La columna de Carla de La Lá
¿Estar buena o ser elegante? De Lady Diana a Melania
Lady Di era incuestionablemente una persona elegante (en oposición a Melania, por ejemplo, que es muy pero que muy choni).
Me ha gustado Patria, con su tiempo frío y lento y su lógica aspereza (cómo sino desde el estoicismo vamos a recrear la vida de etarras en los ochenta), he llorado con la autenticidad y el coraje de sus dos madres (qué madre no las entendería) protagonistas y he reído (como niña maketa criada entonces en el País Vasco) con toda esa ambientación jarraitxu, con el hairstyle abertzale perfectamente traído, el borroka make-up y los herriko-outfits. No hay como una sensible Dirección Artística. Me gustó Juego de Tronos, la potencia narrativa terrible, pavorosa, la belleza fantástica de cada personaje, su desprecio, extraordinariamente tranquilizador, por la muerte.
Como supongo que todas las mujeres (y muchos hombres) me enamoré de Tito Pullo y Lucio Voreno en la excepcional Roma, porque una mujer con temple no puede dejar de rendirse ante esos dos portentos del mismo modo que en Dos hombres y un destino nuestras abuelas amaron a Robert Redford y Paul Newman.
Adoré la serie mediocre pero interesantísima de la historia del santero hipersexual Rasputin y la desaparición de la esplendorosa, bella y obtusa casa Romanov… ¡Cuánto placer!
Me enloqueció Breaking Bad, white-trash, metanfetamina, problemas matrimoniales y disfuncionalidades de clase media; Los soprano, ese vodevil transformado en manual trascendente de mafiosos italoamericanos en chándal. O… Narcos, tanto en su versión USA como en la colombiana, puedo disfrutar sin límites de los bajos fondos de Medellín e incluso enamorarme de su protagonista psicopático, primitivo y barrigudo.
Me gusta la cultura latina y todo lo vital. Adoro a Terele Pavez y a Carmen Maura, pezones enhiestos, echándonos encima su impudicia (tan grande que es de admirar, que es ARTE) gimiendo de placer al ser regada en La ley del Deseo. Soy fan de Almodóvar ¿y quién no? (mi marido y mi madre lo detestan por vulgar_dicen_aunque de Almodóvar se puede decir de todo menos que es vulgar), un autor incuestionable (como tal) que a su manera manchega es preciosista y poético, independientemente de que algunas de sus películas sean un petardo. El hombre que normalizó en España todas las debilidades psíquicas y morales (imaginables o no) de la mujer. Algo que no es bueno, me parece, sin embargo, mucho mejor que silenciarlas o negarlas. Y mucho más sano. Y qué valientemente lo hizo. Y luego Penélope y el hechizo que despliega sobre nosotros los mortales cuando hace de señora abnegada cateta. Insuperable; igual que Victoria Abril cuando representó a la trastorno límite sexual. Los machistas no pueden tener delante una película de Almodóvar, por supuesto. Les estallan las meninges. Les da un infarto ideológico... Sin embargo, mi serie favorita de todos los tiempos es Downton Abbey, por lo que uno intuye, deduce y comprueba en esa honorabilidad y esa elegancia que no fallan nunca y que no se encargan a estilista alguno, como quien encarga dos tortillas de patata.
Ojo, no digo que los estilistas no tengan su utilidad y su función, ¡Válgame Dios!, de hecho, quisiera saber (es una pregunta muy acertada de mi mejor amiga) por qué el pasado verano la reina Letizia (con sus alpargatas, sus canas, sus vestidos lowcost y su coleta) vestía como las señoras de La Mancha profunda y pretérita de Dolor y gloria. Pero volvamos al condado de Yorkshire: la elegancia inglesa…ah… queridos, no se trata de trapitos porque es ácido desoxirribonucleico: ADN. La elegancia inglesa es medular, celular, flota en el aire, en la luz y hasta en la fotosíntesis; y su impronta, pesa en la retina de los que no estamos ciegos desde la primera vez que vimos Mary Poppins o My Fair Lady... Inglaterra para mí es el imaginario del bien absoluto, lo que para otros la cosmética de Vera & the Birds, el santoral, el deporte, la masa madre… no lo critico...
Pero ¡Fíjense bien! Un inglés no necesita ser guapo como Letizia, un inglés no necesita pelo, como Nadal, ni nariz respingona ¡Son poco majaderos! Lo siento, ¡son más regios!
Soy adoradora y devota de la Monarquía británica ¡El universo deberían gobernar! Ya lo ven, una anglófila irredenta estoy hecha, rendida, entregada, sin preguntas, sin fisuras, en mi anglofilia no cabe una grieta, ni una duda razonable porque está más cerca del pensamiento mágico.
¿Y qué me dicen de las parejas de la monarquía británica?, desde la legendaria reina Isabel, sin pecado concebida, y su marido, Felipe de Edimburgo, hasta su hijo Carlos (el hombre más elegante del mundo y el único que me creo de chaqué) y su amada Camila, una pareja poco agraciada ¿y quién necesita ser guapo en su posición? ¡Por favor! ¡Eso sí que sería una vulgaridad!
¿Qué por qué Carlos es el hombre más elegante del mundo? Pues porque es capaz de minimizar el impacto de esas orejas, y esas orejazas es imposible sobrellevarlas con dignidad si no es con máxima elegancia.
Y a lo que íbamos, mañana domingo echan por fin la nueva temporada de The Crown en Netflix, la más esperada porque llega la figura más controvertida y peligrosa que ha pisado Buckingham Palace: Diana de Gales (DEP 31-8-97). Lady Di era incuestionablemente una persona elegante (en oposición a Melania, por ejemplo, que es muy pero que muy choni).
La choni (conste que en esta su columna favorita se adora a las chonis) se mueve en pos de un solo objetivo que está por encima de todo, de la sensatez, de los huracanes, de los duelos y quebrantos, de las costumbres de las distintas confesiones religiosas, de Sigmun Freud, de Isaac Newton, de la economía, del decoro, de los heridos de guerra, de los enfermos terminales, de Chernobil, del diablo, de Mahoma, de Buda, de Pablo de Tarso, de la liberación femenina, del clima y los accidentes geográficos o meteorológicos, de Isabel la católica, de la historia, de la política, de la cultura, del temor de Dios o de otra clase: estar buena.
Algo que Lady Diana no pretendió jamás.
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