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Borja de Arístegui

La capitulación

Putin ha abandonado todo indicio de racionalidad y la invasión demuestra que el mundo se ha vuelto un lugar más peligroso por la retirada de Occidente

Una madre abraza a su hijo en el interior de un autobús mientras huyen de Kiev Emilio MorenattiAP

Putin ha abandonado todo indicio de racionalidad. La invasión llevada a cabo en las últimas horas es una muestra más de que el mundo de hoy se ha vuelto un lugar más peligroso. Pocos son los que se atreven a vaticinar qué rumbo tomarán los acontecimientos en las próximas semanas. La invasión es la mayor violación del sistema de normas que establecimos al terminar la última contienda mundial. Éste estaba basado en una serie de reglas construidas sobre la institución de la soberanía, que, sin haber conseguido eliminar la violencia y la guerra, y que a pesar de sus defectos, había garantizado un cierto nivel de estabilidad sistémica. Hasta ayer.

Rusia siempre ha sido un caballo de Troya dentro del orden mundial liberal. Siempre ha sido un verso libre que, en los últimos años, ha ido tensando las cuerdas en un constante desafío, no ya a Occidente, también a los principios que establecían un marco de conducta internacional flagrantemente desechado por el Kremlin. Putin busca una cosa: la subordinación de los antiguos satélites de Moscú para conseguir el reordenamiento del sistema internacional actual. ¿Pero, por qué invade Putin? La respuesta es sencilla. Simple y llanamente porque puede. No es secreto que el presidente de la Federación de Rusia considera que la mayor catástrofe geopolítica de todos los tiempos fue la desintegración de la Unión Soviética, la emancipación de muchos pueblos que habían seguido bajo el yugo de Moscú, el último gran imperio. Y es que esto supuso un duro golpe para un país que aspiró a dominar el mundo. Hoy vemos como, a base de fuerza bruta,Rusia intenta reescribir su historia.

En las últimas décadas hemos sido testigos de cómo, poco a poco, actores incómodos dentro del orden mundial liberal, aprovechaban la paulatina retirada de Occidente, y de Estados Unidos en particular, para erosionar el sistema e intentar regresar a antiguas premisas, a pasados tiempos en los que la política, en particular la internacional, se hacían en base a cuestiones de fuerza, en base a cuestiones de poder.

Putin ha invadido Ucrania porque nadie se lo iba a impedir. Los cuerpos de seguridad de Ucrania tenían nulas posibilidades de hacer frente a una invasión por parte de las fuerzas rusas. Pero el problema es que durante las últimas décadas hemos ido mandando un claro mensaje. Occidente no está, ni se le espera. Fuimos incapaces de reaccionar en 2008 en Georgia, así como en 2014 cuando la anexión de Crimea y la invasión inicial del Donbass. Nuestros socios del Este como Polonia y los países bálticos venían avisando que una Rusia envalentonada no se conformaría con la simple desestabilización de esas regiones que considera parte integral de su territorio histórico. Y es que desde Kremlin llevan avisando desde hace años que Rusia no acaba en las fronteras de la federación.

Putin sabía que tendía vía libre

El caso es que Putin sabía desde el inicio que tendría vía libre para actuar. En Occidente llevamos años poniéndonos de perfil, con respuestas claramente insuficientes a las primeras violaciones de la legalidad internacional que han conseguido envalentonar a un autócrata sin escrúpulos.

Esto resulta en un mundo hoy más peligroso que ayer. La paz es frágil, y en ocasiones el precio que ha de pagarse para mantenerla es realmente alto. Sin perder de vista el verdadero origen de esta nueva y difícil realidad, debemos hacer autocrítica y reflexionar sobre todos los momentos en los que desde Occidente permitimos que se violaran los más básicos principios de concordia.

Nos enfrentamos pues a un periodo de incertidumbre. El sistema que nos protegía ha quedado dilapidado por las acciones de unos autócratas matones y criminales, y de un exceso de confianza, o quizás de dejadez y desinterés de nuestra parte. Hoy recogemos lo que ayer sembramos.

Estamos, pues, ante un escenario cuanto menos alarmante. Rusia se torna en verdugo del orden internacional, situación que será aprovechada por todos aquellos que tengan un interés similar en reescribir las reglas del juego. Hemos de pensar que el mensaje que enviamos es el de no estar dispuestos, ya, a hacer frente al autoritarismo. Kiev probablemente resultará, si no reaccionamos, en la tumba de Taipéi.

Es hora de que Occidente despierte y comprenda que en este nuevo escenario no podrá seguir manteniéndose indiferente. Volvemos en este siglo XXI a una escena internacional dominada por grandes bloques, novoimperios que buscan repartirse lo que quede del pastel. Ante esto solo queda el fortalecimiento del bloque liberal.

La OTAN es nuestra mayor garantía de seguridad. No en vano Ucrania y Georgia aspiraron a unirse a la alianza atlántica. El paraguas nuclear de la organización sumado a las garantías del artículo 5 marcan una línea roja que ni siquiera Putin se atrevería a atravesar. Y es que justamente el miedo a una invasión por parte de Moscú fue lo que llevó a Kiev y Tiflis a intentar sumarse a la OTAN, organización con la que la Unión Soviética nunca se atrevió.

Finalmente, la Unión Europea debe dar un paso adelante para sumar sus capacidades conjuntas al poder de disuasión de la alianza atlántica. No queda margen en el nuevo sistema internacional para una Europa de 27. En este nuevo escenario de incertidumbre e inseguridad marcado por la vuelta a la más básica realpolitik no podemos sino avanzar al unísono para sumar dos grandes potencias liberales a la contienda por el nuevo orden mundial.

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