Crisis económica

El mundo al que vamos

El miedo a perder lo que teníamos nos ha robado la perspicacia para darnos cuenta de que lo que teníamos se ha acabado

El asunto no es si volveremos al mundo de antes, sino al mundo al que vamos. Antes, cuando el franquismo, existía en la ciudadanía una aspiración democrática y movilizadora que, en lugar de una moneda, lo que ponía en circulación era un orden de valores y un rumbo en el horizonte, que es de donde proviene este país que tenemos. Pero ahora que andamos en la democracia resulta que se nos han agotado muchos principios, o los hemos dado por conquistados y como que no sabemos hacia dónde tirar.

Desde 2008, y aquello de Lehman Brothers, se nos ha terminado la borrachera consumista a la que nos habíamos abonado desde los ochenta y hemos despertado de resacón, con unas facturas en el buzón para las que no da ningún salario, un espía del KGB que bombardea Kiev para recuperar unas fronteras del siglo XX, una crisis energética que da actualidad a la austeridad de nuestros tatarabuelos y una economía que solo remonta para caer con mayor fuerza.

El hombre es una inteligencia extraña que parece desenvolverse mejor en el barro de las dificultades que entre los lujos de palacio. El bienestar se nos ha atragantado, como las uvas de fin de año. El miedo a perder lo que teníamos nos ha robado la perspicacia para darnos cuenta de que lo que teníamos se ha acabado. La consecuencia es que ahora se nos ha quedado la misma cara que a los niños cuando descubren que ya no quedan más polvorones en la caja de los polvorones. La historia deja claro que solo se progresa al avanzar. El conformismo es el primer síntoma del retroceso. Aferrarnos a lo que teníamos es dar cancha al populismo. Quizá ha llegado la hora de plantearnos qué mundo queremos y preguntarnos cuáles son las bases sobre el que queremos fundarlo. También queda la opción de no hacer nada. En ese caso seríamos la primera sociedad que entraría en el apocalipsis pidiendo subvenciones para el diésel.