Mali

El mapa de Mali está moviéndose: los yihadistas firman una tregua para enfrentarse al Gobierno

Con el inicio de la retirada de la MINUSMA, los grupos armados en acción en el norte de Mali pugnan por ganar posiciones

Imagen de archivo de miembros de la Fuerza de Policía de las Naciones Unidas (UNPOL) en Malí que operan dentro de la MINUSMA brindan seguridad a una delegación durante una misión de trabajo en el centro de Tombuctú (Foto de ARCHIVO) 27/06/2022
El gobernador de la región de Tombuctú (Malí) ha instaurado un toque de queda de 30 díasEuropa Press/Contacto/Nicolas ReEuropa Press

Cuando un avión comercial sobrevuela el corazón del Sáhara, el pasajero que asoma la cabeza por la ventana observa un amasijo de arena que se difumina con el polvo del horizonte. El viento juega malas pasadas a nuestros ojos y confunde el desierto con las nubes, mezclando, superponiendo uno encima del otro, fusionando el cielo y la tierra como ocurría en los primeros días de la creación. Nada de allí abajo se diría que merezca la pena hasta el punto de sacrificar vidas. Y sin embargo, hoy, en la franja de arena que los tuareg conocen como Azawad, al norte de Mali, las pieles resecas vibran nuevamente con un compás de guerra y terrible.

El mundo casi ni sabe nada de esto. Los tambores suenan tan lejos que no se escuchan. Miramos ese desierto desde el avión, desligados de su realidad, separados por el espacio y la doble ventanilla, así que no comprendemos que la arena esconde muchas cosas en su naturaleza monocromática: minas de oro, rutas de inmigración y de tráfico de drogas, rencillas familiares que se remontan un número indeterminado de generaciones, luchas de poder y el nombre del Misericordioso recorriendo los labios de quienes duermen bajo las estrellas. Nosotros no lo entendemos bien porque vivimos encerrados en ciudades de hierro y de cristal, pero allí abajo, donde parece no haber nada, miles de hombres combaten un tipo de guerra que se remonta a los primeros chispazos de la naturaleza humana: supervivencia. Oro y poder. Dios. La tierra de los antepasados.

Fue en 2012 cuando una rebelión protagonizada por los independentistas de Azawad (compuesta por una mayoría étnica tuareg) puso en jaque al gobierno maliense y permitió el ascenso de diversas organizaciones yihadistas a través de la colaboración entre grupos armados, un ascenso que finalmente arrebataría el control de la rebelión a los independentistas, echándolos a un lado como se hace con un trapo sucio de aceite. Fue en 2012 cuando los yihadistas procedentes de Argelia se hicieron fuertes en Mali y, pese a la intervención precipitada de Francia, extendieron el fuego de sus hogueras hasta Burkina Faso, Benín, Togo y Níger, sobrepasando la línea del desierto y contaminando el color verde y disperso de los matorrales. Hace once años del inicio de esta situación.

La violencia terrorista empujó a los secesionistas de Azawad, reunidos en la Coordinación de Movimientos de Azawad (CMA) a firmar en 2015 el Acuerdo de Argel con el Gobierno maliense. Este acuerdo, similar a otros ocurridos en años anteriores, insinuaba un frágil equilibrio en la gobernanza de los territorios de Azawad que se dividiría en términos administrativos y militares, resumiendo para no cansar, resolviendo a medias y sólo por un tiempo las luchas entre Bamako y los tuareg.

Tanto Bamako como Azawad salieron insatisfechos tras la firma. Bamako desea recuperar el control total del desierto, de esa nada aparente, mientras los tuareg sueñan con expulsar definitivamente a los sureños. Sólo dos agentes permitían que el equilibrio se mantuviera: Francia y Naciones Unidas. Con sus más y sus menos, 13.000 militares y policías integrados en la misión de la ONU conocida como MINUSMA, igual que los galos, ocupaban las zonas más disputadas entre las distintas facciones para aportar una suerte de estabilidad. Igualmente, los franceses y los cascos azules impedían una expansión descontrolada del yihadismo, pese a que éste no ha dejado de crecer a un paso cauteloso y cada vez más acelerado desde la expulsión de las tropas francesas del país.

Luego llegó Assimi Goita. Un coronel que organizó un golpe de Estado para hacerse con el poder en Bamako, expulsar a las tropas francesas, contratar en su lugar a mercenarios rusos, expulsar luego a los cascos azules y romper en pedazos el Acuerdo de Argel.

Todos contra las FAMA

Explica la situación actual Beatriz Mesa, periodista y doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Grenoble, además de autora del libro Los grupos armados del Sahel: Conflicto y economía criminal en el norte de Mali. “Ahora mismo estamos en una intervención esperada de las Fuerzas Armadas que jamás se hubiera hecho sin el apoyo del grupo Wagner […]. Están intentando recuperar el norte de Mali y la zona que ha quedado en manos de los grupos armados, los secesionistas”.

