Cargando...

Dos meses del incendio de Tres Cantos

Elena Spiridon, la viuda de Mircea, el hombre que falleció en el Incendio de Tres Cantos: «¿Cómo vamos a volver a la vida de antes?»

La mujer, de 44 años, recuerda la noche del incendio y explica cómo afrontan el presente ella y sus hijos de 15 y 19 años dos meses después de la tragedia

Elena Spiridon, viuda de Mircea Spiridon, el hombre que murió el pasado 12 de agosto por el incendio de Tres Cantos, este 8 de octubre en una zona cercana al suceso. David JarPHOTOGRAPHERS

A las 20:09 del 11 de agosto Relu, un amigo de la familia, llamó a Elena.

—¿Dónde está Mircea? No me coge el teléfono. He escuchado lo del incendio en Tres Cantos.

—A mí tampoco me lo coge. Está en la finca de Miguel.

A esa hora de ese día el fuego ya estaba descontrolado en Tres Cantos. A esa hora de ese día Elena ya había hablado con Mircea, ya sabía que estaba cerca del fuego, pero ya no le atendía las llamadas.

Ese día fue un día «normal y corriente». Elena, de 44 años, y Mircea Spiridon, de 50, tenían que hacer un transporte con su empresa de mudanzas. Iba a ser en el centro de Madrid a las 18:00. Elena llamó a las 17:00 para confirmar, pero se lo cancelaron. Entonces cambian los planes. «Me quedé en casa con los niños. Mircea me dijo: “Voy a aprovechar”. Se fue a un taller y luego se acercó a la finca de Miguel porque querían que echase un ojo a algo», cuenta Elena.

Sobre las ocho menos veinte Mircea llamó a Elena. Le dice que mande a alguien a buscar a suegra, que estaba en otra finca un poco más alejada, porque él vuelve a la finca de Miguel, que se está quemando. Pasados cinco minutos cuenta Elena que lo llama de nuevo. «Salid de aquí. ¡Soltad a los caballos!», escucha Elena a través del teléfono.

Ella le dice: «Mircea, ten cuidado».

Después de hablar con Elena, Relu se fue con su otro amigo Ciprian. Como conocen la zona, subieron a pie por un camino al que se accede por detrás de los laboratorios Normon. Llegan a la finca y se encuentran con Mircea, gravemente herido por las llamas. Lo intentan ayudar como pueden: lo agarraban, le levantaban las piernas, le daban agua, le hicieron una colchoneta, Relu se quitó la camiseta, la empapó y se la puso encima a Mircea, dice Elena que le contaron.

Además de Relu y Ciprian, también estaban Miguel hijo y Pepín y otro amigo, dos conocidos que tenían caballos en la finca. Pepín baja a buscar ayuda a la Guardia Civil. Sube con algunos y consiguen localizarlo. Y al final un helicóptero de la Guardia Civil se lleva a Mircea.

(Lo que pasó: cuando cuelga la segunda vez a Elena, Mircea rodea las cuadras de la finca para llegar donde estaba Miguel hijo con los caballos. Le grita que corra y suba al coche. Mircea sube la cuesta. Cuando está muy cerca de la salida, justo baja Miguel padre con su coche a la finca, que había salido a por ayuda y abrir las puertas. Hay un choque frontal. Se incendia el coche de Miguel padre pero consigue salir y le abre la puerta a Mircea, pero Miguel hijo se queda encerrado dentro del coche. En esos segundos, una bola de fuego se lleva a Mircea.)

Entonces Elena ya había bajado a la calle, se fue en coche y se llevó a sus dos hijos. Decide ir a la zona de la finca y toma la carretera de Soto de Viñuelas, la urbanización donde el fuego llegó a afectar a una veintena viviendas. Pero las autoridades la pararon en un cruce. Y ahí se quedó, esperando.

Elena cuenta que estuvo «dos horas como loca» llamando al 112, a la Guardia Civil. «Yo no sé cómo estaban organizados. Me mandaban de un teléfono a otro. Les dije que si se estaban pasando la pelota».

