetas. El artista jovenEn los años setenta editó un libro que ahora, por primera vez, aparece en España: «Breakdowns. Retrato del artista como un joven» (editado por Reservoir Books Mondadori). «Envidio al artista joven, nervioso y sediento de tinta que dibujó las tiras reunidas en "Breakdowns"hace treinta años –comenta el propio Art Spiegelman en el revelador epílogo (su prosa es igual de franca que sus historias) que adjunta esta edición, que incluye materiales inéditos–. Al revisar ahora la obra de este delgado libro, me cuesta reconstruir el contexto en el que exploró por primera vez las posibilidades que veía en el medio que amaba. Admiro su ambición, su entusiasmo, su determinación y su delgadez». La obra es atroz por su veracidad y honradez. No escatima los hitos que marcaron su infancia y las consecuencias psicológicas que le acarrearon. Creó este diálogo consigo mismo entre 1972 y 1977 y algunas de sus partes se mueven en la linde de lo experimental, aunque jamás olvida una nota de humor para sobrellevar los capítulos más duros. «No suelo confundir el arte con la terapia (crear arte es más barato), pero estaba convencido de que "Planeta infierno"me había ayudado a superar el suicidio de Anja», escribe en uno de los bocadillos. En la raíz de estas páginas (que logra fijar una atención de lectura, muy cercana a la de un libro, una de las ambiciones del dibujante) está el suidicio sin nota de su madre. «Treinta y siete años después de dibujar esa tira. Treinta y siete años después de la muerte de mi madre, no esperaba este dolor», añade poco después. Sucedió en 1968 y como cuenta en «Breakdowns», «esa noche fue terrible. Mi padre insistió en que durmiéramos en el suelo: una antigua tradición judía, supongo. Me abrazó y estuvo gimiendo para sus adentros toda la noche. Yo estaba incómodo... ¡teníamos miedo!». Si las palabras conmocionan, leerlas con el dibujo delante dan una idea precisa de la honestidad que el autor emplea consigo mismo.Una plegaria El «shock» emocional por la desaparición de su madre sobresale en diferentes partes del cómic y en una acusación que es un grito encerrado: «¡Me asesinaste, mamá, y me dejaste aquí para que cargara con la culpa!». La relación con el padre está detallada en «Mirando a papá», donde anota una plegaria: «Ojalá tuviera más recuerdos afectuosos de mi padre. No es que él me pegara todo el tiempo ni nada por el estilo (aunque lo hacía, sólo que para su generación era la forma de criar a sus hijos)». Para los seguidores de Spiegelman, que recibieron en 2004 su visión del 11-S: «Sin la sombra de las torres», la parte más interesante corresponde al descubrimiento de los tebeos durante la infancia. Abrió los ojos, profesionalmente, con una revelación: «Era la chica de la portada de una revista y olía a lo prohibido. ¡No pude apartar las manos de ella!». Diva posmodernaNo era una publicación pornográfica, sino la revista «MAD», y lo que aparecía allí era una Mona Lisa «posmoderna», una musa entre el cubismo de Picasso y un sonriente dinosaurio prehistórico. «En el marco claustrofóbico del hogar de mis padres, los cómics fueron mi ventana a la cultura estadounidense. Las primeras ráfagas de aire fresco del exterior vinieron con "El pato Donald", de Carl Bark; "La pequeña Lulú", de John Stanley, y, de forma más penetrante, el fuerte impacto de "MAD", de Harvey Kurtzman. En cuanto descubrí que los cómics no eran exactamente un fenómeno natural –como los árboles–, sino que estaban hechos por gente, quise desesperadamente ser una de las personas que los hacían». Spiegelman relata cómo esos tebeos a centavo que le traía su padre –quien pretendía que estudiara medicina o se convirtiera en dentista–, le abrirían la ventana de su destino: «Caí de cabeza en un peligroso mundo adulto de imágenes violentas y de contenido sexual». A partir de ahí se inició en una carrera que desembocaría en un Pulitzer. Su intención era elevar la cultura popular del cómic a la de gran manifestación cultural. Ahí queda su trayectoria por las drogas, las lecciones que aprendió de Ken Jacobs, «mi mentor y mi más irascible amigo», y el descubrimiento del cubismo de Picasso y de la gran pintura que después le marcaría.