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Medio Ambiente

El gas natural como arma y recurso geoestratégico

La Comisión sigue dando pasos para considerar este combustible como básico para afrontar la transición energética en plena escalada de tensiones entre Ucrania y Rusia. ¿Es posible reducir la dependencia europea de este fósil que importa en un 90%?

Los precios de este fósil mantendrán las facturas de la luz por encima de los 200 euros el MWh
Los precios de este fósil mantendrán las facturas de la luz por encima de los 200 euros el MWhDreamstime

Encender el fuego de la cocina o ducharse con agua caliente son algunos de los usos diarios en los que cualquiera puede intuir la presencia del gas natural. De lo que quizá no somos tan conscientes es de que este combustible fósil también se emplea como materia prima para la obtención de fertilizantes o de plásticos. Incluso a día de hoy un 99% del hidrógeno que se produce en el mundo se hace a base de gas natural.

Europa es un importador neto de este combustible; compra un 90% de lo que usa principalmente a Rusia. Por eso se siguen tan de cerca y con tanto interés las tensiones que desde hace semanas se viven en la frontera ucraniana. La dependencia que se tiene en Europa y la variedad de usos que se le da es tal que el gas natural puede convertirse en «verde» en la nueva taxonomía en la que trabaja la Comisión Europea. Es decir, que se considerará como una inversión sostenible e imprescindible en el camino hacia la descarbonización económica. Sus defensores lo ven como una buena fuente de energía de transición entre los combustibles fósiles más emisores de CO2 como el petróleo o el carbón y las energías renovables (el gas natural genera alrededor de un 30% menos dióxido de carbono que el petróleo).

Según datos de la compañía de transporte Enagás existen en el mundo más de 193 millones de metros cúbicos de esta energía, cantidad suficiente para abastecer la economía mundial durante más de 65 años. La mayoría de las reservas de gas natural se encuentran en Oriente Medio (42,5%), pero el principal proveedor de Europa es Rusia. Desde este país llega el gas al viejo continente a través de un gasoducto que atraviesa Bielorrusia y otro que atraviesa Ucrania (el Nord Stream uno). La tercera vía la representaría un nuevo gasoducto, el Nord Stream II si se llega a inaugurar. Su apertura está en vilo debido a las tensiones entre Rusia y Ucrania. Esta tubería de 1.200 km ha sido construida por el gigante ruso Gazprom y si finalmente entra en servicio transportaría gas directamente a Alemania por el mar Báltico, sin pasar por Ucrania (y, por tanto, sin dejar dinero en sus arcas).

No es la primera vez que el gas se convierte en factor de tensión con Rusia (también el petróleo cuenta con su propio listado de conflictos como Irak, Chechenia, Biafra...). «Consciente del poder de sus recursos, Rusia valora la importancia de la política energética y cuenta con su propia estrategia, que incluye además de influir en la política internacional, ampliar el concepto de seguridad energética. Este concepto lo consigue priorizando los acuerdos bilaterales antes que los multilaterales y a través de requisitos como la exigencia de contratos a largo plazo con su compañía nacional, Gazprom...», explica en un texto publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos la analista de Seguridad Energética Sonia Velázquez. En los últimos 15 años se han visto varias disputas entre Rusia y Ucrania por el gas. «En 2006, Gazprom cortó el suministro a Ucrania por un día. También en el invierno de 2008-09, las interrupciones en el suministro ruso se extendieron por toda Europa. Después, en 2014, Rusia cortó el suministro a Kiev tras anexionarse Crimea. Por su parte, Ucrania dejó de comprar gas ruso en noviembre de 2015», explica en un texto la agencia Reuters.

Alemania es el país más expuesto en caso de enfrentamiento armado o si se produce un corte en el suministro puesto que es el principal cliente de Gazprom. También en el norte de Europa tendrían problemas. «Finlandia y Letonia compran, respectivamente, el 94% y 93% de su gas a Rusia. En el caso de otro país báltico, como Estonia, o Bulgaria, en la frontera este de la UE, los porcentajes son del 79% y 77% respectivamente. Otras economías del centro europeo presentan también dependencias superiores al 50%», explican desde la Asociación Española del Gas (Sedigás).

Por si las cosas empeoran, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el presidente del Consejo europeo, Charles Michel, ya han anunciado que están trabajando para lograr un suministro constante y evitar crisis de suministros. Desde Europa y EE UU se ha contactado a Qatar, Corea del Sur y Australia para saber si podrían desviar parte de sus reservas hacia el viejo continente. El propio EE UU, convertido en años recientes en uno de los mayores productores de hidrocarburos gracias al shale gas (gas de esquisto obtenido mediante la técnica de fracking), ha aumentado sus exportaciones de GNL hacia Europa por buque. También se ha contactado con Noruega, que de hecho es ya el segundo proveedor de Europa (38% del total), pero el país «está entregando gas a su máxima capacidad y no puede reemplazar los suministros que faltan de Rusia», dice Reuters.

