La injerencia del Kremlin

La humillación rusa a Borrell demuestra el interés para desestabilizar Cataluña

Crece la división en la UE tras el viaje a Moscú del Alto Representante

El Alto Representante Josep Borrell, con el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov
El Alto Representante Josep Borrell, con el ministro de Exteriores ruso, Sergei LavrovRUSSIAN FOREIGN AFFAIRS MINISTRYEFE

Puede que sea uno de los mayores errores de la política exterior europea en los últimos años. Tras la humillación sufrida por parte del máximo responsable de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, en su viaje a Moscú, aún es pronto para calibrar las repercusiones de este revés. Pero todo indica que las tensiones entre los países europeos a la hora de fijar una posición común en las delicadas relaciones con Rusia pueden exacerbarse de cara a la cumbre bilateral que se celebrará en el mes de marzo y que tiene, entre sus platos fuertes, el debate sobre cómo medirse con un rival tan correoso como Vladimir Putin.

Pase lo que pase en las próximas semanas, Borrell no es ya una figura de consenso para reconciliar ambos bandos después de la encerrona sufrida en Moscú. Las críticas a la Justicia española por parte de Serguei Lavrov por el encarcelamiento a los líderes independentistas fueron particularmente desestabilizadoras y apuntalan las sospechas sobre campañas de desinformación a través de las redes sociales promovidas por el Kremlin en Cataluña y otros lugares del planeta.

La UE ha intentado reaccionar a estas maniobras con la creación de una célula dependiente del servicio de acción exterior europeo que detecta estas estrategias, pero todo indica que los esfuerzos son limitados para contrarrestar el poder de Moscú.

El viaje de Borrell ya venía precedido por la polémica. Los tres países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y algunos del Este le habían pedido al político español que este visita fuera cancelada tras el encarcelamiento del líder opositor Alexei Navalni, pero el máximo representante de la diplomacia comunitaria prefirió jugarse el todo por el todo, jaleado también por Francia y Alemania y apostar por el diálogo con el Kremlin.

El tradicional motor franco-alemán ha abogado en los últimos años por limar asperezas frente a Moscú y hacer un canto a la «realpolitik», a pesar de que esta postura levanta ampollas en algunos socios partidarios de no ceder ni un milímetro.

Merkel, criada en la Alemania del Este, siempre ha defendido una postura lo más pragmática posible respecto al vecino ruso y ha auspiciado la construcción del gasoducto «NordStream2» a través del Báltico para asegurar el suministro del gas sin pasar por Ucrania, a pesar de que esta operación incrementa la dependencia energética europea. Emmanuel Macron también ha visto en el deshielo con Moscú la oportunidad perfecta para tranquilizar a los países del Este, siempre proclives a confiar en la defensa de la OTAN y a mira con recelo los planes franceses de «autonomía estratégica» frente a Estados Unidos.

Una de las críticas más hirientes al viaje de proviene del otro lado del Canal de la Mancha. «Éste es un ejemplo de cómo la UE besa el trasero de Rusia», aseguró ayer el ex líder del Partido Conservador británico Iain Duncan Smith.

Precisamente, antes del Brexit, Londres era una de las capitales partidarias de la línea dura y que, como país grande, se erigía en líder natural y protector de las tres repúblicas bálticas, siempre temerosas del expansionismo ruso. Más aún tras la anexión ilegal de la península de Crimea a Ucrania en 2014.