Opinión

Carta abierta a los movimientos populistas

Hay que continuar actualizando otros datos sobre la labor realizada por España en Perú que, al parecer, han olvidado muchos de los que consideran que la conquista y colonización de América fue un genocidio

El presidente Pedro Castillo (i) mientras toma juramento a Pedro Francke Ballvé como nuevo ministro de Economía
El presidente Pedro Castillo (i) mientras toma juramento a Pedro Francke Ballvé como nuevo ministro de EconomíaPresidencia PerúPresidencia Perú / EFE

De acuerdo con la línea formulada por la gran escritora Carmen Posadas en su artículo “Algunos datos olvidados” y con el del prestigioso periodista César Cervera: “Las mentiras sobre la España imperial del presidente del Perú en su investidura” recientemente publicados, creo que es importante continuar actualizando otros datos sobre la labor realizada por España en Perú que, al parecer, han olvidado muchos de los que consideran que la conquista y colonización de América fue un genocidio y que creó una gran desigualdad social.

Comenzaré por recordar que de las crónicas de Juan de Betanzos, de Bernabé Cobo, de Garcilaso de la Vega Inca y de otros cronistas tempranos se deduce que, aunque la sierra andina es poco favorable para el desarrollo de la vida humana, desde tiempos inmemoriales se asentaron varios pueblos que desarrollaron importantes formas de vida que, de entre ellos, los Incas formaron en el siglo XV de nuestra era un gran Estado expansivo que abarcó más de cuatro mil kilómetros: desde el actual sur de Colombia hasta el norte de Chile, el cual comprendió las repúblicas de Perú, Bolivia, Ecuador, parte de Chile y de Argentina, y que aquel poderoso Estado, sin el conocimiento de la escritura, la rueda y el hierro, además de recopilar las culturas de las anteriores civilizaciones, marcó una gran huella en aquellos territorios construyendo caminos, palacios y templos.

Este Estado, llamado Tahuantinsuyo, nombre que aglutinaba a las cuatro regiones en que se dividió el mundo andino: Antisuyo, Collasuyo, Chinchaysuyo y Cuntisuyo, consiguió tan gran expansión al establecer un gobierno, especie de pirámide, en el vértice de la cual se hallaban monarcas, llamados Incas, en calidad de intermediarios entre el pueblo y el Inti, el dios Sol, del que se consideraban hijos y bajo esa facultad gobernaron ayudados por parientes que desde las panacas reales ocupaban los importantes cargos de capitanes, sacerdotes y funcionarios en los centro urbanos.

En cambio, las gentes comunes, los runas, vivían junto a sus tierras de cultivo en humildes moradas de adobe y paja y, como eran considerados una unidad de producción al servicio de la comunidad, estaban obligadas a entregar al Estado contribuciones en fuerza de trabajo y especies las cuales, tras ser llevadas a almacenes estatales, se distribuían según las necesidades de cada lugar y de cada ayllu, ya que no existió la moneda. Consecuentemente todos los hombres tenían que trabajar durante turnos obligatorios, llamados mita, desde los dieciocho a los cincuenta años en las obras públicas programadas por el Estado, en las tierras del Inca y del Sol, en las pertenecientes a sus propias comunidades, denominadas ayllus, y además debían de integrarse en los ejércitos. Las mujeres también trabajaban, ya que cultivaban las tierras, tejían la lana de las llamas o alpacas, hacían las labores domésticas y cuidaban de sus hijos. .

De lo anteriormente expuesto se deduce que el sistema social incaico fue rígido, que estuvo totalmente jerarquizado y que hubo muy grandes diferencias entre unas clases sociales y otras, puesto que si bien todas las perdonas tuvieron cubiertas sus necesidades básicas, los runas no podían acceder a la propiedad privada, ni poseer riquezas, mientras que los gobernantes tenían tierras y gozaban de grandes privilegios; por tanto, la igualdad sólo existió entre personas de la misma categoría.

Llegados a este punto también es preciso recordar que lo que se ha dicho en la leyenda negra sobre la colonización española de América no es cierto. Concretamente en Perú, según se puede ver en mi libro “Francisco Pizarro. El Hombre desconocido” ya el 9 de junio de 1536 Pizarro dirigió una pragmática al teniente de San Miguel de Piura prohibiendo que se hiciera esclavos a los indios; el 30 de abril de 1539 dio otra para rebajar el enorme peso que en el Tahuantinsuyo llevaban hombres, llamados cargadores, en las espaldas: “…que ninguna persona sea osada de echar a los indios más de una arroba de peso” y el 20 de abril de 1540, mediante otra nueva pragmática, ordenaba el buen tratamiento, la libertad de los naturales y que nadie se apoderara de sus tierras, exceptuando las posesiones que habían pertenecido a los mandatarios incas y al Sol.

Pero no cabe duda de que quien más protegió a los indígenas americanos fue la Corona española; en tal sentido basta recordar que en 1542 el emperador Carlos I de España y V de Alemania, al conocer las denuncias que el padre Bartolomé de las Casas había efectuado sobre el mal tratamiento que los encomenderos daban a los aborígenes en Santo Domingo, promulgó las Leyes Nuevas de Indias, las cuales constituyeron el primer habeas corpus del mundo en favor del débil. En ellas, los indígenas eran considerados vasallos libres del rey de Castilla, se les ingresaba en la civilización occidental y se regulaba su situación dentro de la igualdad jurídica y social que existía entre los diversos pueblos que habían poblado la Península Ibérica y asimismo es importante recordar que, poco después, el 12 de mayo de 1551 el emperador mandó fundar la universidad de San Marcos.

Por todo ello es preciso remarcar que la Corona española oficialmente no creó ninguna desigualdad entre las gentes que entonces habitaban Perú; que si hubo algunas fueron potenciadas por los mismos colonos que allí se asentaron, entre los que tal vez se encontraron algunos de los antepasados que ahora critican esos hechos, sin tener en cuenta la labor de civilización y aculturación que impuso en las ciudades y en las comunidades indígenas, muy diferente a la llevada a cabo por los ingleses en Estados Unidos y en la India, quienes en lugar de ayudar a los aborígenes, los exterminaron y se apoderaron de sus tierras.