Ahora bien. El proceso de transporte por buque es más complejo y el coste más alto (según publica el diario El Economista el gas de EE UU se paga hasta un 40% más que el ruso). «El gas y el petróleo no convencionales son más difíciles y más caros de extraer y explotarlos como recurso solo sale a cuento cuando el precio en mercado de los combustibles está muy alto. Como ahora. Hay que tener en cuenta que la producción de GNL es más complicada hay que extraerlo de reservorios no convencionales, licuarlo, mantenerlo a -160 grados durante el transporte y regasificarlo otra vez en destino antes de meterlo en la red. Todo esto dispara los costes. Además, hay dos cuellos de botella: el número de metaneros que pueden transportar y las plantas regasificadores disponibles en Europa», explica Michele Manfroni, investigador del Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales (ICTA) de la Universidad Autónoma de Barcelona.

En este sentido, España tiene una situación menos incómoda que sus vecinos del norte. Por un lado, contamos con ocho de las 20 plantas regasificadoras de Europa. Por otro lado, recibe gas de 14 países, y su mayor suministrador es Argelia. También EE UU se está consolidando como segundo suministrador con un 13,2% gracias al GNL. Rusia solo nos aporta un 8,4% del total.

Habrá que ver qué sucede en la reunión del Consejo de Energía de EE UU y la UE el próximo lunes y si sigue aumentando la escalada de tensiones entre el Kremlin y Kiev. También si es posible importar gas de otras reservas sin que eso encarezca aun más los precios. Más a medio plazo, habrá que estar atentos a lo que suceda finalmente en la taxonomía europea que depende del posicionamiento de los diferentes países miembros. España, por ejemplo, está en contra de incluir el gas como «verde», pero el ejecutivo alemán se ha mostrado a favor incluso a costa de un enfrentamiento con sus socios ecologistas de coalición. «Además de buscar otros importadores, no queda más remedio que invertir en mejorar la producción. La Agencia Internacional de la Energía dice que si no lo hacemos, habrá una reducción en la producción en los próximos años de hasta un 40%», explica Manfroni. En la web de la IEA, de hecho, se puede leer: «El gasto dirigido al gas natural ha estado en declive desde principios de la década anterior y alcanzó un punto bajo (unos 100.000 millones de dólares) en 2020 con el colapso de la demanda y los precios a raíz de Covid-19». En el caso de Rusia, el IEEE afirma que el país no ha aumentado su oferta de gas porque necesitaba reabastecer sus propios inventarios.

Más a largo plazo, «hay que pensar en qué papel jugará el gas y ajustar los patrones socioeconómicos de nuestra sociedad a las posibilidades reales que nos ofrece la naturaleza. Hay que hacer un cambio global en la forma que tenemos de consumir y esto implica al sector energético, pero también a los fertilizantes o el plástico», dice Manfroni.

Un recurso cada vez más caro

El gas ha determinado las subidas del precio de la luz durante el último año y se espera que en los próximos meses la mantenga por encima de los 200 euros el MWh. Según el último análisis sobre gas publicado por la Agencia Internacional de la Energía (Gas Market Report Q1 2022) durante el pasado año de pandemia, la demanda mundial creció un 4,6% y los precios en la recta final de 2021 alcanzaron máximos históricos en las principales mercados de importación en Europa y Asia. Los precios en Europa casi se quintuplicaron respecto a 2020. Hay varios factores que explican esto: «el crecimiento de la demanda de gas en 2021 fue más fuerte de lo esperado debido a una serie de eventos relacionados con el clima, mientras que el suministro de gas enfrentó varias limitaciones en medio de mayores cortes planificados y no planificados a lo largo de toda la cadena de valor del gas», explica la IEA en su documento.

Por otro lado, hay que sumar el aumento de las importaciones de China, que se calculan en torno a un 17%, incluso por encima de Japón, lo que le convierte por primera vez en el mayor importador de GNL. Estos factores y la falta de almacenamiento en Europa explican las subidas de precio. Además los altos precios están originando nuevas emisiones. «Bajo la presión de cumplir los objetivos climáticos, varios países de la UE han cerrado antiguas centrales eléctricas. Algunos países conservan las plantas de carbón como suministro de respaldo y muchas ya han sido reactivadas debido a los precios del gas», confirma la IEA.