Estados Unidos

Los republicanos cierran filas con Donald Trump de cara a noviembre

Todos los ponentes agradecieron el liderazgo del presidente estadounidense durante la pandemia del Covid-19 en la primera jornada de la convención del partido conservador

El Partido Republicano de Donald Trump arrancó su semana de pasión y gloria con su propia ráfaga de oradores e imágenes. Los primeros compases de la convención de Charlotte en Carolina del Norte consistieron en vídeos y discursos para dibujar el collage de EE UU. Las ideas y el tono estaban claras. Intermedios con segmentos musicales dignos de una adaptación cinematográfica de una novela de Tom Clancy. Sobresalía la intención de consolidar la idea del actual presidente como un paracaidista.

El hombre que llegó para drenar el pantano. El enemigo de los millonarios, las estrellas de Hollywood, los jeques de las tecnológicas y los profesores universitarios. No importa demasiado que el mismo Trump sea un millonario y que su habitad nacional haya sido el de la Manhattan liberal. Tocaba explicar las virtudes de un presidente atento a las necesidades y penurias del trabajador, patriota y defensor de unos principios sólidos. En el primero de varios vídeos del presidente la audiencia lo vio reunido con profesionales de los servicios de emergencia.

Todos agradecieron su liderazgo durante la pandemia del Covid-19. Igual que los ciudadanos a los que la Administración Trump logró sacar de la cárcel en distintos países del mundo. Poco a poco la convención tomó un rumbo pintado en claroscuros. Los nubarrones quedaban reservados para referirse a una oposición que en sus peores versiones, la de la izquierda “woke”, resulta justamente caricaturizable. La cultura de la cancelación, las peticiones de los activistas para cortar los fondos de la policía, la destrucción de estatuas y, sobre todo, el ataque a la reputación de tantos y el intento por disolver la presunción de inocencia conforman un paquete con una relación más que dudosa con el el sistema demoliberal.

Claro que al otro lado no están los líderes de las comunas de Portland sino un Joe Biden con 45 años de experiencia en Washington y una ex fiscal de California, Kamala Harris, que despierta muy pocas simpatías en el sector más radical del partido. Pero los disturbios de los últimos meses, las imágenes de ciudades bajo el toque de queda, propiciaban un material bastante más combustible que la idea de que una administración Biden transformará EE UU en una franquicia de la Cuba castrista. Tampoco es que los demócratas necesiten a Bernie Sanders alabando en televisión los logros educativos de la revolución (cosa que por supuesto Bernie hizo durante las primarias, liquidando de paso sus magras posibilidades en Estados como Florida).

A Trump Jr. hijo del presidente, los organizadores le concedieron tiempo y espacio para lucirse. Estuvo agudo, injusto y ácido. Le sobró con recordar las imágenes y mensajes de esos rivales empeñados en anteponer la identidad por sobre la igualdad. «Joe Biden y la izquierda socialista serán un desastre» exclamó Nikki Haley, ex embajadora de EE UU ante Naciones Unidas. «América no es un país racista», recalcó la hija de Raj Kaur Randhawa y Ajit Singh Randhawa, que emigraron a EE UU desde la India. Conscientes de que de cara a sus seguidores la mejor baza de Trump es Trump fueron constantes las menciones a su gestión e, incluso más, a la calidad de su personalidad.

Jim Jordan acusó a los demócratas de negarse a denunciar a las mafias que aspiran a destruir el país al tiempo que retiran «fondos a la policía», a la patrulla fronteriza» y a «nuestras fuerzas armadas». Y mientras hacen todo esto», añadió, «también intentan quitarte las armas». Estuvo bastante más sutil el senador por Carolina del Sur, Tim Scott. El suyo y el de Haley fueron quizá los mejores discursos de una noche herida por el formato.

Igual que les sucediera a los demócratas la semana anterior, las convenciones nacieron para representarse delante del público. No ante un auditorio vacío. Asunto distinto es que al otro lado, tanto hace unos días como ahora mismo, haya decenas de millones de estadounidenses pendientes del televisor. En especial los indecisos que no siguen a menudo la actualidad política y para los que estos cuatro días pueden resultar cruciales.