Y el nombre del grupo de mercenarios rusos vuelve a resonar en los medios. Siguen operativos pese a la supuesta muerte de (un ya legendario) Prigozhin y colaboran con el ejército maliense en tareas de entrenamiento y asesoría en batalla, además de participar en las labores operativas de los recién adquiridos drones turcos. Su presencia en las últimas acciones de las FAMA (Fuerzas Armadas de Mali) ha destacado, pero Mesa recuerda que “se puede ver una escalada con un aumento de atentados terroristas contra las fuerzas de seguridad” como respuesta a los últimos ataques de las FAMA, unido a “una población civil que quiere vengarse de la intervención de Wagner”.

¿Qué podía salir mal? No debería sorprender a nadie que la situación en Mali se agrava por momentos, como consecuencia lógica de las políticas irreflexivas del coronel. Y las pieles se estiran excitadas sobre la madera, deseosas de que las golpeen y puedan volver a producir su melodía.

Los yihadistas del JNIM y del Estado Islámico, enzarzados en fuertes disputas religiosas y territoriales desde hace años, han comprendido que la estupidez de Goita es una oportunidad única para sus intereses, y recientemente firmaron una tregua con el fin de aunar fuerzas y resistir a la creciente presencia estatal en el norte. Ya han obtenido sus primeros resultados. Hace un mes que los accesos terrestres desde Argelia y Mauritania para la ciudad de Tombuctú, la ciudad de los 333 santos, se encuentran cortados por los terroristas; y, tras un breve pero disuasorio bombardeo de mortero en el aeropuerto de la ciudad, la compañía aérea Sky Mali decidió este lunes cancelar los vuelos. Tombuctú está oficialmente asediada, incomunicada por tierra y aire, aunque el general encargado de su protección aseguró recientemente en la televisión pública maliense que “el asedio es relativo”.

Recogiendo litros de sangre, un ataque doble perpetrado por yihadistas en el centro del país se saldó con 64 muertos, entre civiles y militares, durante el pasado jueves. Los terroristas pudieron incluso publicar en las redes sociales una serie de vídeos donde alardean de la victoria obtenida en la base militar de Bamba, que finalmente tomaron y saquearon hasta satisfacer su apetito de armas.

Goita adivinó que la retirada de la MINUSMA en las últimas semanas de las bases del norte iniciaría una carrera entre el Ejército maliense, los yihadistas y la CMA para ver cuál de los grupos se hacía antes con ellas. Pero lejos de fomentar una alianza con los elementos de la CMA limpios de una influencia yihadista, el coronel decidió bombardear posiciones tuareg con uno de los Su-25 entregados por Rusia en el mes de enero. Los tuareg respondieron derribando el aparato este mismo lunes, alegando que se hizo “en legítima defensa”, mientras el Ejército maliense asegura en su lugar que el cazabombardero cayó del cielo por “problemas técnicos”.

No deja de resultar embarazoso que una aeronave que lleva operativa desde 1981 haya durado menos de 9 meses en las competentes manos del coronel Goita. Sus restos carbonizados y vueltos chatarra destacan hoy sobre la superficie, pero pronto se hundirán en la arena y desaparecerán para los ojos que se asoman desde la ventanilla.

El Su-25

La doctora Mesa considera que “la decisión no es buena al ser una solución no dialogada, que no tiene ningún sentido con Azawad” pero advierte del nexo que une al secesionismo de Azawad con el yihadismo desde 2012, y que “fueron los secesionistas quienes empezaron la rebelión de 2012”. No duda en señalar a la CMA como “el enemigo de Mali, no la [mal] llamada Al Qaeda”. Assimi Goita se querría desvincular en este caso de las políticas seguidas por su predecesor a la hora de relacionarse con los norteños, mostrando una postura más belicista y que podría estallar el polvorín que siempre estalla en este número determinado de kilómetros de arena que algunos llaman Azawad.

La CMA aseguró tras derribar el Su-25 que se encuentran en “tiempos de guerra” contra el gobierno de Bamako, y, pese a que aún no se tienen registros de combates abiertos entre ambas facciones, la escalada de tensiones de los últimos meses (unida a la presión ejercida por los grupos yihadistas) hace temer que el conflicto se reavive. No debe tampoco olvidarse que varios grupos de Azawad mantienen desde hace décadas estrechas relaciones con grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda. Entre que la brutalidad del Ejército maliense acompañada de los mercenarios Wagner y contra la población civil facilita a otros grupos armados atraerse la opinión pública para sí, en detrimento del Estado.

Abajo brilla el desierto. Es un brillo seco y eterno. En ocasiones, sistemas montañosos colorean de negro la arena tostada por el sol, pero pronto vuelve a imponerse el monotema de las dunas inquietas. La avaricia de unos, el fanatismo y la estupidez de otros hunden los pies en este paisaje para hacerse con un puñado de dólares que consigan otorgarles todo lo que la naturaleza les ha negado: agua, vida, riquezas.