Política

Elecciones europeas

Europa fragmentada

"Pese a haber sido frenada en España y Portugal, el nido de la serpiente del autoritarismo intransigente y xenófobo se coloca como fuerza a tener en cuenta en la Eurocámara"

Europa fragmentada
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"Pese a haber sido frenada en España y Portugal, el nido de la serpiente del autoritarismo intransigente y xenófobo se coloca como fuerza a tener en cuenta en la Eurocámara"

En estas elecciones en España y en Europa nos estábamos jugando mucho más que saber el próximo reparto político que regirá el Parlamento Europeo, la representación española en la Cámara y el equilibrio en el resto de sus instituciones derivado de ello. Está en juego, no sólo el futuro del proceso de integración sino también –es importante subrayarlo– la pieza común que determinará el futuro inmediato de los sistemas democráticos en nuestro continente. Dos conclusiones a la vista de los resultados: a pesar de los resultados del PSOE y del PP en España, si alguien tenía alguna duda sobre el fin del bipartidismo, los resultados lo certifican, la caída en votos totales, tanto de populares, como de socialistas es evidente; incluso si sumaran sus fuerzas dejarían de ser la mayoría decisoria en el PE si no se abrieran a liberales y/o a la izquierda europea (verdes incluidos); lo que demuestra la tendencia hacia la atomización y el pluripartidismo. La segunda conclusión es que la crisis de la democracia y la distancia de la ciudadanía respecto a la integración, alimentan las posiciones extremistas de derechas, con Vox incorporado, que defienden una renacionalización del proceso y la vuelta a la Europa de las patrias.

Las fuerzas del populismo neoconservador, racista, excluyente y antieuropeísta avanzan inexorables hacia el corazón de Europa. La entrada de Vox en la Eurocámara, después de ganar estas fuerzas populistas de la extrema derecha gran parte del centro del continente, conquistada Italia con los resultados cosechados por la Liga de Salvini, con la victoria de Le Pen sobre Macron y acechada Alemania, con el hundimiento del SPD y la subida del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania y a pesar de haber sido frenada en España y Portugal, con sendas victorias socialistas de Borrell y Marques, el «nido de la serpiente» del autoritarismo intransigente y xenófobo se ha colocado como fuerza política a tener en cuenta en el Parlamento Europeo. Probablemente no con tanta fuerza como auguraban algunos de los sondeos, pero, aun así, de forma significativa.

Olvidamos con demasiada facilidad cómo históricamente los movimientos fascistas se valen de los valores democráticos y de las elecciones libres para, finalmente, acabar con ellos. Y lo peor es que el escenario económico y social ha sido propicio para estas fuerzas antieuropeístas que ya ocupan una tercera parte del Parlamento Europeo. Incluso, a pesar de haber crecido el voto en países como España, Alemania o Francia fruto también de una campaña comunitaria llamando a la participación que ha sido un ejemplo de colaboración ciudadana.

La lista que más parlamentarios aporta a la Eurocámara recién elegida es la CDU de Angela Merkel, con unos 28 escaños. Les siguen con 26 la Liga de Matteo Salvini, el partido polaco Ley y Justicia (PiS) y el Brexit Party de Nigel Farage. A continuación, quedarían los partidos franceses de Marine Le Pen (23) y el de Emmanuel Macron (22). Entre estas seis primeras listas hay una formación euroescéptica y dos de extrema derecha. Solo hay una del grupo popular y ninguna socialdemócrata. Las cosas mejoran para los dos partidos mayoritarios si observamos las 15 listas primeras: entran los socialistas de España, Italia y Alemania y los populares de Polonia, Hungría y Francia.

Con el paso del tiempo el sueño de una Europa federal avanzando de forma decidida hacia unos Estados Unidos de Europa alentado por Maastricht y Lisboa que la posición española apoyó incondicionalmente, se ha esfumado, y ahora estamos inmersos en esta vorágine del Brexit, derivada de la continuada indefinición británica, que lleva condicionando la Unión y sus políticas los dos últimos años; empezando por estas propias elecciones en donde a dos semanas de realizarlas no sabíamos si Reino Unido acudirían a ellas o no y con estos tristes resultados. En argot se decía «despedirse a la francesa» cuando alguien se iba sin decir nada; ahora se ha acuñado el término de «despedirse a la inglesa» cuando dices muchas veces de forma cansina que te vas, pero nunca acabas de irte.

Era imprescindible conseguir una mayoría parlamentaria impulsora de esa inevitable «refundación» de Europa que defendían con distinta intensidad tanto el PSOE como el PP. Sin embargo, con estos resultados, serias dudas y negros nubarrones acechan la abultada agenda que espera a la Unión: avanzar en la nueva agenda común de inmigración, asilo y refugio; la puesta en marcha de un Ejército Europeo capaz de cubrir el retraimiento y las desavenencias con el socio transatlántico que también se extiende a una verdadera guerra comercial fruto de esta esperpéntica «twitter diplomacy» de Trump; avanzar en la construcción de una verdadera «Europa Social» con nuevas políticas comunes en materia de desempleo y de apoyo a los jóvenes y a las familias; poner en marcha la tercera fase de la Unión Bancaria y dentro de la Unión Monetaria, transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) en un Fondo Monetario Europeo (FME); fortalecer la Acción Exterior en sus múltiples escenarios y de forma prioritaria la cooperación al desarrollo y la ayuda que requiere dar un paso adelante cuantitativo y cualitativo con nuevos instrumentos.

En conclusión, será necesaria mucha cintura política, más consensos y, de forma prioritaria, un mayor número de compromisos firmes sobre valores que, como la dignidad humana, la libertad, la igualdad y los derechos humanos, alimenten la fe europeísta para responder con decisión y firmeza a los grandes retos económicos, políticos, diplomáticos y militares que tenemos por delante. Pero, ante todo, para construir un dique frente a esas fuerzas que pretenden limitar esos valores democráticos dentro y fuera de la Unión para ir lapidando, poco a poco, el propio proceso de integración.