Testigo directo

Del kibutz a un hotel de lujo para desplazados en Israel: «El Gobierno y el Ejército deben dimitir, nos abandonaron»

Galia Sopher y su familia tuvieron que abandonar su casa tras los ataques de Hamás. Desde entonces, 240.000 personas han sido evacuadas

Galia Sopher, desplazada en un hotel de Tel Aviv
Galia Sopher, desplazada en un hotel de Tel Aviv Cedida

A los 20 años, Galia Sopher dejó su México natal para venir a Israel. Aquí estudió su carrera y conoció a su marido, vivieron en varios puntos del país, además de en Holanda y Alemania. Por fin, hace un año y medio, lograron entrar en la comunidad de Mefalsim, un kibutz a menos de 2km de la Franja de Gaza. Era «el lugar más bonito de la tierra», con una enorme diversidad de religiones, edades, orígenes y empleos. La casa donde por fin se asentaría y criaría a sus hijas de 4 y casi 6 años. Hasta que se produjo la matanza de Hamás del 7 de octubre y todo se derrumbó.

Las poblaciones israelíes vecinas a la Franja y a Líbano fueron evacuadas tras el ataque. El Gobierno ofreció hoteles para los desplazados en puntos más seguros del país. En total, según datos del ministerio de Exteriores, hay unas 240.000 personas que tuvieron que abandonar sus hogares tras el 7-O.

Sopher, de 36 años, lleva desde el 15 de octubre residiendo en un hotel de cinco estrellas de Herzliya, al norte de Tel Aviv. Al principio estaba en otro, pero la comunidad –con un fuerte sentimiento de unidad y para que no fuera tan traumático– demandó que estuvieran en el mismo lugar, y ahora todos los huéspedes de este resort frente al mar son los 700 vecinos de Mefalsim.

Galia Sopher, desplazada en un hotel de Tel Aviv
Galia Sopher, desplazada en un hotel de Tel Aviv Cedida

Si algo tiene de único este kibutz es que el 7-O, gracias a la rapidez y contundencia con la que actúo la fuerza de seguridad voluntaria, nadie murió dentro de Mefalsim. Sopher mira atrás y recuerda cómo despertó en una tienda de campaña bajo el ruido de las bombas y se tiró sobre las niñas. «Les repetía un mantra: estáis conmigo, estáis bien, estáis seguras». Unas treinta familias se fueron a dormir en una bucólica noche de camping con los niños y despertaron en un maratón de supervivencia. Lograron dirigirse a su casa, donde permanecieron 22 horas en la habitación segura, sin electricidad, hasta que fue seguro salir.

«En el coche, les dijimos a nuestras hijas que se tumbaran para que no vieran el reguero de muertos. Ellas estaban felices porque podían ir sin cinturón». Un trayecto que recuerda como una lenta procesión en zigzag para evitar los cadáveres. «Luego supimos que no había hueco en la morgue, de ahí que continuaran después de tantas horas». Sopher es muy crítica con las autoridades de Israel. «Todo el Gobierno y todos los jefes del Ejército tienen que renunciar. No hay sala de escape ni chivo expiatorio. Todos los que estaban en posición de tomar decisiones, los comandantes, tienen que dimitir y después ir a la cárcel. Nos dejaron», reconoce, antes de añadir que hay mucha frustración.

Sus días en el hotel son muy rutinarios y apenas sale del complejo. Gimnasio, desayuno, luego lleva a las niñas a clase y ella baja a cuidar a los bebés, ya que es maestra de guardería. La comida también es en el restaurante del hotel y, por las tardes, acuden a clases particulares (ha apuntado a las niñas a gimnasia olímpica y a Ninja) para después cenar y otra vez a la misma habitación. Cuenta que algunos han comenzado a marcharse, pues no soportan estar sin cocinar, sin pagar, sin realizar tareas de la vida adulta, pero han alquilado pisos cerca de aquí para seguir yendo a las numerosas actividades del hotel en comunidad.

Ella no ha vuelto al kibutz, a su casa. No quiere ir sola, pero tampoco con las niñas. Consiguió que le trajeran el único objeto que echaba en falta en esta vida en el resort: su botella de agua comprada por internet. Del resto se ha despojado, nada de lo que viste es suyo, todo ha sido donado. Los miembros de este kibutz ya han empezado a debatir cuándo regresarán y, sobre todo, si es seguro volver a residir en Mefalsim.

Explica que está sobre la mesa la reconstrucción del colegio para que tenga un refugio seguro en el que los niños puedan guarecerse en caso de ataque, es decir, una presunta vuelta en septiembre, e incluso, quien no quiere retornar. Ella no se imagina viviendo en otro lugar que no sea Mefalsim. Lo que tiene muy claro que no se irá de Israel: «Con tanto antisemitismo en el mundo, el único lugar seguro para ser judío está aquí».