
Navidad
La Navidad del emigrante

El día 24 de diciembre, fue 24, no Nochebuena. El día 25 fue 25, pero no Navidad. El 1 de enero será 1 de enero, no Año Nuevo». José Manuel Abel hace recuento numérico de estos últimos días de diciembre sin pensar si son fiestas familiares o emotivas. No quiere darle más vueltas «al coco» porque no le ayudaría a pasar el trago de la soledad. Cuando no trabaja, se pasa las horas en su casa compartida en Múnich, descansando o delante del ordenador viendo películas. Como publicó este periódico, José Manuel Abel, de 46 años, se fue a Alemania antes del verano para buscarse la vida como un emigrante más y dejó en Chipiona a su mujer y a sus dos hijos. Ha pasado el verano, el otoño, cuando empezó a nevar antes de que terminase octubre, ha llegado y pasado la Navidad y José Manuel sigue en Múnich, sin volver a España. Por primera vez en sus veinte años de casado, no ha vivido las fiestas de diciembre con su familia. «Es raro», cuenta desde Alemania. «Aquí está todo decorado, todo preparado para las fiestas, pero como yo no he tenido posibilidad de disfrutarla no me planteo por qué la decoración, ni nada. La Navidad no ha existido para mí».
Desde junio sin verse
Los días de un emigrante lejos de su familia se dividen en buenos y bajos. Estos días son bajos, en los que el único objetivo es que el tiempo pase. José Manuel trabaja de noche, llega a casa, descansa, se conecta a internet, habla con su familia, duerme, los echa de menos y no piensa. «Llevamos desde junio sin vernos. Nos cuesta mucho estar separados», cuenta Oliva, su mujer. Dice que lo está pasando peor en estas fechas tan señaladas, pero que al menos sus hijos lo están llevando de otra forma. Aparentemente, no les duele tanto como al marido y la mujer.
José Manuel Abel llegó a Múnich para estar empleado en un restaurante, gracias al contacto de un amigo. No era un buen trabajo y consiguió cambiarlo por otro; consiguió, asegura, mejorar. Mejorar: a sus 46 años, después de haber sido en España director de una empresa, después de haber coordinado grupos de venta, José Manuel Abel comienza su jornada laboral en Múnich a las 02:00 de la mañana, transportando cajas de frutas y comidas en una carretilla elevadora. «Tenía que empezar desde cero, descargar camiones, colocar mercancía. Tras unos días de prueba, me ofrecieron trabajar seis meses, con unas condiciones mínimas, pero mucho mejores que las condiciones con las que estaba en el restaurante». Cuando llegan los camiones cargados con la fruta de cualquier parte del mundo, él es el encargado de transportarlos a otros estantes. Al acabar esta parte, tiene que echar una mano para colocarlos mejor y hacer el control de los elementos del sótano. «Ya no se me hace pesado». Se le pasa la noche y llega la mañana. Le dan las 10:00 o las 11:00 o las 12:00. Aunque el jueves pasado terminó pasadas las 15:00. Estaba agotado, sólo quería tumbarse y descansar. Normalmente trabaja de lunes a viernes, aunque a veces ha tenido que ir un día del fin de semana. Pero no se queja.
José Manuel manda unos 500 euros al mes para ayudar a su familia a pagar el alquiler de su casa en Chipiona. Él vive en Múnich en una habitación compartida. Su vida ahora es como si hubiese regresado a su juventud: sin mujer ni hijos, en una casa compartida y trabajando con una carretilla elevadora y con fruta como hace 20 años en España.
José Manuel estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ganarse la vida en Alemania y en ello está: en los últimos meses, ha perdido diez kilos. Bromea diciendo que se ha puesto en forma y no da vueltas a que no ha tenido días libres en fiestas, ni que tampoco pudo volver a España cuando murió su cuñada, que era una segunda madre para sus hijos. Esos días, como los que está viviendo ahora, fueron de los bajos, de los muy bajos. Pero como cobra por día trabajado no puede faltar y, de todos modos, tampoco tenía dinero para sacarse un billete de avión. Sólo el 4 de enero, el próximo viernes, por fin regresará para ver a su familia y celebrar la noche de Reyes.
Vuelta el 4 de enero
«Ese billete nos ha costado la vida», dice Oliva desde el teléfono. Pero más les estaba costando tantos meses comunicándose sólo a través del Skype. La distancia les hace sufrir, por eso la noche de Reyes y la semana larga que José Manuel va a pasar en Chipiona es como llegar al paraíso, tras tanto tiempo en el exilio. «Estoy pensando en objetivos y metas con los que ilusionarme. Y volver a casa es uno de ellos: estoy pensando en comer cosas que hace mucho no puedo probar aquí, como el pescaíto frito; y en ver la playa, el mar, vivir el clima, el ambiente, el sol de España».
Después, se volverá a Alemania a esperar que el contrato de seis meses que tiene con su actual empresa se convierta en uno indefinido y pueda empezar a hacer planes y no a sobrevivir, como ha estado haciendo durante estos meses en Múnich.
«Mi estado de ánimo es de resignación, de adaptación, no me queda otra que planteármelo así, sin darle más vueltas. Quiero pensar en el futuro; alquilar una viviendo y venirnos todos: que mi mujer tenga un poquito más de base con el idioma y que sea más sencillo buscarle contactos, abrir puertas, tener más opciones. Si conseguimos estar aquí los dos trabajando y con un sueldo normal, será mucho más fácil. Y después, plantearnos que mis hijos puedan venir con nosotros un par de años, que aprendan otro idioma y que se abran otro horizonte, otras puertas».
Son los sueños de José Manuel, pero el futuro es más incierto. Su mujer, Oliva, está estudiando alemán en España para buscar trabajo en Múnich. Sabe que no puede hacerlo sin una base de idioma, pues es eso, el desconocimiento del alemán, lo que está ahondando la soledad de José Manuel.
Aprenderlo ha sido una de sus obsesiones. Estudiar era parte principal de su plan, pero ahora apenas tiene tiempo para dedicarse a ello. Llega a casa agotado y sin tiempo para nada más que descansar el mayor tiempo posible. En el trabajo, por lo menos, ya entiende las órdenes que le dan («Lo que hago es muy rutinario, a la tercera vez que te lo dicen, ya sabes lo que te están pidiendo»), aunque no tiene suficiente nivel para iniciar una conversación. El resto de la vida es más complicado. Lleva más de seis meses y simplemente puede defenderse. Es casi imposible tener una vida social, porque apenas entiende y apenas le entienden.
Para Nochevieja, su vecina, que se ha ido de vacaciones para estar con su familia, le ha dejado una botella de champán y puede que el día antes José Manuel coja un racimo de uvas para pasar las campanadas en el frío de Múnich, tan lejos de casa. No lo tiene claro. A lo mejor sólo descansa. Mañana es 31 de diciembre, sólo, no Nochevieja.
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