Cargando...

Madrileñ@s

Sara Calero: «La falta de salud me da más miedo que la muerte»

La bailaora madrileña ha traído su obra «La finitud» a los Veranos de la Villa. En octubre presenta su nuevo trabajo feminista, «Taberna Femme», en los Teatros del Canal.

La bailaora madrileña Sara Calero, el 31 de julio en el patio del Instituto San Isidro. Gonzalo Pérez PHOTOGRAPHERS

Estaba a punto de nacer la segunda hija de Sara Calero (Madrid, 1983). Y coincidió con un momento de crisis de personal en la vida de la bailaora y coreógrafa: un tiempo de muertes y de nacimientos. A ella le pareció un reto contar lo que estaba pasando con el baile, y de esas circunstancias nació su obra «La finitud»: de cómo disfrutar de la vida sabiendo que es finita, de cómo cada uno se enfrenta a la muerte. «Me costó mucho ponerlo en pie porque estuve hasta enferma físicamente. Casi lo cancelo. Pero había algo dentro de mí que me decía que tenía que hacerlo, aunque sea en silla de ruedas.», explica Calero. Ya han pasado cuatro años desde su estreno, y ahora que la ha traído a los Veranos de la Villa (actuó el 2 y 3 de agosto en el Instituto San Isidro de Madrid) ya casi ni necesita ensayarla –cuenta la madrileña. Y sin embargo confiesa que quizá saldrá al escenario casi más nerviosa que nunca: por hacerlo en su ciudad, delante de la gente que le quiere, que le sigue.

La oscuridad llega al patio de la escuela y el público aprovecha cualquier objeto a mano para abanicarse: es agosto en Madrid. Pero cuando Calero aparece en el escenario: ni rastro de esos 30 grados, ni de esos nervios.

—Yo no soy creyente pero para mí el teatro es como un templo. Es como mi momento místico, ahí me transformo. Disfruto de ser un personaje y deshumanizarme un poco, dice la bailaora.

El inicio del espectáculo es sombrío, oscuro: al fin y al cabo es una reflexión de la idea de la muerte. Pero cuando pasa algo menos de media hora la gente ya se entrega con aplausos, olés, sonrisas. Han sido dos noches muy especiales, dice después Calero. Y eso que lleva haciendo «La finititud» desde hace cuatro años. Quizá haya sido el entorno, el patio del instituto que permite cantar desde un balcón, la noche madrileña.

La obra la creó en un momento de crisis personal. «En ese momento lo que a mí me movía era disfrutar de la vida siendo consciente de que es finita», dice. «Quería reflejar las diferentes formas de la que tiene la sociedad de enfrentarse a la idea de la muerte.». ¿La suya? «Va cambiando. A mí mi abuelo me dio una lección de vida tremenda: le faltaba vida para leer libros, para hablar con gente, y yo creo que esa es la idea. Mientras que la salud te lo permita…Me da más miedo la falta de salud que la muerte. Mi abuelo al final se sentía joven, esa es la gran lección que me dejó.». Pero lo que importa, resume Calero, es la interpretación libre que haga cada espectador.

Cuando era pequeña Calero bailaba hasta la música del telediario. No tuvo ni que pedirlo: su madre vio las señales y la apuntó a baile –y acertó. Desde entonces Calero se tituló con matrícula de honor en el Conservatorio de Madrid (hizo su carrera de danza española), formó parte del Ballet Nacional de España en 2006 –donde interpretó papeles de primera bailarina– y, entre otros reconocimientos, consiguió en el Certamen Coreográfico de Madrid los premios Bailarina Sobresaliente, Mejor Composición Musical y Premio Fotoescena a la Mejor Imagen.

Su debut fue un caso especial y no por lo temprano, a pesar de hacerlo con 17 años. El maestro José Granero decidió incluirla –«No ha habido nadie después a lo largo de mi carrera que me apoyara de una forma tan desinteresada.», dice Calero del maestro– en el Festival de Jerez para estrellas en el Teatro Villamarta de la ciudad andaluza. Allí estuvo ella tan joven entre artistas como María Pagés, Maribel Gallardo, Maite Bajo, Lola Greco, Beatriz Martín. «Tuvo oposición hasta del propio festival, a mí me llamaron del festival para contratarme y me dijeron: “Bueno, que sepas que te metemos porque lo dice el maestro Granero, pero que a nosotros no nos parece bien.», cuenta Calero.

Pasar por el Ballet Nacional le otorgó «otro» grado de madurez, pero dio un paso más en su carrera cuando decidió hacer su propia compañía. «Al final creo que he hecho todo desde una inconsciencia absoluta, porque si lo hubiera sabido quizá no lo habría hecho.», dice la madrileña. Pasar a dirigir un equipo en solitario, creando sus propias historias fue «como cambiar de profesión».

–Sentí que no sabía de nada. Y de hecho me equivoqué en todo lo que me podía equivocar. Perdí dinero, perdí amigos y perdí otra vez la confianza en mí misma, lo perdí absolutamente todo. Hasta que cogí fuerzas otra vez y me di cuenta de que me había iniciado en un proceso en el que al final yo tampoco tenía referentes, porque no había bailarinas de danza española en ese momento que tuvieran espectáculos unipersonales y se movieran en solitario».

Por eso se lanzó a contar historias, y entre todas las que hay por contar, dice, ahora está «con el feminismo».

—Creo que he tenido durante mucho tiempo reprimida una forma de ver la vida, de verme a mí en ella, que no me atrevía a manifestar porque me sentía muy juzgada tanto por familia, como por amigos, como porque era incorrecto. Y afortunadamente me ayuda mucho a ver a muchas mujeres artistas que levantan la voz, que dicen lo que piensan, que dicen cómo se ven y cosas que cada una de nosotras en nuestro silencio vemos pero no nos atrevimos a manifestar. Entonces me ha parecido que lo más honesto que podía hacer ahora era atreverme yo también a desde la danza española a abordar esos temas.

Sobre esta temática que es hoy su preocupación este año ya ha estrenado «Intangible o la mujer que quiso ser hombre» en Matadero, en la pasada Bienal de Flamenco de Madrid. Y en octubre presenta en los Teatros del Canal «Taberna Femme», donde se reúne con tres bailaoras más.

Dice Calero que hoy nota que hay más diversidad en la danza. «Las artes son un espejo de lo social. Hoy nuestra sociedad es más abierta, más respetuosa con la diferencia. Eso afortunadamente también lo refleja nuestra danza española.». Y de esto Tienen mucha autodeterminación, un concepto muy poderoso del yo. Eso me gusta muchísimo. Creo que antes era muy éramos muy dóciles hasta el punto de ser sumisos y perdíamos por completo el concepto de quién éramos y quién queríamos ser porque estábamos educados para obedecer». Sin embargo, les falta «mucho respeto por aquellos que han hecho ya una carrera, independientemente de si te gusta o no lo que hacen. Y bueno haber convivido con grandes maestros, pero que no tiene solución.».

Su salud ahora la cuida algo más lejos de la capital, ella que se crió y empezó a bailar en el centro cultural del barrio de San Blas. Se mudó a la sierra de Madrid para poder volver a esos veranos en la sierra de Gredos, para hacer el senderismo que le gusta, para comprar en la carnicería, en la panadería del pueblo. «Reconozco que según voy llegando y empiezo a dejar de ver edificios y empiezo a ver la montaña y bajo la ventanilla y huele de otra manera a mí me merece la pena.». Más salud, menos miedo.