Oriente Medio
El drama económico y el resurgir de la violencia sectaria marcan el primer año sin Asad en Siria
El autoproclamado presidente y ex yihadista Ahmed al Sharaa consolida su posición gracias al apoyo regional y de EE UU doce meses después de su inesperada entrada triunfal en Damasco

Transcurrido un año desde la inesperada caída del régimen de Bachar al Assad y la toma de Damasco por las fuerzas islamistas radicales comandadas por el nuevo hombre fuerte del país, Ahmed a Sharaa, Siria sigue atravesando una situación dramática, con casi todo por hacer, pues casi todo sigue donde estaba el 8 de diciembre de 2024. Porque Siria es un país devastado y exhausto tras 14 años de guerra, que sólo ahora comienza a salir del aislamiento, una sociedad dividida y traumatizada -con 14 millones de desplazados-, y, finalmente, con un gobierno que está lejos de controlar todo su territorio y que ha dejado claro que no celebrará elecciones libres ni se dotará de una constitución hasta dentro de varios años.
No es poco que los sirios se hayan deshecho del yugo de un régimen que gobernó de manera despótica durante más de cinco décadas (primero presidido por el general golpista Hafez al Assad y después por su hijo Bachar). Teniendo en cuenta que Siria es un país de mayoría suní -más del 75% de la población- y que la dictadura del clan Assad estuvo en manos de miembros de minoría alauí -que acabó relegando al principal grupo religioso de Siria-, la sensación de alivio y liberación sigue siendo generalizada en la sociedad del país levantino.
El más llamativo de los cambios registrados en los últimos doce meses -aunque venía fraguándose desde hacía varios años- ha sido el del autoproclamado presidente Al Sharaa, que pasó del yihadismo -y, por tanto, la persecución de las minorías- a hacer público un discurso coinciliador e inclusivo. Desde su entrada en Damasco, el líder del paraguas islamista radical Hayat Tahrir al Sham (HTS) defiende la coexistencia de credos y grupos étnicos en la Siria que pretende liderar en los próximos años. Lo cierto es que, cuando se han producido brotes de violencia intercomunitaria, Al Sharaa ha prometido justicia ante la población siria. Aunque, transcurrido un año desde el cambio de régimen, el gobierno interino ha sido incapaz de iniciar el proceso de la necesaria justicia transicional.
A corto y medio plazo el reto más acuciante para un país destruido como Siria es el de la recuperación y la reconstrucción, para la que se necesitarán al menos 216.000 millones de dólares según el Banco Mundial. Para comenzar el proceso era imprescindible lograr el levantamiento de las sanciones que pesaban contra su economía, y ello constituye uno de los logros indiscutibles de Al Sharaa, que ha visto cómo EEUU y la UE retiraban sus medidas de castigo. Clave ha sido para ello el apoyo estadounidense a un hombre a quien la Administración Trump quiere incorporar a su alianza contra el Estado Islámico y en tapón frente al expansionismo iraní. Tras el levantamiento de las sanciones de la ONU contra Al Sharaa, hace apenas unos días representantes del Consejo de Seguridad visitaban por primera vez el país desde la caída de Assad. Entretanto, las nuevas autoridades sirias negocian con Israel una suerte de normalización de relaciones.
El problema de la seguridad
Un año después de la llegada a Damasco de los islamistas radicales de HTS la seguridad sigue siendo uno de los mayores retos para Siria. En dos ocasiones hubieron las fuerzas vinculadas al nuevo gobierno de enfrentarse con milicias drusas y alauíes en en sus bastiones del sur y el oeste del país. La acusación de connivencia con el régimen de Assad -que presumió de proteger a las minorías a cambio de su apoyo- expone a alauíes, drusos y cristianos a las ansias de venganza de los sectores más radicales de la mayoría suní. El grupo más castigado ha sido el de los alauíes -el 10% de la población siria, seguidora de un credo emparentado con el chiismo-, víctimas recurrentes de ataques violentos de manos de milicias o individuos afines al nuevo gobierno desde comienzos de año.
El peor episodio de violencia se produjo a comienzos de marzo, cuando una tentativa de insurrección de elementos armados leales al anterior régimen fue duramente reprimido por las fuerzas islamistas vinculadas a Damasco, que acabó llevando a cabo varios centenares de ejecuciones de civiles en las provincias de Tartús y Latakia, de mayoría alauí.
El otro gran momento crítico de este primer año sin Assad se registró en julio en la provincia de Sueida, al sur, cuando milicias drusas se enfrentaron violentamente contra grupos armados beduinos vinculados al nuevo poder. Los combates dejaron también casi un millar de muertos entre combatientes y civiles de ambos bandos. También los cristianos han sido blanco del fanatismo y la venganza de elementos islamistas radicales, como quedara de manifiesto en el atentado del pasado mes de junio contra la iglesia greco-ortodoxa de San Elías, en Damasco, en el que perdieron la vida casi tres decenas de personas.
Una de los riesgos que entraña la pulsión sectaria es el de la fragmentación territorial. Si los drusos de Sueida exigen autogobierno a Damasco, hace años que el Kurdistán sirio es una región autónoma de facto, y en la zona costera las milicias leales al anterior régimen aspiran a la secesión. Amplias zonas del desierto están hoy en manos de grupos yihadistas ante la impotencia de las fuerzas del nuevo gobierno. Turquía, uno de los grandes apoyos de Al Sharaa, ocupa y administra varios puntos del norte del país e Israel, que quiere un sur desmilitarizado, ha llevado a cabo varias incursiones terrestres en suelo sirio.
En el lado de las escasas noticias positivas del último año para Siria, hay que dejar constancia del regreso de más de tres millones de sirios desplazados -1,2 millones procedentes de otros países-, según datos de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR). “La situación de seguridad dentro de Siria sigue siendo inestable en ciertas áreas, y los refugiados sirios están siguiendo muy de cerca la evolución de las condiciones sobre el terreno. Todavía existen enormes desafíos en un país devastado por 14 años de guerra. Barrios enteros siguen en ruinas, incluidas escuelas, hospitales y sistemas de agua”, explican desde la organización de Naciones Unidas.