Protestas
Francia, al borde la implosión tras tres noches de extrema violencia
Macron sopesa imponer el estado de emergencia para frenar los disturbios tras la muerte del joven Nahel a manos de la Policía
Lejos de atenuarse, la espiral de violencia que vive Francia se incrementa por momentos al tiempo que sube la presión sobre el Gobierno francés para que decrete el estado de emergencia como única salida a una crisis a la que nadie sabe muy bien cómo encontrar solución. El balance de la tercera noche de altercados tras la muerte del joven Nahel por el disparo de un agente policial es una suma de cifras brutales: 875 detenidos, 249 policías heridos, 2.000 vehículos quemados, 79 comisarías atacadas y 120 edificios públicos, tanto escuelas como ayuntamientos. Además, los actos de saqueo se extendieron por todo el territorio, llegando hasta el corazón de París, algo que no había sucedido en las noches precedentes. El Gobierno había movilizado a 40.000 policías y gendarmes durante la noche, casi cuatro veces más que el número movilizado el miércoles, recurriendo a unidades especializadas en intervenciones difíciles. Y aún con todo, el resultado fue el caos. Que Francia es ahora mismo un país al borde de la implosión es casi una constatación.
Con este balance sobre la mesa, el presidente francés Emmanuel Macron ha convocado un nuevo gabinete de crisis interministerial en el que ha sopesado la opción del estado de emergencia, que permitiría restringir libertad de movimiento o hacer registros sin autorización previa. De momento, el Ejecutivo galo sigue resistiéndose a ello pese la violencia desbocada y a la fuerte insistencia de la oposición de derecha y extrema derecha para que lo active. Una serie de medidas sí que serán aplicadas desde la noche de este viernes como la no circulación de buses o tranvías desde las 21 horas en toda Francia anunciada por el ministro del Interior, Gérald Damanin, al haberse convertido estos medios de transporte en objetivo permanente de los vándalos. La primera ministra, Elisabeth Borne, ha anunciado además un fuerte despliegue de blindados para contener los disturbios.
Tras el gabinete de crisis, Macron ha denunciado que «grupos organizados y armados» intentan «instrumentalizar» la muerte del joven Nahel para acometer actos de saqueo y vandalismo. El presidente ha apelado en estos momentos a la responsabilidad de sus padres para alejarlos de las calles y también, de las redes sociales, donde no dejan de circular mensajes que legitiman la violencia. Los llamamientos constantes a la calma por parte de las autoridades francesas parecen caer en saco roto. Incluso los de la madre del propio adolescente de 17 años muerto a tiros de la policía el pasado martes al acelerar tras un control, quien ha subrayado que la culpa de lo sucedido con su hijo la tiene «un agente y no todo un sistema».
Políticamente, Macron hace equilibrios entre una oposición de derecha que pide orden cueste lo que cueste y otra de izquierdas, absolutamente desdibujada, que se niega a pedir calma porque dice que lo que hay que exigir es justicia. Como si una y otra petición sufrieran de incompatibilidad. El mandatario francés empatiza con la familia del joven y comprende la ola de indignación pero, por otro lado, respalda a unas fuerzas de seguridad agotadas después de sucesivas crisis de orden público: los atentados yihadistas, los chalecos amarillos o recientemente con las protestas contra la reforma de las pensiones en un país donde la violencia política es parte de su genética revolucionaria. Francia, además, ha sido señalada repetidamente por ONG y organizaciones internacionales como el Consejo de Europa por las denuncias de uso excesivo de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad.
El sentimiento de los barrios periféricos, y especialmente de los ciudadanos negros o árabes en lugares desfavorecidos, es que las reglas no se aplican igual para ellos. Sufren más controles y violencia policial. Un informe del Defensor del Pueblo publicado en 2020 señalaba que un 80% de jóvenes negros o árabes declaraban haber sido controlados por la policía o los gendarmes frente a un 16% del resto de la población. Las escenas vividas estos últimos días recuerdan a las de 2005, cuando las muertes de Bouna Traoré, de 15 años, y Zyed Benna, de 17, provocaron tres semanas de disturbios en toda Francia, poniendo de manifiesto la rabia y el resentimiento en unos suburbios abandonados y plagados de delincuencia. Los dos jóvenes murieron electrocutados tras esconderse de la policía en una subestación eléctrica de la ciudad periférica parisina de Clichy-sous-Bois.
Con la muerte de Nahel, la violencia se extendió más rápidamente que en 2005, aunque no ha alcanzado la escala nacional ni la intensidad sostenida de aquellos disturbios. Hubo versiones contradictorias sobre lo ocurrido a los dos adolescentes en 2005, mientras que el vídeo del tiroteo del adolescente de 17 años galvanizó inmediatamente la ira. Las redes sociales, que no existían hace dos décadas, también jugaron sin duda un papel clave esta vez.
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