Activismo
El callejero de los delitos de odio de Madrid: del ojo de Roberta la Flaca al asesinato de Little Kinki
La diseñadora gráfica María Lamuy presenta un proyecto que aúna arte y activismo para denunciar casos de LGTBfobia, racismo y capacitismo a través de postales con las que renombra los puntos negros de la capital
María era una niña cuando aquellas imágenes llamaron su atención. Nunca antes había visto tantos gritos de rabia juntos, como nunca antes había oído sus consignas. Apenas podía entender qué estaba ocurriendo, pero en el telediario decían que, a 35 kilómetros de su casa, decenas de miles de personas se concentraban coreando un nombre que se le quedaría para siempre grabado en la memoria. Lo supo mucho después, pero aquel 29 de noviembre de 1992, Barcelona acogió la mayor manifestación contra el racismo de la historia de España. Dos semanas antes, en Madrid, los vecinos y vecinas del barrio de Aravaca levantaban las mismas pancartas allí donde cuatro hombres acababan de matar a Lucrecia, de asesinarla por negra.
Entonces, María no podía imaginar que acabaría dejando Tarrasa para instalarse en la capital, que estudiaría artes aplicadas y se dedicaría al diseño gráfico, que recuperaría casi 30 años después la historia deesa mujer dominicana a la que le robaron la vida a tiros en una discoteca abandonada en la que se refugiaba. Pero si de algo sirvió marzo de 2020, fue para abordar recuerdos atrasados y convertirlos en propósitos nuevos: «Durante el confinamiento, aprovechando que no tenía mucho trabajo, me puse a buscar y di con el concurso de Vegap; pensé que podía ser mi oportunidad para obtener financiación, así que armé un dosier y me presenté», explica la creadora de «Madrid me mata», un proyecto que aúna arte y activismo a través de postales alternativas de una ciudad que, desde los 90, no ha dejado de ser escenario de delitos de odio a diario.
María Lamuy renombra así el punto de la carretera de La Coruña en el que se situaba el local de la antigua Four Roses como calle de Lucrecia Pérez, considerada como víctima número uno, aunque, reconoce, la agresión que de verdad la empujó a llevar a cabo esta forma de denuncia creativa ocurrió hace mucho menos tiempo: «Había empezado a percibir un aumento de violencia en Madrid contra las personas LGTB, pero hasta que no le pasó a Rober, no fui consciente de la gravedad del asunto, como si al ocurrirle a un amigo se hiciera más real, como si solo así me hubiera percatado de que podía haber sido cualquiera, también yo». Mientras habla, él la observa orgulloso de la hazaña de ambos, que ella le ha rendido homenaje con su arte cuando él ha conseguido por fin cerrar la herida: «Más de dos años después del puñetazo, por fin, vuelvo a trabajar en el restaurante en el que soy encargado y a retomar mis espectáculos de drag queen», cuenta con una sonrisa en la cara el que todos los miércoles se convertirá de nuevo en Roberta la Flaca.
Antes de comenzar su relato, invita a quien le escucha a adivinar cuál es el ojo al que María Lamuy se refiere en su propuesta de postal de la que dejaría de ser la calle de Valverde: «Si te fijas, la pupila de mi ojo derecho ni se abre ni se cierra, está siempre inmóvil, pero ya he recuperado casi toda la visión». Una mejoría que le ha costado a Roberto muchas salas de espera en el hospital desde que la madrugada del 12 de octubre de 2019 un hombre le asestara un fuerte golpe en la cara del que, asegura, se sigue recomponiendo: «En abril me sometí a la última operación porque he tenido que esperar hasta dar con un donante de córnea y me han implantado también una lente intraocular con un iris artificial, el mío, directamente, estalló».
Lo que el agresor le dijo a Roberto antes de pegarle casi sin darle opción a mediar palabra fue un «¡¿Qué miras, maricón?!», y eso importa, pues, como apunta María, «lo que diferencia a un delito de odio de otro es que la violencia en este caso no se dirige a alguien por quien es, sino por lo que representa». Y todo ocurrió un viernes a las puertas de su cumpleaños en el que «la reina» salió a tomar una copa sin tacones ni máscara de pestañas: «No llevo una etiqueta escrita en la frente, pero me giré porque él estaba zarandeando a una mujer y se abalanzó contra mí, eso sí, después salió corriendo», remata con rabia. Como él, según datos del Observatorio Madrileño Contra la LGTBfobia, otras 320 personas sufrieron un ataque de este tipo en 2019 en la región, la mayoría, en la capital.
Y el contador sigue sumando, como demuestra el suceso al que la diseñadora asigna su particular pasaje del Silencio en Casa de Campo, donde el pasado 24 de enero un joven le rompió a otro la mandíbula, una vez más, por «maricón». Las lesbianas no se libran: la travesía de Ángeles Blanco recupera el testimonio de una mujer a la que patearon volviendo de fiesta en un aparcamiento cerca de la avenida de Felipe II en 2007 y la calle de la Mano Abierta recuerda el episodio de 2010 en un restaurante del paseo de la Habana en el que una pareja de «bolleras» fue abofeteada por otra de desconocidos mientras cenaba. Por su parte, la postal de la costanilla de la Lapidación se refiere al lugar del parque de San Isidro donde seis individuos insultaron y tiraron piedras a una mujer trans el 31 de agosto de 2017.
Para terminar su proyecto, María Lamuy decidió sumar una historia más de violencia por racismo, en concreto, por antigitanismo, rebautizando como calle de Go Home la de una familia de Argüelles que en 2016 tuvo que soportar constantes pintadas con amenazas y una de aporofobia cambiando la plaza Mayor por la plaza de Las Limosneras recordando al grupo de mujeres sin hogar a las que ese mismo año humillaron unos hinchas del PSV Eindhoven. Finalmente, «Madrid me mata» se cierra como se abrió: «Lo peor es que sabíamos que le estaban increpando y, de hecho, él llevaba una temporada saliendo mucho menos de casa, pero era un chaval reservado y ni se nos pasó por la cabeza que fueran a matarle, ¡qué amenaza podía ser Isaac para nadie si tenía 18 años y lo único que le importaba era la música!», cuenta David tratando de rebuscar una explicación que no encuentra al asesinato el 14 de julio de Isaac, su compañero de batallas de rap.
En efecto, Little Kinki, por su nombre artístico y como reza la postal que resignifica el puente de la calle del Comercio, no era peligroso, pero estaba dentro del espectro autista, y le apuñalaron por la espalda por ello. «Esa noche él había quedado para grabar un videoclip y ya en su portal se sintió perseguido, así que llamó a un amigo que, al otro lado del teléfono, escuchó los golpes, los gritos y el silencio de después», narra David o Focus para sus seguidores, a quien le unían con Isaac las tardes improvisando en Méndez Álvaro. No se han cumplido los cuatro meses de su pérdida, pero él y los demás siguen rimando, que así al menos le sienten más cerca, como más cerca sienten la justicia gracias a iniciativas como las de María Lamuy, que se ha atrevido a incluir un crimen capacitista en su callejero de delitos de odio expuesto en el Palacio de Cibeles hasta el 9 de enero. Que, como destaca el vallecano: «Dentro de lo duro que resulta el tema, el proyecto es muy bonito, y por eso hay que darle las gracias, porque de esto hay que hablar».
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