Nicaragua

Farsa electoral en Nicaragua

El sandinista Daniel Ortega se encamina a lograr su tercer mandato en unas presidenciales sin oposición ni observadores internacionales

Un mujer vota en un colegio electoral de Managua
Un mujer vota en un colegio electoral de Managualarazon

El sandinista Daniel Ortega se encamina a lograr su tercer mandato en unas presidenciales sin oposición ni observadores internacionales

En Managua nadie esperaba sorpresas en las elecciones presidenciales de ayer, el presidente Daniel Ortega tiene bien atados todos los cabos. Su reelección parece asegurada. De hecho, la disputa política estuvo ausente en vísperas de los comicios celebrados en 2016, cuando los nicaragüenses eligieron presidente y vicepresidente, así como 20 diputados nacionales, 70 diputados departamentales y 20 legisladores ante el Parlamento Centroamericano.

Según las últimas encuestas, Ortega y Rosario Murillo, la primera dama y aspirante a la vicepresidencia, contaban con una intención de voto del 69.8%, por lo que ganarían cómodamente en primera vuelta. Le siguen a considerable distancia Máximino Rodríguez, candidato del Partido Liberal Constitucionalista, con el el 8.1%; Saturdino Cerrato, de ALN, con el 2.3%; José del Carmen Alvarado, del PLI, con el 2%, y Erick Cabezas, del Partido Conservador, con el 1,6%.

En Managua, a la altura de las grandes esculturas metálicas del llamado «Árbol de la Vida», sobresalen los grandes anuncios de la pareja presidencial. En cambio, de la oposición apenas se ven carteles pegados en postes, pintadas en las paredes y alguna manta que cruza una calle de lado a lado.

Grupos de observadores electorales independientes ratificaron denuncias de que el partido oficial utilizó recursos del Estado para su campaña. Por tanto, los nicaragüenses, que se habrían acostumbrado al bombardeo de la campaña política del oficialista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), no se han entusiasmado con los comicios. Para bien o para mal, consideran que Ortega y Murillo ganarán las elecciones al no existir una oposición con la suficiente fuerza para frenarlos.

Desde que Ortega volvió a tomar las riendas de Nicaragua en 2007, su estrategia fue clara: perpetuarse en el poder. Para eso siguió recetas maquiavélicas, que desde luego no son nuevas: amordazó a los medios y se hizo con el control de los tres poderes, empezando por el Tribunal Supremo con el que asfaltó el camino hacia la inmortalidad política, bien abastecido por las ayudas millonarias de su patrón y benefactor, Hugo Chávez. Pero el bolivariano falleció y su pupilo, Nicolás Maduro, ya no es capaz de mantener el flujo de «donativos» necesario para comprar los favores sandinistas. Da igual porque la dinastía Ortega ya es autosuficiente y para la oposición demasiado tarde. Los cimientos están bien armados.

Su última jugada fue a través del Consejo Supremo Electoral (CSE), controlado por los sandinistas. El organismo decidió la destitución de los diputados de la oposición que se negaron a aceptar el liderazgo de Pedro Reyes, presidente del Partido Liberal Independiente, quien a su vez había sido impuesto como jefe de la oposición por la Corte Suprema de Justicia (CSJ), que también controla el Gobierno, en sustitución de Eduardo Montealegre. Los diputados opositores rechazaron la decisión por considerar que Reyes era un «aliado silencioso» de Ortega. Intentaron inscribirse como independientes, pero el CSE les despojó de sus escaños.

Rosario Murillo, la esposa del presidente –apodada por la oposición como la «bruja sandinista» por sus costumbres sincretistas– no solamente es la mujer más influyente de Nicaragua, sino también la persona con más poder que ha aspirado a la Vicepresidencia en este país centroamericano. Supo mirar hacia otro lado cuando estallaron los escándalos de abusos cometidos supuestamente por Ortega con una hija suya y, de hecho, supo taparlos también. Muchos opinan que la pleitesía que el mandatario rinde a su compañera es por conveniencia. Un secreto que ambos deben guardar.

Desde que en 2007 retomó su posición como primera dama de Nicaragua, Murillo, de 65 años, acumula un poder excepcional, que no solamente le permite ser la única portavoz del Gobierno de su esposo, sino también dar órdenes y reprender en público a cualquiera de sus ministros. Además, los hijos de la pareja ocupan puestos importantes dentro de los gabinetes de comunicación y relaciones externas. Manejando contratos millonarios con los medios, pero también con países como China, que buscan invertir cantidades ingentes de dinero, para abrir un nuevo canal que supere al de Panamá.

En conclusión, Ortega ha sabido aprovechar esa cortina de humo llamada Venezuela. En los ruedos internacionales todos veían a Chávez como el villano al que perseguir, mientras que el nicaragüense se movía entre bambalinas, tejiendo hilos de poder y cometiendo tropelías mayores que su colega caribeño.