Entrevista
David Pogue: «Fue la ruleta rusa. Tuve suerte de no ser yo»
LA RAZÓN habla con el periodista que subió al «Titan» tres inmersiones antes de que implosionara y acabara con la vida de sus cinco tripulantes
David Pogue es periodista de la cadena de televisión estadounidense CBS News y una de las pocas personas en el mundo que ha visto de cerca los restos del Titanic que yacen a 3.800 metros de profundidad en el océano Atlántico. Viajó a bordo del «Titan» tres inmersiones antes de que el sumergible implosionara y acabara con la vida de sus cinco tripulantes. «Fue la ruleta rusa. Tuve suerte de no ser yo», ha confesado el periodista a LA RAZÓN. Pogue tiene su propia teoría acerca de las causas del trágico desenlace, «el Titán implosionó, no porque estuviera hecho de fibra de carbono, sino porque estaba hecho de fibra de carbono, titanio y plexiglás». «Y bajando y subiendo y bajando 20 veces, gradualmente, esos tres materiales se expanden y contraen en diferentes cantidades bajo presión. Así que creo que, con el tiempo, algo se debilitó y hubo un sello que se soltó. Esa es esa es mi creencia. Y la única forma de evitar eso habría sido no diseñarlo en absoluto».
Para conocer con certeza el origen de la implosión habrá que esperar a recuperar todas las piezas del sumergible. Precisamente el pasado miércoles se pudieron ver las primeras imágenes de los cinco trozos del «Titan» rescatados hasta ahora del fondo del océano. En las instantáneas se aprecia cómo la tripulación del barco «Horizon Artic» descarga en tierra firme, en St John's (Canadá), los enormes fragmentos ayudándose de una grúa (no olvidemos que el artefacto submarino pesaba 10 toneladas). Ahora, un grupo internacional de agencias con investigadores procedentes de EE UU, Canadá, Francia y el Reino Unido examinará el hallazgo para disipar las causas del desastre. Funcionarios de la Guardia Costera estadounidense informaron de que entre los restos se encuentran la estructura de aterrizaje del sumergible, una cubierta trasera, las tapas de los extremos y cerca de donde se localizaron estas piezas se han detectado«posibles restos humanos».
Todavía quedan muchas dudas sobre si será posible recuperar los cuerpos de los tripulantes fallecidos, las consecuencias que tendrán los hechos para la propia compañía y si el siniestro cambiará la regulación y el poco control que hay sobre este tipo de embarcaciones. El «Titan» no estaba homologado por ninguna agencia, el CEO de la compañía OceanGate Expeditions, Stockton Rush, «sabía que nunca se lo iban a aprobar», explica Pogue a LA RAZÓN. Según explicó Rush en una entrevista de televisión en 2021, «mi sumergible es tan innovador (por los materiales de construcción) que no encaja en el marco normativo de la industria naval». En marzo del 2018, la Marine Technology Society, también le alertó de los problemas de seguridad que podía suponer: «El enfoque experimental actual adoptado por OceanGate Expeditions podría generar resultados negativos (desde menores hasta catastróficos)». Pero Rush hizo oídos sordos a todo.
Pogue explica a este diario que durante sus conversaciones con el dueño del «Titan» se dio cuenta de que Rush «realmente creía que su sumergible era seguro», nunca persiguió el dinero. «No estaba ganando dinero con este negocio», revela el periodista, «esperaba ganarlo algún día porque el 'Titan' no era nada barato, solo la gasolina del sumergible durante un verano costaba un millón de dólares». Cada pasajero pagaba 230.000 euros por la inmersión. Stockton quería hacer historia. En una entrevista con otra cadena de televisión estadounidense en 2021 aseguraba que «el futuro no estaba en Marte, sino en el fondo marino», del que no sabíamos nada. De hecho, solo se ha cartografiado menos del 10% del mismo a nivel mundial. «Él se vio a sí mismo como un vaquero tan rebelde como Elon Musk o Steve Jobs, haciendo las cosas de mejor manera, de una nueva manera». Su plan era documentar lo que quedaba del Titanic antes de que se desintegrara o lo arrastrara la corriente.
Para poder subir a bordo del «Titan» era necesario firmar un documento en el que se alerta de que se trata de un artefacto «experimental» que no cuenta con homologación, y cualquier daño o emergencia corre a cargo del pasajero, que asume que la inmersión puede tener un desenlace fatal y acabar en la muerte. Es inevitable preguntarle a David Pogue porque alguien firma un documento así y se embarca en una travesía con cuestionable seguridad. «Todo es diferente cuando ya tienes la información», responde Pogue. «Si buscas información de esta empresa hace un año no habrías encontrado nada de todo lo que ha salido ahora. He sido reportero de ciencia durante décadas y a menudo me han pedido que haga cosas que parecían peligrosas, como nadar con tiburones, y firmas el mismo documento siempre sobre peligros. Son cosas de abogados, realmente nunca pensé que alguien pudiera morir».
Pogue confiesa que la noche anterior a su inmersión no consiguió conciliar el sueño por los nervios y porque «el barco en el que dormíamos antes de bajar se movía mucho». En este sentido, también se ha dudado de que las condiciones meteorológicas de aquel fatídico 18 de junio fueran las más favorables para la misión. Horas antes de embarcarse en el sumergible, reconoce el periodista, «había algo que en el fondo me decía que era peligroso, pero intelectualmente estaba completamente satisfecho. Quiero decir, no estaba preocupado en absoluto». Cuando subieron al sumergible, todo cambió, desparecieron todos los miedos y «estábamos todos emocionados». ¿Volverá a realizar este tipo de actividades?, le preguntamos. La respuesta de David Pogue es directa y contundente, no lo duda: «No, he terminado. Mi esposa nunca me dejaría hacer algo arriesgado de nuevo después de estos».
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