A las 20:26, una última llamada. Relu le sujetó el teléfono a Mircea, en el suelo bherido: «Os quiero mucho. No sé si aguanto», dijo Mircea a Elena por última vez.

Y al rato Elena se entera de que mandan a Mircea a La Paz.

—Bueno, como se lo llevan a La Paz, pensé: estamos a salvo. Ese fue el rato de tranquilidad. Unos amigos me llevaron al hospital. Me dijeron en la planta cuatro de quemados que a esa persona no se la podía reconocer. Entré con mi hijo mayor. Había que tratar de identificar a Mircea. El pequeño estaba en shock, no pudo ni quiso ver a su padre en una situación así. Intentamos reconocerlo como pudimos. Y Mircea tiene una cicatriz en la cabeza, en el lado izquierdo, que se hizo de pequeño. Buscamos y rebuscamos. Y esa cicatriz es la que permitió que lo reconociéramos. Y ahí es cuando empieza el calvario. La película de terror.

Elena y sus hijos vuelven a casa sobre las tres de la mañana, pero no pudieron quedarse. «Fue imposible entrar a casa». Se fueron a un hotel. «Mis hijos estaban destrozados. Conseguí que se pusieran a descansar, los tranquilicé un poco», relata Elena. Ella había dado su teléfono y el de su hijo, pero este estaba en silencio y no escucharon las llamadas de los médicos sobre las 6:30. A las 8 de la mañana va con Relu al hospital y en el camino la llaman a ella. «Vente y te cuento, me dijeron. Ya sabía que no era nada bueno».

Mircea había estado intubado por la noche, hasta que le falló el corazón.

—Mira, han pasado dos meses, pero para mí fue ayer. No se puede acostumbrar uno a que se haya ido. ¿Cómo vamos a volver a la vida de antes? Que alguien me diga cómo vuelve mi hijo a la vida de antes? ¿Y cómo puede llamar de nuevo a su padre?

El porqué de lo que pasó también le da rabia. «Si es un infarto, una causa natural, te vas recuperando. Pero mi marido fallece en un sitio donde no se ha hecho absolutamente nada por prevenir. ¿Cómo curamos esto? A nivel sentimental, de corazón». Elena se refiere a que la zona no estaba limpia y preparada por si venía un incendio.

Elena cerró la empresa de transportes al poco tiempo de la muerte de Mircea. «Yo soy una mujer de 54 kg. No puedo coger la furgoneta y cargar muebles. La ley humana es la que es. ¿Cómo voy a hacer para transformarme y doblarme? Mis hijos han tenido una vida. ¿Qué trabajo puedo hacer yo para sustituir todo lo que estaba haciendo mi marido?»

Dice Elena que se le hace «la bola muy grande: yo no vivo con la ayuda de nadie. Tengo que vivir con lo mío». Y después de estos dos meses, el tema se «enfría», pero no para ellos. «Estamos fatal. Parece una película. Somos robots. Personas ya no somos. ¿Qué quiero? No quiero que se me note delante de mis hijos. Ellos ya son mayores y quieren cuidarme a mí. Jugamos al gato y al ratón. Nos escondemos por cada rincón».

—Y luego entra el tema de que la gente dice que esta chica que se ha hecho rica de la noche a la mañana, que la gente del Ayuntamiento le está llamando, ayudando.

Elena vivía en una casa de alquiler, en la que llevaban pocos meses. Pero no han podido soportar quedarse en la casa en la que vivían juntos y se mudaron. «No hemos tenido una ayuda extraordinaria del ayuntamiento. Hemos tenido llamadas para decirnos que estamos contigo». El gobierno local informó de una ayuda de 100.000 euros para los afectados, con un máximo de 5.000 por familia, pero solo están destinadas a zona urbana, es decir a las casas de Soto de Viñuelas. Dentro de esas no está Elena ni lo dañado en zona rural. Lo que ha pedido Elena es una ayuda al gobierno a través de Protección Civil, que es de 18.000 euros, pero todavía no sabe nada. Solicitó entrar al Plan Vive de la Comunidad de Madrid en el municipio, pero no cumplía con los requisitos. Elena ahora está en otro piso de alquiler gracias a que el consistorio habló con la empresa que los gestiona. Y también agradece a la gente que aportó en la campaña de recaudaciónque inició una amiga. Con eso pudo llevar a Mircea a Rumanía, donde fueron del 25 al 31 de agosto.

