La columna de Carla de la Lá
Ética y buena praxis en ¿el apocalipsis?
¿Recuerdan cuando salíamos despreocupados por ahí, abrazábamos el mundo, y acariciábamos el mobiliario urbano , con los niños convenientemente estabulados en su colegios, prestos a derretir la cabeza de sus maestros, pero no las nuestras…?
Me encuentro mal, tengo un dolor de garganta inolvidable, malestar general y una tos persistente que me impide dormir. Soy pequeña empresaria (con empleados y gastos fijos) y en los últimos días mi facturación se ha reducido drásticamente por causa del coronavirus, que como saben, afecta a la economía en su conjunto y muy directamente a (mis clientes) los negocios abiertos al público en el marco de lo que llamamos Estilo de Vida.
Podría dar positivo en el Covid 19 si me hicieran el test (pero sólo se lo hacen a los que han estado en contacto con otro positivo, a los que provienen de Italia o China y a Irene Montero, por lo visto). Podría ver cómo mi negocio, que tantos años me ha costado levantar con esfuerzo titánico me devuelve a la casilla de salida…
Y sin embargo ¿quieren creerlo? Estoy tranquila, serena y bien de ánimo, observando mi alrededor y el devenir de mi propia suerte con ternura y una sonrisa en los labios. El humor y la ternura proceden del mismo sitio.
Uno de los ingredientes más necesarios para triunfar en cualquier tentativa es el dominio propio que en momentos de crisis se traduce en consideración, valor y generosidad; desgraciadamente es más fácil conquistar ciudades, ¡imperios! que conquistarse a uno mismo e incluso es más fácil dominar a los demás (con los niños en casa, ni tan mal) que dominarse a uno mismo.
¿Han comido queridos en un bufet libre, verdad? Ya saben, esos muestrarios pantagruélicos de infinita comida, generalmente grosera e indigesta, que precipitan al hombre y la mujer a incurrir en varios de los pecados capitales: avaricia, gula, lujuria…
Me refiero naturalmente a los tiempos felices, pre Covid 19, momentos gloriosos en los cuales salíamos despreocupados por ahí, abrazábamos el mundo, y acariciábamos el mobiliario urbano , con los niños convenientemente estabulados en su colegios, prestos a derretir la cabeza de sus maestros, pero no las nuestras…
Ah, reminiscencias que jamás valoraremos en su justa medida, en las cuales tosíamos sin ser señalados por nuestros vecinos, estrechábamos la mano de los compañeros y los amigos, sin lavárnoslas después hasta sangrar, e incluso nos restregábamos con aquellos más afines…
A estas alturas, y pese a que el coronavirus no es una enfermedad apocalíptica, creo que con semejante y nunca imaginado colapso sanitario y sobre todo económico, podemos y debemos reflexionar y extraer maravillas.
En una sociedad absolutamente volcada en el consumismo y la vanidad, de pronto, la naturaleza, que es infinitamente más inteligente y sabia que nosotros, nos impone una parálisis obligatoria enfrentándonos a nuestros más impensables temores: la bancarrota, la familia, el aislamiento, el aburrimiento, la enfermedad, la muerte, y lo que es peor: reflexionar acerca de quiénes somos.
No lo duden, dominaremos el coronavirus, pero, ay, ¿podremos dominarnos a nosotros mismos?
A tal efecto, porque les quiero, fieles lectores, y les deseo lo mejor, voy a darles unos tips con los que algunos aun conservaremos, con esfuerzo, cierta dignidad incluso ahora:
_Autónomos y pequeños empresarios: No dramaticemos ni nos dejemos vencer por la preocupación. Personas que se descomponen jugando al Parchís o al Monopoly ¿Las conocen? La vida es exactamente lo mismo. Observemos nuestros negocios sin aspavientos, con una sonrisa sexy. No seamos histéricos, ni afectados, ni cursis. Más bien, vivamos alegremente, con esperanza, animosos en la tribulación, constantes en la oración (Rom, 12) como esta, su amiga.
_Empleados: Para ustedes, si no tienen hijos que atender, el panorama es bien distinto, poco trabajo, menos control … Sean generosos: la verdadera dicha es incompatible con el egoísmo y existe un propósito, muy Montesquieu, superior a nuestros objetivos personales, el bien común.
_En pareja: Llegan días de intensa y extensa convivencia a la que la mayoría no estamos habituados. A veces, el simple hecho de pasar más tiempo juntos, en el contexto de una relación donde ya no hay tanto deseo (ni admiración, ni complacencia en muchos casos) es el detonante de numerosas desavenencias… Recuerden que el amor a veces no es suficiente para sostener una pareja, el humor, sí. Aférrense a él como si fuera el último rollo de papel higiénico.
_Con los niños: Entre los numerosos estresores indirectos que emergen de las profundidades de la naturaleza humana y nos persiguen con los brazos por delante como zombis de Romero, está, desde luego, el cuidado de los hijos, esos seres híper tiránicos, demandantes y conscientes de su poder en esta niñocracia en la que vivimos… A la espera de la evacuación, también conocida como escolarización, no se aflijan con sus quejas, no se turben con sus chirridos, ni sus chantajes; los niños a su cuarto, a repasar y a leer, que buena falta les hace, que parece que estar en casa es malo, y jugar con sus juguetes es malo, no se vayan a traumatizar o algo peor: no se vayan a aburrir.
_Con el temor: Dicen por ahí que el que no teme a Dios, teme a todo lo demás. Vivamos sin miedo. Precavidos, sí, pero decididos, audaces. Una conducta distinta a la entereza en un adulto será fastidiosa para todos y les precipitará, al mayor de los ridículos. No sean aprensivos, no fabulen, controlen la mente y mantengan a raya el marcador de paranoia.
_Con los mayores: A nuestros ancianos, no sean majaderos, y no les coloquen a sus hijos (agentes propagadores), por mucho que estos adoren a sus nietos. Los abuelitos se encuentran en situación de máximo riesgo y deben permanecer en su casa, con la despensa llena y a su aire; un aire libre de mocosos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar