Argentina

La pandemia hunde la economía argentina

Los precios de los alimentos aumentan un 30%, lo que agrava la pobreza entre la población más vulnerable

El Ejército argentino reparte alimentos entre la población de los barrios más humildes
El Ejército argentino reparte alimentos entre la población de los barrios más humildesA. S.

El Mercado Central, el más grande América Latina, es el responsable de alimentar a 13 millones de personas. Hasta aquí desde que sale la luna, acuden los comerciantes que luego venden la mercancía en los establecimientos de la capital y la provincia de Buenos Aires. Es un laberinto de puestos repletos de verduras, pescado y carne. Precios al por mayor, mucho más baratos que en la capital.

Es un territorio inhóspito, alejado, erigido en uno de los partidos más marginales, la Matanza, donde los robos a los comerciantes son habituales. Ahora, por el aumento de los precios experimentado durante la pandemia, la gente común, minoristas, también, se acercan desesperados con el carro y el coche para intentar aliviar el bolsillo y llenar la despensa.

En Argentina, según la Asociación Consumidores Libres, la cesta básica de alimentos subió un 30% durante el mes de marzo. Y eso pese al que el Gobierno, supuestamente, estipuló precios máximos y sanciones a quien no los cumpla. Sin embargo los precios siguen creciendo. A esto hay que sumar una inflación que supera el 40% y que, según todas las predicciones, este año volverá a rondar esas cifras.

El Mercado Central no es una excepción, también subieron los precios pero en cualquier caso sigue siendo la opción más rentable. El problema es que a ciertas horas de la noche se aglomera la gente, con gran riesgo de contagio. De hecho una persona ya ha fallecido en plena compra. Desplomándose al suelo. La actividad ha bajado un tercio, pero sigue siendo efervescente.

Otros viven de las sobras. En las afueras de un galpón hay un contenedor de acero donde los verduleros vierten las sobras. Un grupo de unas 20 personas aguarda paciente, hasta que se abalanzan sobre su presa. Se sumergen en esta piscina de lechugas y tomates podridos para atrapar las mejores piezas. “No grabes”, nos dice uno de ellos. Su compañero más accesible nos comenta que “muchos vivimos de lo que tiran, a veces no está en muy mal estado, desechan cosas que no les caben en las cámaras de frío". A su lado un hombre limpia las lechugas, retira las hojas pochas y las coloca en una linda caja de madera. “Estas las vendo yo en el barrio, y como si fueran nuevas” afirma sonriente.

Un ejército contra el hambre

En la misma situación se encuentra Puerta de Hierro, una de las villas miseria más afectadas por la pobreza, que en el país alcanza el 37%. Es un territorio de narcos, donde impera la ley de plomo. Callejones sin salida, estrechos pasillos. La parroquia de Santa Fe ha organizado un refugio con 100 camas para atender a los posibles contagiados. Enfrente el Ejercito ha desplegado a sus tropas. Es uno de los puestos donde cocinan. Grandes toneles de guiso de arroz que introducen en una especie de remolque de acero. Reparte, por día, 1.500 raciones en tres turnos. En cada turno utilizan dos cocinas de campaña, que cargan 250 raciones (300 litros) cada una. Las variantes de platos son tres tipos de guiso: Arroz, fideos, o lentejas, que pueden llevar carne vacuna o de pollo.

Un destacamento sube a un camión escoltando los víveres, recorren la villa. Le esperan largas filas de personas en busca de su ración, pocas portan mascarillas. En un contexto social en el que la pobreza se potencia por la cuarentena que castiga el trabajo informal, esta ayuda es la única alternativa. Fabio Monserrat, coronel del Ejercito y médico, aclara: “Un paciente con las defensas bajas es mucho más vulnerable, es necesario que se alimenten bien”.

Supermercados sin cuarentena de precios

A varios kilómetros de allí el escenario cambia completamente. Ya no suena la cumbia desde los balcones, ni lo perros pasean por calles sin asfaltar. Bares y restaurantes de moda cerrados por el coronavirus y extensas arboledas que empiezan a soltar sus hojas por el otoño, componen el bello paisaje. Estamos en Palermo, una de las zonas acomodadas de Buenos Aires.

En uno de los supermercados una decena de personas espera su turno, pacientemente. Es parte de las normas impuestas, no puede haber aglomeraciones en el interior. “Es una vergüenza lo que han subido las cosas, se ríen de nosotros, aprovechan incluso un virus para seguir aumentando los precios”, exclama Teresa, una joven de unos 20 años que aguarda con su bolsa colorida de tela. Los alimentos que más ha subido son el arroz, la harina, la verdura los pescados, los lácteos y la carne, sin explicación alguna. Además el consumo se incremento en el mes de marzo un 20% fruto del pánico originado ante el posible desabastecimiento. El Gobierno, aunque realiza controles, no ha sabido mantener los precios, dejando que los especuladores y los monopolios de las cadenas de supermercados se lucren de los argentinos.

A todo esto hay que sumar un escándalo que bien podría denominarse como el primer caso de corrupción del Gobierno peronista que comanda el presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Kirchner.

Mediante siete resoluciones, el Ministerio de Desarrollo Social hizo compras millonarias en medio de la crisis del coronavirus. El punto no es la cantidad de aceite, fideos, arroz o lentejas que adquirió, sino lo que pagó. Un 35% más que los precios correspondientes a los alimentos de primeras marcas que uno puede encontrar en los puestos de cualquier mercado.

El Ministerio de Desarrollo Social fue beneficiado con una partida millonaria para la compra de alimentos. Aprovechando el decreto de emergencia la licitación fue abierta, pero los proveedores fueron elegidos a dedo, curiosamente empresas diferentes pero de un mismo grupo. Los chivos expiatorios fueron 15 funcionarios del ministerio a los que despidieron, pero el jefe de la cartera, Daniel Arroyo, salvó la cabeza. El país se encuentra al borde de la bancarrota y el granero del mundo empieza a vaciarse, pero en tiempos de pandemia también hay pícaros que ganan dinero.