Toros

José Manuel Rodríguez Uribes

La tauromaquia, ¿Al museo de los horrores?

Los antitaurinos se alegran de que, por el Coronavirus, las corridas de toros se hayan parado en seco

Escaparate torero en Madrid
Escaparate torero en MadridPlatónLa Razón

Es una cuestión de oportunismo. Aprovechando, como dice la frase «que el Pisuerga pasa por Valladolid», los antitaurinos si de algo se alegran de la Covid-19 es que las corridas de toros se han parado en seco. No piensan, pocas veces se les pasa por la cabeza, que es una industria que emplea a muchas personas, aunque ellos solo pongan el foco en las figuras: los toreros. Tan solidarios ellos, de sus cuadrillas y demás personal de intendencia de las plazas de turno ni ERTE ni ERTA, que se las apañen o en el discurso más complaciente dirán que les han liberado de sus cadenas.

Esta fotografía tiene un aura de premonición. Un maniquí vestido de luces y con el capote al lado, pero distante, dice mucho de lo que está ocurriendo. Como si los toreros –que no se han puesto de perfil ante la pandemia– padecen una corriente que quieren verlos así, como cuerpos inertes, piezas de museo de a saber de qué exposición: la leyenda negra, la imperofobia o la que venga a cuento echándole un poco de imaginación y malas intenciones, como el museo de los horrores.

A lo que vamos. El ministro de Cultura y Deportes, José Manuel Rodrígez Uribes, mezcla churras con merinas al decir que él no debe recomendar ir a los toros pero sí al teatro «que es más pacífico». La frase le salió resultona, pero quizá habría que hacer varias precisiones porque Manuel Chaves Nogales –periodista y escritor que seguro que admira– escribió un libro titulado «Juan Belmonte, matador de toros». Eran otros tiempos, mejor no rendirse a la demagogia del momento. Sin embargo, habría que recordarle que la tauromaquia no es solo un patrimonio cultural de por si; es que da la buena dicha que inspiró a Picasso, a Lorca y a un señor tan poco sospechoso de ser conservador como Pedro Almodóvar que rodó dos películas: «Matador» (1986) y «Hable con ella» (2002) en las que mostró, con elegancia y sin prejuicios, de qué va el cortejo, a veces fallido, entre una persona y un toro, un ritual que a muchos no les gusta –que no vayan– pero hacer de esto una trinchera, otra más, sobra.