Gastro
Así es la gastronomía con vocación escénica
Despecho, un espacio madrileño que se disfraza de restaurante
Madrid no sabe conformarse. Una cena en silencio, con platos que entran y salen en una coreografía invisible de camareros, puede satisfacer en otras latitudes; aquí, en cambio, parece incompleta. La capital ha decidido que comer ya no basta. O, mejor dicho, que comer puede ser también mirar, escuchar, dejarse envolver por un espectáculo que estalla mientras uno desbroza un tartar o brinda con un gin-tonic. Porque sí, aquí se sigue venerando la tapa y se siguen llenando las barras de barrio, pero la nueva liturgia del ocio pasa por mesas donde el mantel se convierte en escenario y el comensal en espectador.
Lo curioso es cómo ha evolu-cionado esta fiebre. El «dinner show» no es un invento reciente: en los cabarets del París de entreguerras ya se mezclaban copas y plumas; en Las Vegas, décadas después, se convirtió en un género propio, tan exuberante como kitsch. Pero lo interesante es cómo Madrid lo ha hecho suyo, con esa capacidad de absorber modas globales y darles un aire cañí, castizo y un poco gamberro. La ciudad lo interpreta a su manera, con un pie en la tradición del tablao y otro en el videoclip pop.
El atractivo, al final, reside en esa mezcla: la posibilidad de entregarse al hedonismo gastronómico mientras la sala vibra con una guitarra o una diva que arranca aplausos a escasos metros de la mesa. Los hay incluso que invitan al propio comensal a convertirse en parte del guion: desde un brindis coreado al unísono hasta un baile improvisado en mitad de la sala, con ese punto de vértigo que tiene la improvisación madrileña.
Quizás sea eso lo que explica el auge de estos locales. En una ciudad que vive con la adrenalina siempre en la yema de los dedos, el espectáculo se convierte en la guarnición perfecta. Ya no basta con saborear; hay que sentir, mirar, dejarse sacudir por la noche madrileña que insiste en recordarnos que, aquí, el espectáculo no termina nunca cuando llega el postre. Y si alguien se pregunta dónde ocurre todo esto, basta con asomarse a algunos de los escenarios gastronómicos que hoy marcan el ritmo en Madrid.
Despecho
Las canciones de siempre, gastronomía rica y variada, barra libre y una fiesta que se alarga hasta el amanecer. Hay combinaciones que definen la esencia de una gran noche entre amigos, y quizá ninguna resulte tan infalible como esta. Esa es la premisa de Despecho, un espacio madrileño que se disfraza de restaurante, aunque la etiqueta le queda corta. Inspirado en la cultura latina y adaptado al espíritu rebelde de la capital española, este concepto gastronómico-festivo ofrece una experiencia donde la superación de una ruptura amorosa se convierte en un motivo de celebración. Abre sus puertas a las 21.30 h y despliega cena, bebida, música y sorpresas en cadena. A lo largo de la velada, las canciones de desamor más célebres del repertorio español y latino llenan la sala, mientras en las pantallas se suceden sus videoclips con subtítulos que invitan a convertir la cena en un karaoke colectivo. En cualquier momento pueden aparecer mariachis que irrumpen con sus rancheras, o el ‘Botiquín de las Penas’, un maletín del que los camareros extraen pastilleros cargados de chupitos para repartir entre la gente. Y cuando parece que la noche no puede mejorar, Despecho se transforma: a la 1.00 h, las mesas desaparecen y el restaurante deja paso a la discoteca Panda Club, donde la fiesta sigue hasta las 6:00 horas.
Baldoria
Baldoria es uno de los indispensables del circuito de italianos de la capital. Las islas del Mediterráneo italiano inspiran este establecimiento, que recrea el ambiente de estos paraísos rurales y sumerge al comensal en un plan divertido con la gastronomía de calidad como protagonista. Está plenamente consolidado como un lugar de referencia para disfrutar de la auténtica pizza napolitana. De hecho, se sitúa entre las mejores pizzerías del mundo, al alcanzar el octavo puesto del célebre ranking ‘50 Top Pizza World 2025’ de la guía italiana 50 Top Pizza (en 2024, quedó en el puesto 26). Pero el disfrute y la diversión no se limitan a la mesa, sino que se completan con música en directo. El balcón central, justo bajo el espacio de coctelería –la llamada «farmacia» de Baldoria–, se convierte en el escenario desde el que distintos grupos interpretan versiones de canciones italianas en clave moderna que animan la velada. Como señala Ciro Cristiano, propietario del grupo Baldoria: «Son una o dos canciones, como mucho, y cada cierto tiempo; no queremos interrumpir ni empañar el protagonismo de la cocina, solo divertir al público».
Pabblo
Pabblo se presenta como un coloso en mitad de Azca, un espacio de dimensiones desorbitadas que, sin embargo, no renuncia al detalle minucioso. Sus dos plantas, conectadas por un óvalo monumental y envueltas en una atmósfera que remite a los restaurantes neoyorquinos de los ochenta, funcionan como escenario de una experiencia que va mucho más allá de sentarse a la mesa. La cocina, liderada por Mariano Barrero, reivindica el sabor de lo clásico, mientras la sala se sacude, cada cierto tiempo, con irrupciones musicales: una banda en directo que acaricia el soul, bailarinas que desafían el equilibrio y DJs que toman el relevo cuando la noche pide más. El resultado es una coreografía precisa, donde el espectáculo no compite con el plato, sino que lo acompaña y lo engrandece, en un juego de estímulos que convierte la cena en una celebración total.