«Que nadie piense que por ser la familia de este chico que ha fallecido tenemos algún privilegio y nadie me va a cobrar menos de lo que tienen que cobrarme», dice Elena. Y es que su preocupación está en lo que viene. «¿Qué va a pasar dentro de 5 meses? Lo quiero poner en papel y el futuro es muy negro. Ojalá me incorpore a un trabajo, uno que gane el doble para sacar su sueldo. Me va a tocar buscar y rebuscar para que no acabemos bajo un puente». Ahora recibe la pensión.

—Lo que yo tengo claro es que el camino de mis hijos va a ser igual. Sus carreras valen un dineral. No lo puedo cortar. Mi hijo no tiene la culpa de la irresponsabilidad de otros. Yo no le puedo decir, “Deja la carrera, ponte a trabajar” ¿Qué va a pasar ahora? Hay otras tres vidas que tienen que seguir su camino. ¿Cómo? No se sabe.

Elena nació en 1981 en Galati y conoció con 18 años a Mircea, en su fiesta de mayoría de edad. Él era seis años mayor y natural de Tulcea, a unos 100 kilómetros de la ciudad de Elena. Ella estudió Derecho y Mircea era mecánico. Él se fue cuatro años a Estados Unidos. Intentaron ir para allí, pero Elena no consiguió el visado y Mircea renunció a su trabajo y se volvió en la primavera de 2004. «Buscamos un sitio para estar juntos». Se casan en septiembre y a final de año llegan a Barcelona, donde Mircea consigue un trabajo en la construcción. En 2006 nace su hijo Mario. «Tener un hijo fue una decisión para que yo no estuviera sola. Para que tuviera algo a lo que agarrarme. No conocía el castellano y de esta forma me obligaba a estudiarlo», cuenta Elena. En 2007 llegaron a Tres Cantos y de aquí ya no se movieron.

—Yo pasaba todos los días del año con Mircea. Era todo para mí. En esta vida no hay profesional, ni médico, ni pastillas que me digan nada para que yo no piense en él. ¿Cómo puede uno acostumbrarse? Con 44 años, es como empezar de nuevo. Estoy en una tierra nuevita, pero no como antes. Ahora con toneladas en la espalda.

Por eso dice Elena que se va a tener que cambiar de cuerpo para superarlo, pero que en este en el que está ahora es imposible. «Estamos en el punto de que no aguanto a nadie que me diga que tengo que vivir sin mi marido».

El hijo pequeño le dijo a sus padres en marzo: «Me gustaría ir a un colegio privado, por el inglés. Yo quiero estudiar Teleco. Es un sueño». Mircea y Elena, a pesar del esfuerzo que supondría, aceptaron. «Resulta que hicimos el papeleo por julio y en agosto se muere su padre, y me dice mi hijo: pues ahora se ha acabado mi sueño. Me quedé fría», dice Elena, y llora.«¿Cómo le voy a quitar ese sueño a mi hijo?Mientras yo respire, le dije, tú vas a estar en ese colegio».

Ahora los tres tratan de seguir adelante. «Vivimos día a día. Cada día intentamos colocarnos. No hay ni ganas ni ideas». Los chicos, dice Elena, están como perdidos. «Intentan ser los de antes, pero no son. Las noches empiezan a dar vueltas. Se despiertan a las dos de la mañana. Al día siguiente tienen que ir al colegio. La bola se hace cada vez más grande».

—Mi hijo pequeño me decía: Papi está. Nunca se va a ir, aunque no lo podamos ver.