Política

Estados Unidos

El cinturón del acero vuelve a ser clave en las «midterm»

Los estados industriales de noreste que, contra todo pronóstico, votaron a Trump en 2016 se inclinan por los demócratas en las legislativas. Las encuestas anticipan una victoria de la oposición en el Congreso

Una multitud espera al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en uno de sus actos de apoyo a la campaña de los candidatos republicanos de Michigan / Ap
Una multitud espera al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en uno de sus actos de apoyo a la campaña de los candidatos republicanos de Michigan / Aplarazon

Los estados industriales de noreste que, contra todo pronóstico, votaron a Trump en 2016 se inclinan por los demócratas en las legislativas. Las encuestas anticipan una victoria de la oposición en el Congreso.

Dos carreras en una. Más allá de los gobernadores, y muchos renuevan su asiento, la lucha por el legislativo. La pelea para saber si los republicanos mantienen su mayoría en el Senado y el Congreso. O si los demócratas retoman al menos una de las dos cámaras. Sería lo habitual. Lo que dictamina la tradición. A los dos años de ganar las elecciones, el presidente al mando suele ver como los electores castigan su gestión en la Casa Blanca. Con una previsible derrota del partido en las Cámaras. Pregúntenle al Obama de 2010. Las encuestas dicen que la historia podría repetirse. Los expertos en demoscopia hablan de una ola azul, el color asociado a los demócratas. Pero los supuestamente favorecidos no quieren ni oír hablar de una hipotética victoria abrumadora. No sea que la euforia, las sonrisas anticipadas y las previsiones teñidas de rosa desincentiven al electorado.

Por su parte, los republicanos confían en una reactivación final. Empujados por la fortaleza de algunos de sus candidatos y, por supuesto, por el instinto político, digno de un killer, de un presidente tan locuaz e irresponsable como hábil a la hora de fijar los términos del debate.

Tampoco olviden que el Cinturón Industrial, el Belt Rust, deparó una de las grandes sorpresas de las últimas presidenciales. Allí donde los electores habían votado mayoritariamente a Obama en 2008 y 2012, se decantaron por Trump en 2016. El vuelco fue una de las claves para explicar su victoria. Sin embargo, y aunque el presidente conserva allí buena parte de su carisma, los sondeos dicen que los demócratas podrían ganar con holgura. Es el caso de senadores como Tammy Baldwin, en Wisconsin, Sherrod Brown, en Ohio, o Bob Casey, en Pensilvania. Los pronósticos se repiten en Michigan e Indiana. De fondo, la complicada aritmética de extrapolar las simpatías y odios que despierta Trump a unos comicios que votan al mismo tiempo en clave local y nacional. Territorios en precario, que sufrieron abrumadoramente la quiebra de muchas industrias tradicionales, con las comunidades y en su entramado de afectos aproximándose a la bancarrota, acuciados por la epidemia de opiáceos, el paro y la falta de oportunidades, y que contrariamente a lo que sostenían tantos analistas no renuncian a su fervor por Trump y, al mismo tiempo, votarán demócratas en las legislativas.

Quien quiera entender bien lo que sucederá el próximo 6 de noviembre que sepa que las expectativas son distintas en el Senado y el Congreso. El primero, que parecía que acabaría en manos demócratas, podría permanecer teñido de rojo. Los republicanos apenas si necesitan mantener controlados dos escaños, mientras que los demócratas se juegan hasta 35. En total necesitan ganar 50. En opinión de analistas como Blacki Migliozzi y Jonathan Martin, de «The New York Times», la brutal pelea por la nominación al tribunal Supremo del juez Brett Kavanaugh habría propulsado el debate más allá de la política local.

Quizá ninguna de las carreras sea más decisiva, no tanto en términos absolutos como por lo que tiene de carga simbólica, que la que enfrenta en Texas al veterano Ted Cruz y al demócrata Beto O'Rourke. El primero es un pata negra republicano. Un evangélico convencido que estuvo cerca de lograr la nominación del partido en 2016. El segundo, con su campaña a base de donaciones ciudadanas, sin cheques corporativos, destaca como la gran esperanza de un Partido Demócrata que aspira a reinventarse y, sin embargo, ha necesitado en la recta final de la campaña del concurso del añorado Obama. Y en Estados como Florida resulta casi imposible hacer un pronóstico. Según una encuesta de CNN, un 49% votaría por el demócrata Bill Nelson y un 47% por el republicano Rick Scott.

El presidente en alerta

El Congreso, en cambio, podría decantarse en favor de los demócratas. En esa cámara los republicanos mantienen una mayoría holgada de 23 escaños. Pero los demócratas aspiran con motivo a conquistar hasta 35 asientos. Suficiente para darle la vuelta. Entre las razones que explicarían su victoria, la ley no escrita, pero imbatible, según la cual resulta mucho más fácil aspirar a un escaño si tu rival también se estrena. O sea, si el candidato, en este caso demócrata, no pelea contra un congresista republicano con años de experiencia en su cargo. Algunos destacados republicanos abandonan ahora sus viejos asientos. En no pocas circunscripciones el combate será entre recién llegados. Aparte, en el Congreso los demócratas apenas si tienen escaños en peligro. Excepto tres, parecen asegurados. Los republicanos en cambio ven amenazada buena parte de su fortaleza. Hasta 44 asientos. Eso sí, los demócratas necesitan 23 escaños suplementarios para ganar. Parece posible, pero tampoco seguro. Por si acaso Trump no duda en exhibir la venda. «Podría suceder, podría ocurrir», comentó durante un mitin, «vamos muy bien en el Senado, pero podría ocurrir». La noche del 6 promete emociones fuertes.