Cultura

Así ha cambiado el cine a Madrid (y Madrid al cine)

Un estudio multidisciplinar, llevado a cabo por tres universidades madrileñas, analiza el impacto que han tenido los rodajes mas emblemáticos en la región, desde un punto de vista urbanístico y sociológico

Número de rodajes de películas en Madrid
Número de rodajes de películas en MadridTania Nieto

El pasado diciembre, la célebre cabina roja de Antonio Mercero, la misma en la que se asfixiaba José Luis López Vázquez hace ahora medio siglo, «volvía» a la calle de Arapiles. Y entrecomillamos el verbo porque, en realidad, esa cabina nunca existió, salvo por espacio de 37 minutos. Los mismos que duraba un mediometraje que ya es Historia del cine español. Pocos ejemplos existen tan ilustrativos para explicar cómo el cine transforma nuestro imaginario, hasta el punto de incidir directamente en el paisaje urbano. Y en ese sentido, la ciudad de Madrid (y alrededores) ha sido prolífica.

El impacto de las películas en Madrid, y de Madrid en las películas, está siendo ahora objeto de estudio. El proyecto Ficmatur, en el que colaboran investigadores de la Universidad Complutense, la Universidad Autónoma y la Universidad Carlos III, tiene como objetivo inventariar lo más destacado de la ficción audiovisual con Madrid como escenario, así como analizar su huella patrimonial, simbólica y, cómo no, turística. Para ello, se han sumado expertos en lenguaje audiovisual, documentación y geografía, coordinados por Carlos Manuel Valdés, doctor en Geografía y profesor de la Carlos III. Si bien el proyecto, iniciado en 2019, culminará el próximo mes de diciembre, los investigadores ya han sacado varias conclusiones.

Como explica a LA RAZÓN Luis Deltell, profesor de Comunicación Audiovisual de la Universidad Complutense, y coordinador del grupo Escine –uno de los tres, junto a Tenodoc y Urbytu, que conforman Ficmatur– , la investigación permite comprobar «cómo las películas han transformado la ciudad y cómo la ciudad ha transformado las películas». Un viaje de ida y vuelta y de intercambio que tendría su primer gran hito en el neorrealismo, aquel movimiento de origen italiano en el que cineastas como Vittorio de Sica o Roberto Rossellini utilizaban un escenario inmediato, las ruinas de un país devastado tras la II Guerra Mundial, para profundizar en temas universales. Y si bien no existió un movimiento neorrealista en nuestro país, especialmente por su «carácter antifascista» de origen, sí que ejerció su influencia en nuestras calles: un neorrealismo con aire de «sainete», debido a que este género entroncaba con nuestra tradición del paisaje urbano. Deltell señala a uno de los grandes autores a la hora de plasmar ese Madrid del momento: Edgar Neville. Célebre por la inclasificable «La torre de los siete jorobados» (1944), el experto señala una de las joyas más olvidadas y reivindicables del autor: «El último caballo» (1950).

Rodajes de cine en Madrid
Rodajes de cine en MadridTania Nieto

Como explica Deltell, por aquellos años existía un enorme problema en lo que concernía a la vivienda, tanto en la capital como en el conjunto del país, motivo por el cual el régimen de Franco emprendió un plan de zonas devastadas para suplir esa carencia. Por un lado, surgen cintas como «El inquilino» (1957), de José Antonio Nieves Conde, tremendamente críticas con la situación. Y, por otro, películas como las de Neville atesoran, entre otros muchos valores, un impagable documento gráfico.

«El cine de los años cincuenta y sesenta muestra esa transformación veloz de Madrid. “El último caballo” permite ver cómo Madrid era poco más que un pueblo, que terminaba en lo que hoy es Madrid Río y la zona de Ventas», señala Deltell.

Posteriormente, en pleno «desarrollismo» económico, en el que se deja atrás la autarquía y más aún la posguerra, nos topamos con un Madrid más cosmopolita. La clase media ya tenía «pisito» y «cochecito», como rezaban los títulos de aquellas brutales sátiras filmadas por el italiano Marco Ferreri. En este sentido, cabe destacar «La ciudad no es para mí» (1966), de Pedro Lazaga, y cuyo éxito supuso el inicio de todo un subgénero: el cine «de» Paco Martínez Soria. «Es un caso curioso. Es una película que se ríe de la gente que llega del pueblo a la ciudad... cuando la inmensa mayoría de los madrileños tienen sus orígenes en un pueblo. Hay más madrileños que lo son de primera generación que los llamados ‘’gatos’'».

