
Opinión
Un retroceso a la era pre-Ricardiana
El catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Castilla La Mancha y presidente de la Fundación Weber analiza los aspectos ideológicos de la imposición del 15% de aranceles a productos europeos

La imposición de aranceles a productos europeos del 15% supone un escenario desestabilizador para la economía de la Unión Europea y para la española en particular. Además de la incertidumbre generada por la errática política de la administración norteamericana, los efectos sobre la inflación y las exportaciones españolas ya se están empezando a notar y se acentuarán en los próximos meses. Los aranceles suponen un nuevo revés al sector agrario español. También los medicamentos se verán perjudicados.
Pero fuera de los efectos meramente económicos me gustaría centrarme sobre los aspectos ideológicos de la medida. Desde un análisis superficial se suele asimilar el liberalismo económico a las posiciones conservadoras o de derechas, mientras a la izquierda se la identifica con posiciones más cercanas al intervencionismo y regulación públicas. Digamos que a lo largo del siglo XX, los conservadores defendían que lo primero era crear riqueza, mientras que el socialismo ponía delante la equidad y el reparto de la renta como el elemento clave de su política económica. En el siglo XXI los extremos del arco político, tanto a la derecha como a la izquierda, confluyen en un acercamiento de sus posturas antiliberales, defendiendo el proteccionismo, la intervención pública y el control férreo por parte del Estado o del poder de la actividad económica.
Los aranceles impuestos por Trump representan un claro alejamiento de la doctrina liberal y, más específicamente, una negación práctica de la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo. Para el liberalismo económico, los aranceles son una distorsión del mercado que interfiere directamente con la especialización eficiente. Funcionan como un impuesto sobre las importaciones, encareciendo los productos extranjeros y haciéndolos menos competitivos frente a los nacionales. El objetivo de Trump es, supuestamente, proteger la industria estadounidense y forzar a la UE a «negociar» acuerdos comerciales más favorables para Washington. Sin embargo, desde una perspectiva ricardiana, los aranceles anulan los beneficios potenciales del comercio: obstaculizan la especialización al hacer que los productos importados sean artificialmente más caros; desincentivan la especialización de un país en aquello que produce con mayor eficiencia comparativa; en lugar de permitir que la producción se concentre donde los costos de oportunidad son menores, los aranceles empujan a los países a producir bienes en los que son relativamente menos eficientes.
Reducen el bienestar general: si, por ejemplo, la UE tiene una ventaja comparativa en la producción de ciertos bienes manufacturados y Estados Unidos en servicios de alta tecnología, los aranceles sobre los bienes europeos hacen que los consumidores estadounidenses paguen más y tengan menos opciones. Del mismo modo, las represalias arancelarias europeas perjudican las exportaciones estadounidenses, encareciendo sus productos para los consumidores europeos y limitando el alcance de las empresas estadounidenses con ventaja comparativa.
Generan ineficiencia y protegen industrias débiles: al proteger a las industrias nacionales de la competencia extranjera (que podría ser más eficiente debido a su ventaja comparativa), los aranceles eliminan la presión para innovar y mejorar. Esto puede llevar a una asignación ineficiente de recursos y a una menor productividad general a largo plazo.
Provocan guerras comerciales: la teoría ricardiana subraya que el comercio es un juego de suma positiva. Los aranceles, al ser percibidos como un ataque, suelen generar represalias, como la imposición de aranceles por parte de la UE a productos estadounidenses. Esta escalada reduce el volumen de comercio para todos y destruye los beneficios mutuos que la especialización ricardiana podría generar. La retórica de Trump, centrada en el déficit comercial como una «derrota» y en la importación como una «amenaza», choca frontalmente con la visión liberal ricardiana, que ve el comercio internacional como una relación mutuamente beneficiosa. Para Ricardo, los déficits o superávits son resultados de las interacciones del mercado y de las diferencias en las ventajas comparativas, no necesariamente indicadores de explotación o pérdida. Sin embargo, parece que la administración Trump está totalmente al margen de la teoría económica de los últimos dos siglos, lo que se traducirá en menor crecimiento global, incluido los Estados Unidos.
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