Caso Pujol

Una Pujol del montón

Marta Pujol
Marta Pujollarazon

Un compañero de sus años universitarios retrata a una estudiante de Arquitectura que no brilló pero que despegó con contratos a dedo

Cuenta un compañero que compartió aula con Marta Pujol Ferrusola en sus años universitarios que la hija mayor del ex presidente de la Generalitat apenas destacó en nada mientras convivieron en la facultad. «La recuerdo como una chica muy normalita, muy discreta en todo. No se significaba por nada, ni vestía de manera llamativa, ni era una ligona, ni se juntaba con un tipo de gente en particular», rememora Emilio, nombre ficticio de este arquitecto que prefiere preservar su anonimato.

Emilio coincidió con Marta Pujol al inicio de la carrera, en el curso 1976-77. Eran años de enorme agitación política. La democracia comenzaba a abrirse paso y Jordi Pujol era un rostro conocido en Cataluña. «Pero Marta nunca cogió el micrófono en una asamblea. Tenía un perfil muy bajo», explica este compañero.

A pesar de su aparente indiferencia respecto a la vida pública, la hija de Pujol era víctima de algunas bromas en la facultad por su linaje político, aunque Marta las encajaba con deportividad. «Recuerdo a alguno que le ponía pegatinas de los partidos más izquierdosos que había en aquel momento. No se enfadaba, hay que decirlo», cuenta este compañero de curso.

A Pujol padre se le reconoce su enorme preparación. Incluso sus adversarios admiten que el que ex presidente de la Generalitat acumula cientos de lecturas, domina varios idiomas y tiene conocimientos de muchas disciplinas. De Marta no se puede decir lo mismo. «Yo diría que era una alumna del montón, ni buena ni mala. Creo que acabó la carrera en siete años y tardó dos más en presentar el proyecto. No es que sea una eternidad, pero es una carrera discretita», considera.

Marta Pujol solía acudir a la universidad en una Vespa, una moto muy usada en aquellos años. Nada parecido a los fastuosos coches que ha acabado coleccionando su hermano mayor. Después de centenares de viajes en Vespa, Marta acabó la carrera. Su expediente no invitaba a pensar en un inicio explosivo como arquitecta, pero sus apellidos llegaron donde no llegaban las normales expecativas de acceso al mercado laboral. «Fue acabar la carrera y recibir encargos de la Generalitat. A ninguno de los que éramos de su curso nos cayó encargo alguno de la administración. Con suerte recibía algún trabajo alguien que ya era profesor desde hacía varios años. Digámoslo claro: En nuestro ramo se tarda un mínimo de seis a ocho años en recibir un encargo de las características que recibió Marta», explica Emilio.

En efecto, la hija del ex presidente de la Generalitat se benefició de sus apellidos. Es sencillo acreditarlo. La propia Marta Pujol detalló esta semana en el parlament que a lo largo de su carrera ha recibido 12 encargos de la Generalitat y sólo uno fue por concurso público. El resto fueron adjudicaciones directas, un procedimiento que fue legal durante años.

«La escuché el otro día durante su comparecencia en el parlament. Ella dice: “¿Es que tengo que tener menos posibilidades que los demás por tener los apellidos que tengo?” Ésta es la trampa, porque a nadie le encargaron los trabajos que le encargaron a ella. En su día aquello era un escándalo porque los que recibía no los recibía nadie con una experiencia como la suya», relata Emilio.

El de Marta Pujol era, sin duda, un despacho de arquitectos magníficamente orientado para recibir contratos de la Generalitat. Su socia era Rosa Bassols, hija del ex conseller Agustí Bassols, que ocupó Justicia entre 1982 y 1986 y Gobernación entre 1988 y 1991. Diseñaron, entre otros proyectos, un ambulatorio y una escuela de primaria en la zona del Maresme, epicentro de la vida de la hija del presidente.

En Mataró, capital del Maresme, abrió Marta Pujol un despacho con su marido, José María Esperalba, un arquitecto mexicano. Esperalba, nacido en Jalisco aunque hijo de emigrantes de Mataró (Barcelona), también estuvo en los periódicos hace poco tras aflorar unos fondos ocultados a Hacienda por unos trabajos realizados en su estado natal. Su despacho estuvo abierto durante años en la calle Pujol, en Mataró, aunque ahora lo ocupan otros arquitectos.

Hay quien opina que Marta Pujol, que siempre ha querido alejarse de los focos de los medios de comunicación, podría marcharse a México en busca de tranquilidad porque detesta sentirse en el centro de una polémica. Ya lo estuvo a finales de los años 90 cuando trascendieron algunos de los trabajos que había recibido a dedo desde la Generalitat.

Si no es México lo que hará, en cualquier caso, es buscar refugio en las montañas, donde ha paseado cientos de horas, muchas veces junto a su madre.