Entrevista

Hablamos con Hanan Alcalde (Barbie Gaza): así dobló su Tik Tok y multiplicó sus «likes»

Charlamos con la influencer al tiempo que analizamos el alcance de este tipo de activismo performativo

Ana Alcalde (Barbie Gaza)
Ana Alcalde (Barbie Gaza)Redes sociales

Hanan Alcalde es una mujer de su tiempo: conectada, mejorada por filtros y enriquecida gracias a la causa palestina. Todo lo que toca se vuelve contenido, especialmente el dolor (ajeno). Antes de visitar sus redes sociales, aconsejamos cuarto y mitad de flema británica, una buena cucharada de temple teresiano y algún remedio herbal para enfrentarse a ello. Pasa del brunch familiar a la tragedia humana con la misma naturalidad que cambió su nombre hebreo Ana al arameo Hanan.

Esta influencer granadina de 46 años, madre de seis hijos que también saca a relucir en sus redes, es una de las pasajeras de la Global Sumud Flotilla. Sus postureos, el relato de su detención y sus paseos por las televisiones cuestionando las atrocidades de Hamás contra los israelíes durante los atentados del 7 de octubre de 2023 han hecho de ella toda una celebridad. Reserva unos de sus pocos minutos sin monetizar para atender a LA RAZÓN: «Ha sido una experiencia muy positiva. No solo ha empujado los acuerdos y las calles, ha generado conciencia, ha inspirado y ha devuelto la esperanza…. Así me lo hacen saber miles de mensajes que recibo cada día».

Lo que también sabemos es que al menos su cuenta familiar en TikTok ha duplicado el número de seguidores en pocos días y se ha disparado el número de likes. Conoce el mejor ángulo para cada gesto, el encuadre exacto del dolor y el «engagement» de las lágrimas. Para cada escena, un «outfit» y el pañuelo palestino estratégicamente anudado mientras mira a la cámara. La estética del riesgo es poderosa visualmente.

Pone al algoritmo de su lado

Encarna el activismo performativo, la estética más rentable de la guerra. Por la mañana puede enseñar su rutina para conseguir un efecto «¡wow!»; por la tarde denuncia su indignación buscando la mejor fotogenia. Se ha ganado los apodos de Barbie Gaza o Lady Flotilla, pero no le importa, según nos dice, que le reprochen frivolidad. «Al final uso la crítica para poner el foco en Gaza y no hay nada más importante que hablar de ello si queremos que este infierno termine».

La tragedia, convenientemente editada, encaja bien con la forma de vida de esta extrabajadora social que usa la lucha por los derechos de los gazatíes para consolidar su marca personal. Escucha con gusto las reprimendas mientras tenga de su parte al algoritmo, esa inteligencia sin alma que premia el sensacionalismo, lo inmediato, la mirada que escandaliza, el grito de guerra que polariza, su narrativa en primera persona. Frente a Barbie Gaza, el relato sensato del reportero de guerra que informa y difunde los hechos desde la ética profesional ni vende ni suma «likes».

Como editor, el algoritmo es pésimo. Prioriza el contenido diseñado para propagar miedo y odios sobre la información veraz del reportero que se juega la vida por informar y vuelve con estrés postraumático, depresión, ansiedad y un profundo sentimiento de culpa al entrometerse en el sufrimiento de la gente y al creer que puede haber comprometido su propia brújula moral. Allí donde hay un conflicto existe ahora una legión de «influencers» que convierten el drama en piezas listas para consumir. Sin contexto, sin verificación, priorizando sus emociones y exponiendo sus propios traumas.

Hanan nos dice que sopesó los riesgos antes de embarcar. «Pero no había nada más que poder hacer. Dedicamos horas a la información, manifestaciones, recogida de firmas, presiones, boicot… ¡Y no paraban! Solo quedaba poner el cuerpo». Cuanta más carga personal y emocional le echa al relato, más valor tiene como contenido y más refuerza su marca.

Temió por su brazo

En todo momento se coloca en el epicentro de la historia. Ella es la protagonista. Cuenta que, durante la detención, llegó a ver su final, se le pasó «toda la vida por la cabeza», se preocupó por su brazo. «Temí un montón, pensé que me lo iban a cortar». Hanan Alcalde explica que se siente genuinamente comprometida con la causa palestina, pero de lo que habla es de sí misma y de sus congojas. A pesar de los perros amenazantes, el encierro en jaulas, agresiones a sus símbolos y la restricción de agua y bebida, le ha servido para crecer: en clicks, likes y seguidores. Cuando en medio de sus rifirrafes con los periodistas se queda sin argumento, Hanan les acusa de encerrona.

Esta mujer que se siente ultrajada por haber sido alimentada durante su reclusión con garbanzos mezclados con lentejas viene de una familia muy humilde, de padres andaluces trabajadores del campo. Se trasladó a Madrid con 500 pesetas (tres euros) en el bolsillo y se acomodó en una comuna entre anarquistas y comunistas. Ahora surfea en la isla de Bali y alquila una villa de lujo. Pasó de alegre niña granadina a rastafari; de rastafari a hacer el Ramadán; del Ramadán al altruismo en un crucero con pancarta y megáfono. Le han preguntado si de la flotilla saldrá un «baby boom» y ella reconoce que, entre selfies y cantos, en cubierta hubo también tiempo para las pasiones. Quizás por ello, antes de despedirnos, reclamó el Premio Nobel de la Paz para su flotilla, «que ha empujado como ningún gobierno». Esta vez no tuvo ningún algoritmo que se pusiese de su parte. Finalmente, hay acuerdo de paz, algo de desilusión queda en su grupo.

Musulmana conversa por amor

Aunque luzca la kufiya con el patrón cambiado a tonos rosas, abraza el islam desde que se casó con Amin Abdelkaden, policía local ceutí de origen marroquí. En 2002 cambió su nombre. Así nos cuenta su conversión: «Fue un acto de fe a través del amor. Este conocimiento y camino hacia la paz interior me ha hecho mejor persona. La estudié antes de practicarla. El rezo es mi momento de reflexión, mi psicólogo cada día. Ahí valoro qué hice mal y cómo puedo mejorar. Yo misma me propongo corregir los fallos cuando postro mi cabeza con un nuevo objetivo a corregir. El Ramadán es ese mes donde te abstienes de los placeres para desarrollar la empatía frente a una carencia».