Elecciones

El milagro de Rui Rio: La derecha tradicional acaricia una inesperada remontada en Portugal

El candidato portugués ha dado la vuelta a los sondeos centrándose en la clase media y la bajada de impuestos

A lo largo de la campaña electoral, Rui Rio ha vivido escenas inéditas en los cuatro años que lleva al frente del PSD, el partido de centroderecha que representa la única alternativa al poder del socialista Antonio Costa. A Rio le animan fervorosamente por la calle, buscan estrecharle la mano, le prometen que le votarán por primera vez; los medios portugueses, asombrados, reproducen los elogios y deseos que recibe de tener un victoria este domingo. “¡No sé qué haré si gana!”, le espetaba un espontáneo en un acto en el norte del país esta semana. Ufano, con un destello de humor desconocido para la opinión pública, Rio respondía: “No haga nada, beba una botella de champán”.

Con este ambiente el PSD —que a nivel interno trata de asimilar una esperanza con la que muy pocos contaban— encara la que es su mejor oportunidad en seis años para volver a gobernar Portugal. Su último Ejecutivo, entre 2011 y 2015, tuvo que acometer durísimos ajustes impuestos por la troika a cambio del rescate que vivió el país en 2011, que también se pagó con el destrozo de la imagen del centroderecha, asociada desde entonces a la austeridad y para muchos lusos, al sufrimiento. Pero la historia empieza a cambiar. El sábado, un sondeo para CNN Portugal daba por primera vez el liderazgo al PSD, apenas un punto que encierra un significado profundo en un país en el que los socialistas lideran sondeos desde 2015. Desde el entorno de Rio no se hacen ilusiones; mucho de ese acercamiento está provocado por el rechazo a Costa, una idea que piensa exprimir de cara a la recta de campaña: Rio, la única alternativa.

No habrá más opciones consolidadas en un país que sigue apostando por un fuerte bipartidismo y en el que la tercera fuerza, la ultraderecha de Chega, apenas tendrá un 6% de votos, unos treinta puntos menos que el PSD y los socialistas. El centroderecha sabe esto y explota su imagen de partido de Estado, que tendió la mano al Gobierno durante la pandemia, aunque ahora recupera el discurso en el que se saben fuertes, con constantes promesas a la clase media de que mejorarán su poder adquisitivo con bajada de impuestos, sobre todo del temido IRS —equivalente al IRPF— y también la promesa de que acabará con quebraderos de cabeza nacionales como la aerolínea estatal TAP, que se ha convertido en un pozo sin fondo de dinero público, con 1.794 millones de euros inyectados desde que estalló la pandemia, y que pretende privatizar.

Su mayor debilidad, una pretendida asociación con Chega, ha sido neutralizada por Rio, y eso hace que gane enteros entre el numeroso electorado de centro de Portugal. Rio cerró la puerta a una alianza con la ultraderecha de cara a las elecciones municipales del pasado septiembre, negándose a considerar que un bloque conservador lograra mejores resultados, y todo ello en un momento en el que era profundamente cuestionado dentro de su partido por esa oposición suave que consideraban ejercía este economista, que cuenta también con el detalle no menor de ser de Oporto e intentar hacerse con el control, siempre más enrevesado, de la capital. Un forastero, en definitiva, que ha logrado mantener a la derecha tradicional diferenciada del populismo de ultraderecha de Chega, al que Costa ha buscado, sin éxito, asociarle durante la campaña.

Es precisamente la imprecisión de los ataques de Costa lo que ha disparado la seguridad ante la opinión pública de Rio, que ha dado una importante puntada en el debate que mantuvo con el primer ministro y candidato socialista la semana pasada en prime time televisivo, un cara a cara que tuvo una audiencia de 3,2 millones de personas (16% más que los que vieron idéntico enfrentamiento en las anteriores elecciones legislativas, en 2019) en un país de diez millones, con un share total de casi 60%.

Y lo ganó Rio, a tenor de las encuestas posteriores al debate. Con un Costa nervioso, que evitó a veces responder a los moderadores, por ejemplo a por qué había dicho que Rio “era un peligro” para el país, y otras veces ignoró directamente el enunciado de la pregunta para hablar de su gestión pasada, el líder del PSD habló de su plan progresivo de bajada de impuestos, admitiendo que ahora mismo el país no puede permitírselo, e incluso se dijo abiertamente a favor de subir el salario mínimo, actualmente en poco más de 700 euros. Pero lo más jugoso fue la puerta nueva y esencial que abrió: si Costa dimitiese después de las elecciones y los socialistas propusieran otro líder, él no tendría problema en llegar a acuerdos para formar gobiernos en minoría con ese nuevo actor. O lo que es lo mismo, Rio ya ni siquiera se dirige al todavía primer ministro.

“Siento que la probabilidad de ganar es mayor que la de no ganar”, dijo con su habitual cautela norteña al finalizar el debate. El 42% de los portugueses coincide con esa opinión, frente a un 38% que vio más potente a Costa.