Es en los años sesenta cuando se da un fenómeno inédito: Madrid y alrededores como plató internacional. Bien sea por cuestiones fiscales, bien por que resultaba más económico, bien porque su geografía permitía jugar con variadas localizaciones, el nombre del productor Samuel Bronston quedaría ligado al de nuestra región. Era la época del «peplum» y las superproducciones históricas. «Quizá Bronston no fue el primero, pero sí creó todo un sistema de producción que giraba en torno a Madrid», señala Deltell. Así, por ejemplo, en su epopeya bíblica «Rey de reyes» (1961), un único entorno como el de La Pedriza servía para recrear hasta tres zonas geográficas: Palestina, Siria y Galilea. Y mientras, un enclave como el embalse de Santillana, en Manzanares El Real, podía hacer las veces de Mar Muerto. «Bronston usó mucho la Sierra del Guadarrama... para bien y para mal. Hoy, aquellos rodajes habrían originado problemas medioambientales», dice Deltell.

Capítulo aparte merece también el rodaje de una de las cintas más populares de la historia del cine: «Doctor Zhivago» (1965). Debido a su cercanía con el estudio, varias calles de la zona de Ciudad Lineal fueron recreadas para asemejarse al Moscú revolucionario. Lo cual dejó una estampa curiosa: decenas de extras entonando la Internacional y portando la bandera de la hoz y el martillo en plena dictadura.

Mientras, rivalizando con Almería y su desierto de Tabernas, la región también tiene algo que decir en lo que respecta a aquel subgénero, barato y taquillero, y que recibió el poco cariñoso nombre de «spaguetti-western». Sergio Leone y Clint Eastwood dejaron su huella en Hoyo de Manzanares, localidad en la que se cimentó uno de los grandes mitos cinematográficos: aquel «hombre sin nombre» de poncho desgastado. «Se hicieron muchísimos ‘’westerns’' en Madrid. Y muchos en el sur, en localidades como Ciempozuelos, o en las Salinas Espartinas que, verdaderamente, parecen un desierto».

Una vez que nos adentramos en la etapa de la Transición, es obligatoria la mención a José Luis Garci, cronista, prácticamente en tiempo real, de la época, como atestigua «Asignatura pendiente» (1977). Su retrato de Madrid como escenario de «cine negro» en «El crack» (1981) también es histórico. Sin embargo, Deltell quiere reivindicar una obra del cineasta, quizá menos popular, pero, posiblemente, la de final más impactante: «Las verdes praderas» (1979), con Alfredo Landa como protagonista. Aquel madrileño que sudaba por tener su «pisito» ahora sufre por la «casita en la Sierra». «Es un retrato fascinante de la segunda vivienda: las familias querían escapar de los problemas de la ciudad y se los acababan encontrando de nuevo en el campo. Y todo eso culminado con un final épico».

Hablando de Landa, no puede pasarse por alto el «landismo». Aunque gozó de un sonoro éxito, «No desearás al vecino del quinto» (1970) no es. precisamente, un ejemplo de lo bien que envejeció aquel cine del «aperturismo». Con todo, y pese a ser una cinta «claramente homófoba», es fiel reflejo, afirma Deltell, de cómo la gran ciudad servía de refugio para aquellas personas estigmatizadas de las pequeñas poblaciones. En ese sentido, señala a «Mi querida señorita» (1972), con un inédito José Luis López Vázquez, como una «película enorme».

La calle O'Donnell, en "Mujeres al borde de un ataque de nervios"
La calle O'Donnell, en "Mujeres al borde de un ataque de nervios"La Razón

Del cine «quinqui», fiel reflejo de aquellos barrios satélite «mal construidos», incomunicados y reducidos a guetos, Madrid da el salto internacional con Pedro Almodóvar. «Lo cierto es que muestra una ciudad que ya está en el mundo. Ese es un mérito que suele olvidarse: Almodóvar es un embajador de Madrid. Mucha gente en el resto del mundo ha conocido la ciudad gracias a él». Por su parte, Álex de la Iglesia dio un paso más allá al convertir a Madrid, directamente, «en un personaje de ‘’El día de la bestia’' (1995)». El mejor ejemplo, esas Torres Kio en las que, según la profecía, nacerá el anticristo.

Las Torres Kio, morada del anticristo en "El día de la bestia"
Las Torres Kio, morada del anticristo en "El día de la bestia"La Razón

El recorrido por el Madrid cinematográfico tiene que acabar, al menos a día de hoy, en «La casa de papel». El éxito mundial de la serie abre una pregunta que hasta ahora no habíamos tenido la ocasión de plantearnos: ¿podemos rentabilizar en términos turísticos la imagen que esta ficción proyecta de Madrid al resto del planeta? «Quizá, la imagen de un zeppelin sobrevolando las Cuatro Torres y soltando dinero sobre Callao y Gran Vía, sean los minutos de promoción de Madrid más vistos en los últimos años. Eso ya es como para hacerle un monumento a su creador, Álex Pina. Comparadas con otras capitales europeas, Madrid carece de hitos arquitectónicos que los turistas quieran visitar. Y ‘’La casa de papel’' aporta hitos a la ciudad», concluye Deltell.