Historia
Los frescos arrancados de una iglesia romana que reposan el Museo del Prado: la Capilla Herrera
La obra pictórica, de Annibale Carracci, fue encargada por el banquero palentino Juan Enríquez de Herrera para el desaparecido templo de Santiago de los Españoles
Una historia que nació en Italia. En los primeros años del siglo XVII, Annibale Carracci, pintor barroco al final de sus días, se comprometió con Juan Enríquez de Herrera, un reputado banquero palentino en Roma, a pintar al fresco la capilla de su familia en la iglesia de Santiago de los Españoles de Roma. Carracci ideó todo el conjunto y llegó a ejecutar algunos frescos antes de que en 1605 sufriera una grave enfermedad que le apartó del proyecto, delegando la ejecución de las pinturas en Francesco Albani.
La espléndida capilla, que ahora se encuentra completamente destruida, después de haber caído en el abandono, fue edificada entre 1602 y 1606. Su decoración estaba dedicada en honor a San Diego de Alcalá, franciscano andaluz fallecido en 1463, al que Herrera encomendó la sanación de su hijo enfermo. Carracci se adscribía a la técnica naturalista y pronto apostó por la ruptura con la tradición manierista. Su ascendencia en su tiempo fue colosal y, tras un cierto olvido, hoy se le reconoce como uno de los creadores del arte moderno, en un plano casi de igualdad con Caravaggio. Los dos eran muy distintos, pero abominaban de los excesos del manierismo.
Lo cierto es que aún hoy, en uno de los laterales de la plaza Navona, en pleno corazón de la Ciudad Eterna, se atisba lo queda de la iglesia de Santiago de los Españoles, entonces perteneciente a la Corona de Castilla. El templo albergaba en el siglo XVII 19 prodigiosos murales que adornaban la capilla mandada erigir por el banquero palentino.
A mediados del siglo XVII fueron arrancados los frescos con gran esfuerzo: se logró su pervivencia, pero a costa de su dispersión. Siete fragmentos desembarcaron en El Prado y nueve llegaron a Barcelona, donde acabaron siendo alojados en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), depositados allí por la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge. Los tres restantes se trasladaron a la iglesia romana de Santa María de Montserrat, el otro templo romano vinculado a la monarquía española y que en su día perteneció a la Corona de Aragón, y donde se les perdió la pista.
Por primera desde 1833 se han expuesto en el Museo del Prado las 16 pinturas murales que se conservan de la capilla de la familia Juan Enríquez de Herrera, pintada por Annibale Carracci y sus ayudantes. Las pinturas que conserva el MNAC fueron restauradas en diferentes campañas desde 1992 y la reciente restauración de los fragmentos que conserva el Prado ha permitido finalmente que los dos museos puedan abordar juntos su exposición y estudio y, en colaboración con la Galeria Barberini, mostrarlo también en Roma.
El conjunto es de excepcional relevancia por cuanto supone la puesta de largo de los siete frescos recién restaurados que custodia El Prado. Pero además es doblemente valioso porque los técnicos se han esmerado en recrear un montaje que permite al visitante recorrer las diferentes alturas de la capilla e imaginar su decoración. En vez de alzar la mirada y observar el trazado ascendente de los murales, el observador, por obra y gracia del diseño del espacio expositivo, puede solazar la mirada en la contemplación de pinturas colocadas en un plano horizontal. Unos murales que fueron, en su momento, desgajados de las paredes con gran habilidad por Pellegrino Succi, pero aun así sufrieron lo suyo. Un tesoro de Madrid que ahora se contempla en Barcelona y que pronto, en noviembre, viajará a Roma, donde nacieron.
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