Fraude

Trump se aferra a un segundo mandato

El fiscal general William Barr ordena al Ministerio Público investigar todas las demandas de fraude, mientras el secretario de Estado Mike Pompeo asegura que habrá una continuidad republicana

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«¡VAMOS A GANAR!» Así, con mayúsculas y entre exclamaciones, lo había escrito en Twitter el todavía presidente, o presidente en funciones, Donald Trump. Lo tecleó en mitad de una batería de mensajes de cómplices y aliados, que procedió a dar pábulo, y en los que denuncian un fraude masivo. Algo así como la mayor estafa electoral en la historia de los EE UU.

Mientras tanto, la Administración Trump niega al presidente electo, Joe Biden, la concesión de las elecciones. De lo que resulta que no ha sido posible poner en marcha el largo y complejo proceso de transición, con lo que la administración está cerca de atascarse y el gobierno de abandonar el rumbo el designio de los elementos. Entre tanto el fiscal general, William Barr, ha ordenado a los fiscales que investiguen las denuncias por fraude antes de que los estados todavía en juego proclamen un ganador. Casi inmediatamente el fiscal principal de delitos electorales del Departamento de Justicia, Richard Pilger, presentaba su dimisión. Acusa a Barr de intentar "derogar la la Política de No Interferencia, seguida durante cuarenta años».

Hasta ahora el Departamento de Estado siempre ha esperado a que certifiquen los resultados, y se declare un ganador, antes de acometer las investigaciones.

Pero Trump hace meses que había avisado de su intención de recurrir en caso de perder. Después de intentar levantar una red de abogados para tratar de paralizar el proceso, los expertos empezaron a operar y presentaron un recurso ante los jueces para que el Estado de Filadelfia no proclame a Joe Biden ganador de los comicios. No, al menos, hasta que los abogados hayan presentado, fundamentado y, anhelado, los recursos. Con ellos, y armados con una retórica de democracia en peligro mortal frente a una conspiración liderada por unos políticos corruptos, unos burócratas vendidos, unos medios de comunicación cómplices y unas tecnológicas rendidas, esperan darle la vuelta a las presidenciales y demostrar la monstruosa conspiración orquestada en su contra.

Trump también ha vuelto a traficar con vídeos de sus propias comparecencias tras las elecciones del martes 3 de noviembre. En las que entre otras cosas afirmó que «decenas de miles de votos fueron recibidos ilegalmente después de las 8 de la noche del martes, día de las elecciones, cambiando total y fácilmente los resultados en Pensilvania y algunos otros estados dudosos. Como asunto aparte, cientos de miles de votos no pudieron ser OBSERVADOS ilegalmente».

Sus reclamaciones han coincidido con la efervescencia en redes rumores y una catarata de fake news. Una de los más comentados ha sido el que supuestamente envolvía a la influyente web Real Clear Politics, y que según varios mensajes distribuidos en redes sociales habría rectificado la proyectada victoria de Biden en Pensilvania. «Eso es falso», respondió Tom Bevan, «responsable de la página, Nunca otorgamos Pensilvania y nada ha cambiado».

Pero su mensaje apenas lograba mitigar aquel al que respondía, escrito nada menos que por el ex alcalde de Nueva York, y abogado de Donald Trump, Rudy Giuliani, que acaba de escribir en Twitter que los medios que facturan «#FakeNews no cubrirá la demanda judicial que invalidará 300.000 o más votos demócratas corruptos en Filadelfia. Real Clear Politics simplemente le ha quitado PA a Biden y la ha dejado abierta. Esto es sólo el comienzo. Busquen más allá de la censura de los grandes medios para ver cómo cambia todo».

De la violencia del debate habla a las claras una información del New york Times, donde da cuenta del creciente malestar entre las reputadas firmas legales que asesoran a Trump y el resquemor entre sus socios a que con sus medidas y recursos contribuyan a la erosión del sistema. D

esde luego poco hace por serenar los ánimos encontrar, de forma inédita, a un presidente de los EE.UU. que no duda en tachar de corrompidas a ciudades como Filadelfia o Detroit, por cierto, dos urbes netamente afroamericanas, o proclamar que, a pesar de que ha obtenido menos de cuatro millones de votos que su oponente, en realidad todo es debido a una maniobra orquestal conjurada para arrebatarle el triunfo.

Entrevistado por la revista de la Universidad de Harvard, el profesor de Gobernanza, y director del Instituto de Estudios Latinoamericanos, Steven Levitsky, coautor con el también profesor de Harvard Daniel Ziblatt, del libro, ya seminal, “Cómo mueren las democracias”, ha comentado que no basta con dejar atrás los problemas legales de estos días. El país debería de analizar con mucho más detalle porque el sistema ha llegado a semejantes niveles de corrosión y brutal desconfianza. Entiende que los engranajes políticos del país no fueron concebidos para soportar la presión de dos partidos enfrentados en un combate que no permite hacer prisioneros. «Nos dirigimos a una disfunción extrema», alerta, «No fue hace mucho tiempo que muchos académicos creían y enseñaban que nuestro sistema funcionaba bien. Esto ha cambiado mucho en la última década y ciertamente en los últimos cuatro años. La pregunta que nos hacemos ahora es: ¿Qué tipo de reformas institucionales se necesitan para solucionarlo? La naturaleza de nuestra sociedad polarizada es terrible para nuestras instituciones».

Todo esto mientras Mike Pompeo, secretario de Estado, en un encuentro con periodistas, ponderaba la necesidad de contar todos los votos para rematar que «Habrá una transición sin problemas a una segunda administración Trump».